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Carlos Fernández | Ingeniero técnico agrónomo

Agua mineral

Agua mineral

Era la una de la tarde; la pareja se sentó en una terraza de Gascona y el hombre dijo al camarero:

-¡Pon una botella de la mejor sidra que tengas!

Me gustó la expresión y se lo dije. Le pedí permiso para usarla si algún día me hacía falta vender asturianía. El tipo era hábil:

-¿Con una mujer así a mi lado crees que puedo pedir sidra corriente?

-No existe la sidra corriente -respondí-; pero te quedaste algo corto, yo en tu lugar hubiese pedido una caja -dije, señalando a su compañera, que me recordó a Ava Gardner. Bueno, en realidad todas me recuerdan a Ava Gardner.

Una de las ventajas de las fiestas es que alegran y abren al personal. Cualquiera habla con cualquiera, se crea una atmósfera de compadreo, de familiaridad, máxime si empiezas con la sidra tempranín.

Después de una ingesta abundante de cualquier bebida que merezca la pena, que es lo que corresponde tras una visita pastoral a los chiringuitos y garitos de la zona, a unos les da por llorar, a otros por largar lo que tienen en el buche. A mí, por el piropo; por supuesto respetuoso y verdadero; la persona piropeada tiene que ser digna de ese reconocimiento; eso es sagrado. Lo contrario es engaño. Aunque conviene avisar: en esta época de neofascismo, por un piropo pueden caerle a uno seis meses y un día.

A media mañana del sábado quedé con Jerónimo Granda, amigo admirado, en el Bar Dólar. Saboreando unas manzanillas jerezanas hablamos de la visita de los Reyes y de la Princesa de Asturias a Covadonga.

-Como estos Borbones sigan teniendo rapacinos vamos a quedar sin Parque Nacional, tendremos que hacer miradores adosaos? -largó el Jero.

Recordé cuando piropeé -por el sistema técnico del rebote- a la Leticia, cuestión que era un reto para mí, en una visita de la pareja real a Los Oscos. Saludé al Rey y le dije:

-Majestad, tras ver en persona a la reina le envidio profundamente, y no por ser Rey.

Él me dio la manuca mirándome raru, pero sé que a ella presto-y pola vida. Había un alcalde cerca que me dijo que no me matarían, solo me romperían las piernas. Pero debieron de olvidarse porque no sucedió.

La tercera manzanilla me dio elocuencia; empecé a defender a La Corona.

Los vinos dan sed. Propuse ir al chiringuito del Club Ciclista Colloto a saborear una caña pero era temprano y solo estaba abierto el Pinón Folixa. Decidimos tirar para El Fontán a tomar un culín por aquello de "sidratar".

Después de los culinos beatíficos había que forrar algo. Tiramos para La Belmontina, que se come bien y barato, pero sobre todo porque tiene los servicios higiénicos en el bajo, no en el subsuelo, lo que para los paisanos de edad es fundamental. La calle ya se animaba. Gente en Casa González Suárez, en Jamón Jamón, en el antiguo Florida, en La Gran Vetusta?

No hay nada mejor para la conversación a media tarde que el whisky, que además es extraordinario para los hipertensos, o eso dicen, y a su vez entona el cuerpo para los obligados mojitos de la noche en medio del barullu y les muyeres.

-Papá, ¿a dónde vas con tus años? -me dice mi hija

-¡Lo vintage está de moda, amiguina!

Y es que como estas fiestas no lo hay. Yo solo les encuentro una falta: que a ninguna autoridad se le ocurra cortar al tráfico la calle Uría estos días para romper la insularidad del Campo de San Francisco.

Ayer fui a desayunar sobre las diez a La Corte. Me senté en la terraza solitaria porque necesitaba leer LA NUEVA ESPAÑA sin revuelo a mi alrededor; el ruido, incluso el moderado, me afectaba a las meninges. Algo de lo que había tomado el día -y la noche- anterior me había hecho daño. Llegaron dos tipos -cuarentones- sin duda de vuelta de la fiesta. Eran unos borrachos educados. Uno de ellos con sombrero de paja. Se sentaron en la mesa de al lado, para mi desgracia. Se pusieron a cantar -bajín, eso sí- canciones de los "Beatles". No lo hacían nada mal. Cada vez que acababan una se reían flojos y decían. "Qué maricones?". Imposible leer la prensa. Después pasaron a lo autóctono: "la alegría de les moces, el olor de la mazana?". Siguió La Traviata. Cantaba uno, y cuando acababa el gorgorito el otro decía: "¡Joooder, uauuuu!". Yo ya no leía nada, solo escuchaba. Pasaron a los "Platers". Uno fue al servicio y tenía un enfile monumental, casi se mata. Pero sin perder la compostura. Bebían cervezas. Pero la sorpresa vino al final: de súbito uno se levantó y dio la mano al otro diciendole: "Amigu, encantao de conocete". El del sombrero de paja, sentado, respondió: "oohh, year, si algún día vas por Cangas?". Mientras el primero se alejaba, el del sombrero, impertérrito, quedó cantando con voz de bajo: "Santa María, en el cielo hay una estrella?". Una borrachera envidiable, ideal. Algo así solo la da la práctica. Y San Mateo.

¿Con quien habrá que hablar para que estas fiestas duren un mes?

Confío en que mi médica no vea este artículo. En una revisión general días atrás me preguntó:

-¿Bebida?

-Nada de nada, ni gota. Solo agua mineral.

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