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"No me vendió a mí porque no pudo", dice la madre de un ludópata de Oviedo

"No debemos tratarlos como viciosos, es una enfermedad mental, mi hijo llegó a apostar todos sus regalos de Navidad", dice la mujer

"No me vendió a mí porque no pudo", dice la madre de un ludópata de Oviedo

El drama de los jóvenes adictos a las apuestas deportivas y a los juegos de azar -el número de afectados se ha triplicado en Oviedo en los últimos dos años- está dinamitando la estabilidad de muchos hogares en la ciudad y en toda la región. Las familias de los jugadores sufren a diario las consecuencias de una lacra que se extiende a la velocidad del rayo y que ya está provocando las primeras reacciones políticas y vecinales en Oviedo contra la proliferación de las casas de juego. Rosa es el nombre ficticio de la madre de un veinteañero que estuvo tres años inmerso en el "infierno" de las apuestas y que ahora, a pesar de su juventud, ya es un ludópata rehabilitado que tendrá que vivir para siempre luchando para no recaer en una enfermedad que se considera crónica y que "no se cura con pastillas". El relato de la mujer sobre su experiencia es espeluznante. "Mi hijo lo vendía todo para jugar. No me vendió a mí porque no pudo", asegura.

En casa de Rosa tardaron en enterarse del problema que tenía su hijo. "Normalmente las familias se enteran cuando todo está ya muy avanzado. El niño estaba estudiando fuera de Asturias, pero cuando venía también jugaba y fue una persona de confianza de aquí la que nos avisó de que estaba 'tonteando' demasiado con las tragaperras y con las apuestas. A partir de ese momento nos pusimos en guardia, empezamos a atar cabos y nos dimos cuenta de que era mucho más que un tonteo", explica. "Nosotros le mandábamos dinero, pero dejó de pagar el alquiler del piso en el que vivía. Malcomía, no compraba libros ni hacía fotocopias para la facultad, no compraba ropa... A lo mejor me pedía que le ingresase veinte euros para comprar calzoncillos y cuando venía de visita no los tenía. Y lo hacía casi todas las semanas", señala la mujer.

Las cosas fueron a más. "Nos pidió un ordenador para sus estudios y al poco tiempo ya no lo tenía. Mentía continuamente, nos decía que se lo había dejado en el piso, pero no era verdad. Lo mismo pasó con una raqueta, con una televisión que se llevó de casa... Unas navidades se gastó en sólo dos días todo el dinero que le regalaron sus abuelos y otros familiares como regalo, y no fueron precisamente cincuenta euros", dice Rosa. Pero llegó un momento en el que las mentiras ya no colaban. "No tuvo más remedio que contarnos lo que le pasaba, pero como vivía en un engaño propio y ajeno no lo dijo todo. Los ludópatas necesitan ayuda, de ese problema no sale uno solo, y hasta que no empezó a rehabilitarse aún nos escondió muchas cosas".

El joven encontró "la salvación" en las terapias del colectivo de Ludópatas Asociados en Rehabilitación del Principado de Asturias (LARPA), que se imparten en Oviedo. "A nosotros nos tocó vivir etapas muy difíciles. Al principio tenía 'mono' y quería salir a jugar. Aún tenemos que controlarle los gastos, estar pendientes de lo que hace y dónde va... nadie está libre de una recaída y eso nos asusta. Eso sí, la labor de LARPA ha sido fundamental", asegura Rosa, que quiere enviarles un mensaje a otros padres afectados por el problema del juego. "Tienen que tener en cuenta que se trata de una enfermedad mental y no tratar a sus hijos como unos viciosos. No hay que hacerlos sentirse culpables. El dinero y los objetos dan igual, lo importante es recuperar a la persona. El problema se está yendo de las manos y ya afecta a muchos jóvenes. Se puede salir, pero tampoco hay que pensar que es una broma", afirma.

Una casa "deshecha"

Por supuesto que no es una broma. Y si no que se lo pregunten a Manuela (nombre ficticio), la mujer de un ludópata ovetense que comenzó a jugar de joven y estuvo hasta los 45 años enganchado. "Con un jugador en casa, la familia se queda deshecha. Él no controlaba lo que hacía y era yo la que tenía que arreglármelas para pagar sus deudas. Al final nos quedamos sin nada y acabaron embargándonos el piso", dice la mujer. "Cuando un ludópata está jugando no le da valor al dinero, no se acuerda de su mujer ni de sus hijos. Llegamos a un punto en el que éramos como dos extraños viviendo en la misma casa porque todo eran discusiones y mentiras", explica la mujer. "Llegó a gastarse 600 euros en una tarde, pedía microcréditos, adelantos de la nómina en el trabajo... Fue horrible", añade.

Pero hace cinco años, paseando por el Fontán, se encontró con los integrantes de LARPA repartiendo folletos sobre su asociación. Era el Día sin Juego. "Cogí uno y se lo di. Él me dijo que lo tirase, pero le contesté que se lo iba a dejar en la mesita, que se pensase muy bien lo que quería hacer con su vida y con la de su familia. Por suerte accedió y ahora, aunque recayó una vez, está rehabilitado", explica Manuela. "A los jóvenes les diría que se piensen muy bien dónde se meten. Se puede salir, pero cuesta muchísimo", subraya.

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