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La leche cruda y la nata con azúcar

A casa llegaba cada día una lechera desde el Naranco, con cinco o seis litros que se hervían hasta dos veces

Un vaso de leche. LNE

La leche cruda, la de la vaca recién ordeñada, vuelve a tener protagonismo estos días ya que se discute si es sano o no tomarla, al hilo de una normativa aprobada en Cataluña que permite su venta al por menor. En casa la bebíamos previamente colada y caliente. A mi me encantaba, pero sabía que procedía de animales que estaban muy sanos.

Creo que fue la última vez que tomé leche sin pasteurizar fue en una granja de Deva (Gijón), en un vaso de sidra. Es decir, medio litro de leche de un tirón. En mi casa el consumo de leche oscilaba entre los cinco o seis litros diarios.

Eso sí, la leche que traía Rita desde el Naranco se hervía hasta dos veces. Había que tener cuidado porque si nos distraíamos se escapaba del recipiente y luego olía a quemado toda la casa.

Lo curioso del caso es que a mi padre no le gustaba la leche y sólo la tomaba para teñir el café. En cambio, a los demás nos obligaba a tomarla. Muchas veces era que un vaso de cuarto de litro como postre después de las comidas. De aquel hervor salía una nata riquísima, de la que alguna vez se hacía mantequilla, tras extraer aquel líquido que llamábamos suero. Cuando sobraba algo de leche del día anterior, por la mañana había que volver a hervirla y todavía salía algo más de nata en la parte superior.

Si la leche me gustaba, la nata me volvía loco. Antes de que otra persona de la familia aprovechase aquella nata, yo me solía anticipar a comerla. Echándole un poco de azúcar estaba de rechupete.

Cuando Rita, nuestra suministradora oficial, traía seis litros, la leche se repartía en dos cacharros. Uno era un hervidor de cinco litros y el otro una olla en la que cabía un litro. Así que una tarde fui a la despensa y como la nata de la olla estaba tan a mano, con mis dedos pulgar e índice la cogí y entera, la metí en la boca: gloria bendita.

Justo en ese momento abrió la puerta de la despensa mi hermano. Entre otras cosas que me dijo me llamó "guarro" por meter los dedos en la leche y terminó diciéndome que debería beberla toda, cosa que no me costó nada de trabajo. Así que arrimé la olla a mi boca y tomé el litro de leche de un tirón.

La verdad es que ahora hace mucha gracia pensar en las cosas que hacía uno cuando tenía algunos años menos.

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