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Camarero | MIGUEL ÁNGEL MARTÍNEZ

"Presta que haya clientes que me quieran y vengan al bar a estar conmigo"

"Mis hijos son mi satisfacción y el orgullo de mi vida; paso todo el tiempo que puedo con ellos y hasta hay quien dice que soy buen padre"

Miguel Ángel Martínez, en el bar Campa. DIANA ARANA

Miguel Ángel Martínez es uno de los camareros más conocidos de Oviedo. Tras la barra del bar Campa ha servido "pinchos de pollo y tochas (litrona de cerveza)" a varias generaciones. Este zamorano, apasionado de su trabajo y hombre de familia, recibe a los clientes cada día con una sonrisa y su mítica "siempre", palabra ya emblemática del local. Martínez divide su tiempo entre sus hijos, de los que se siente "orgulloso", y su apreciado oficio. Hasta tal punto llega su devoción por servir al público que desearía no tener que retirarse nunca. "Si pudiera estaría aquí para siempre", afirma.

De Zamora al llagar El Quesu, pasando por Luarca. "Nací en Zamora. De muy chico vine con mis padres a Luarca, porque encontraron trabajo allí de chóferes. Después de doce años me mudé a Oviedo. Mi primer trabajo fue en el Marcelino, en la calle Santa Clara. Allí estuve sólo dos meses, porque coincidió que mi hermano gemelo trabajaba en una sidrería que se llama el Venecia. Me fui con él porque pagaban más, se interesaron por mi forma de hacer. Empecé en barra y luego pasé al comedor. Era un sitio que me gustaba mucho, pero al año y medio tuvieron un problema entre socios y cerraron. Me vino a buscar un hombre que se llamaba Juan Ernesto Vigón, que de aquella llevaba el llagar El Quesu, y tenía la parrilla Buenos Aires".

A la guerra en Yugoslavia. "Estuve trabajando dos años en el llagar hasta que me tocó ir al servicio militar. Me quedé algo más de lo que era obligatorio porque me gustaba y era un poco masoca. Casi me mata mi madre cuando llegué de vacaciones y le dije que me había apuntado voluntario para ir a Yugoslavia. Fui de los primeros cascos azules que se mandaron para allá. Mi pobre madre me dijo de todo. Fuimos primero a la base de Viator, en Almería, y estuvimos allí dos meses de preparación. El 4 de noviembre de 1992 partimos en un buque de guerra hacia Splitz. Estuvimos cambiando cada quince días de pueblo. De aquella la cosa estaba muy mal. Había una guerra poco ética, cosa de territorios. No nos gustaría a ninguno. Pasé casi cuatro meses allí".

El amor llegó de vuelta a Asturias. "Volví a Oviedo y fui a trabajar a la parrilla Buenos Aires, en el Naranco. Hacíamos muchas horas. De aquella estaba soltero, pero luego conocí a una chica, a los 22 años. Su madre trabajaba allí y cuando la iba a buscar empecé a quedar con ella. La invité a tomar un café y ha sido el más largo y prestoso de mi vida. Vamos a hacer 21 años casados y tenemos cuatro hijos. Aquí en el Campa hago el turno de tarde y noche, así que por la mañana puedo estar con ellos. ".

El hombre del Campa. "Llevo 17 años en el Campa. Muchas veces tuve ofertas muy buenas para cambiar, pero ya probé de todo, incluso abrí un bar propio en la Monxina. Estaba muy bien, pero por un problema con las instalaciones acabe teniendo que cerrar. El dueño del Campa volvió a hablar conmigo y me dijo que volviera. Aquí están contentos conmigo. Me presta que haya clientes que me quieren y vienen a verme al bar . Es un orgullo ver a las generaciones crecer. Vienen los abuelos, los hijos y los nietos de los abuelos. Siempre dicen: 'Miguel, me acuerdo del pincho de pollo de chaval y de la tocha'. Dar con gente agradable es una de esas cosas que te ayudan mucho en el trabajo".

Los hijos, el pilar de su vida. "El mayor tiene 21 años, cuando me casé tenía siete meses. El segundo hace 19 en diciembre; otro 13 y el pequeño tiene seis años. Es el único que me hace caso (ríe). El tiempo libre se lo dedico a ellos. Voy a donde quieran. De pequeños siempre los llevaba a los entrenamientos y a los partidos de fútbol. Son mi satisfacción y mi orgullo. Y ojo, hay incluso quien dice que soy buen padre. Como todos los progenitores siempre quieres, o más bien prefieres, que estudien, que tengan una carrera, pero esto de la hostelería no es un mal trabajo para empezar a conocer la vida y dedicarse a un oficio. El mayor hizo los módulos de peluquería y a ver si sale un buen barbero. Esta en prácticas, se le da bien y le gusta. Si cansa y tenemos que abrir un bar familiar, lo abrimos.

La historia del "siempre" y darle nombre a una cerveza. "Anécdotas y cosas llamativas vives muchas. Tanto buenas como malas. De la que llegué a este bar había mucho delincuente por la zona y ahora es otra cosa. Lo de decir 'siempre' empezó con unos clientes que lo repetían todos los días y luego se pegó. Lo de "la tocha" es otra cosa llamativa. Aquí llamábamos "tochas" a las litronas de cerveza, fueran de la marca que fueran. Con el tiempo incluso los de la cervecería Belenos llamaron una cerveza así, porque se decía aquí. Tuvimos muchas marcas, pero la última fue la que ya adoptó oficialmente ese nombre. Lo tienen patentado, pero vino de aquí. Respecto a la palabra 'siempre' se acabó llevando a todo, incluso a dos sucursales del bar que montamos. La gente se acuerda de eso mucho más que del nombre. Si no se lo digo un día a la gente ya se quedan extrañados. En vez de responder a un ¿qué tal? con un típico bien, decimos 'siempre' ".

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