La plaza de la Catedral celebró, ayer, la noche del orgullo negro. La superioridad de la raza a la hora de descolocar la cadera y meter el ritmo hasta los huesos quedó sobradamente demostrada con un trío de conciertos que, de alguna forma, resumieron una parte importante, de la historia de la música popular contemporánea, desde África a Estados Unidos pasando por el Caribe. El bluesman de Carolina del Norte Big Daddy Wilson deleitó con un repertorio extenso y accesible de música negra en sentido amplio: blues, soul e incluso reggae. Los cubanos "Orishas" pusieron la plaza patas arriba y para la madrugada se esperaba que Oumou Sangaré, la cantante de Mali, condensara toda esa tradición en una sola palabra: África.

También incidieron en esas raíces los "Orishas". El trío cubano, en esta nueva versión, siguen combinando en su justa medida rap y canción, con un espectáculo colorista, desbordante en colores, con vientos eficaces y una dinámica de fiesta que ya no paró en toda la noche.

Hiram Riverí Medina, Roldán González Rivero y en especial Yotuel Romero, voz recitadora y batuta del espectáculo, llevaron al público donde querían. Abrieron con un clásico, "Represent" y siguieron jaleando al personal hasta desembocar en el tremendo himno "A lo cubano".

Lo de "botella de ron, tabaco habano, chicas por doquier, poche en café guano" encendió, aún más la plaza. Botes y devoción.

Antes, los "Orishas" habían declarado su interés por la tradición que se oculta en sus raíces y que conecta África con España. También sacaron al escenario, ejemplo del sincretismo musical del que sale todo esto, a uno de sus hijos. El pequeño, un nenín, acertó a ponerse una trompeta de juguete y tocar dos notas. Suficiente.

El resto del espectáculo fue entre el rap y el son, entre el pop y la fiesta, con unos visuales 3D efectivos y algunas colaboraciones especiales, como cuando Beatriz Luengo, pareja de Yotuel, se subió para cantar "Havana 1957".

Antes del cubanismo, lo de Big Daddy Wilson había sido un concierto de blues de los de ahora. Big Daddy es un artista crecido y desarrollado profesionalmente en Europa, el continente que recuperó y salvó a los grandes (de Muddy Waters a Memphis Slim). Y eso se nota a la hora de ofrecer al público un repertorio que va de clásicos como "Grinin' in your face" del último Son House a composiciones pantanosas a lo Howlin Wolf ("Cross Creek Road").

La banda que acompaña a Bid Daddy Wilson son unos italianos en forma. Lo demostraron a lo largo del concierto y en el "medley" (mezcla) de clásicos con el que se despidieron (de "Stand by me" a "My Girl") hasta acabar con aquella "canción triste" de Otis Reding, la del "fa-fa-fa-fa...".

Big Daddy, voz portentosa y presencia, demostró que está en condiciones de tomar el testigo de otros músicos que en su madurez han sabido darle toda la emoción y popularidad al género, en la línea de Solomon Burke.