Ana Rosa Arce y Joaquín Margaretto nunca habían visto algo igual. "Espectacular", acertó a decir ella al acabar de jugar con los punteros de luz que servían para activar los efectos de realidad virtual y sonido en los muros del interior de San Juan el Real. Artifon VI, la producción creada por los artistas checos Tomás Dvorák, Dan Gregor y Ondrej Prucha para la Noche Blanca, convertía la basílica en la pantalla de un videojuego gigante: alguien daba un toque a un ángel de los que están pintados sobre el altar mayor y la figura estallaba en colores, tocaba el cordero que lo preside y se escuchaba un sonido como de otro mundo, deslizaba el puntero por las columnas y parecía que un músico pasaba los dedos por las cuerdas de un arpa. Todo eso con la iglesia abarrotada de gente y multitud de personas esperando a la puerta, con colas que se extendían en ambas direcciones de la calle Melquiades Álvarez.

La organización de la Noche Blanca habilitó dos entradas, por la izquierda los que querían jugar y la principal para los que se contentaban con mirar. El interior se despejó de bancos para que dar cabida a más público y los jugadores, que iban pasando en grupos de diez y que solo podía usar los punteros de luz durante tres minutos, y de cuatro en cuatro; luego salían por la puerta de la derecha. Y así estaba previsto durante toda la noche, ininterrumpidamente, hasta las tres de la madrugada.

María José Casanova, que se animó a entrar en el juego con sus amigas, salió de San Juan sonriendo y declarándose "encantada" con la experiencia.