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Los cultivos del Paraíso

Los álamos de Monet

Las infusiones de la corteza tienen efectos diuréticos

Hojas de álamo. PELAYO FERNÁNDEZ

Si las sorpresas no llegasen de forma súbita no serían sorpresas. Me habían invitado a una celebración, a la que me acercaba conduciendo sin prisa, la mañana era soleada y apacible, en Radio 3 sonaba Diana Krall. Me fijé en una alineación preciosa de álamos recortada contra un cielo limpio adornado por las líneas blancas de dos aviones deslizándose hacia el Sur.

"Un paisaje trabajado por un pintor", me dije. Y ese pensamiento me arrastró a un cuadro de Monet llamado "Campos de primavera". Pensé que a aquella visión apacible solo le faltaba la enigmática mujer de sombrilla celeste y bolso rojo, que siempre me pregunté quien sería.

El acto ya había comenzado, y el local tenía un buen nivel de gente. Estaban con los discursos, y como generalmente son insulsos, me dediqué a una de mis evasiones favoritas: observar a los asistentes y clasificarlos conforme a su aspecto. "Ese hombre apacible, algo barrigudo y traje azul puede ser senador.

La chica nerviosa de vestido rojo estudia enfermería?". De sobra sé que hay príncipes con cara de fontanero, y chóferes jubilados con aspecto de catedrático emérito, pero me agrada imaginar. Soy varón clásico y me fijé más en las mujeres. Casi todas vestían bien. Las muy jóvenes, aprovechando su tipo aún no degradado, llevaban ropa ceñida, o muy corta, y todas eran atractivas pues "no hay veinte años feos".

Tenían más potencia en el intento de gustar las entradas en la treintena. Los hombres usaban en su mayoría trajes, como comprados para una boda, limitando su toque de estilo a la corbata de colores impactantes. De pronto la vi. No tenía sombrilla azul, pero sí la clase necesaria para formar parte de una pintura impresionista. Con álamos o sin ellos.

Hay varias especies de Pópulus, o álamos, aunque los más comunes son los "nigra". Rápidos de crecimiento pueden alcanzar los treinta metros sin especial dificultad.

Su madera, en contra de la creencia popular, posee cierta calidad una vez que el árbol alcanza su madurez. Aunque se usan en jardinería, sobre todo pública, no es una especie idónea para ello porque allá por mayo o junio producen semillas en tal cantidad que llenan la calle -y el interior de las viviendas próximas- con su característico y molesto algodón blanco.

Al margen de su uso maderable y jardinero, el álamo es toda una especie medicinal. Las infusiones de su corteza y sus hojas jóvenes tienen efecto sudorífico y diurético, y en cataplasmas van bien para el tratamiento de heridas y las molestias reumáticas, artritis o gota.

En un ungüento con aceite o grasa alivian las hemorroides. Y en inhalaciones ayudan en catarros y sinusitis. Ya saben que en la naturaleza también está la farmacia, aunque siempre añado que el ambulatorio es un gran invento.

Cuarenta y tantos años, alta, atractiva, pelo corto, vestía una blusa estampada en la que dominaba el rojo y falda entallada marrón hasta la rodilla, pero su fuerza estaba en la amplitud de su mirada, la sonrisa firme y la naturalidad que irradiaba. Una mujer en la cumbre, digna de Monet.

Durante el vino español ella se acercó a saludar a la persona con la que yo conversaba, juez de profesión. En el instante en que se decían adiós los interrumpí: "Disculpe, pero antes de que usted se vaya me gustaría que supiese que es la mujer más brillante de esta fiesta. Créame, no hay nada detrás de mi comentario, salvo mi admiración por la belleza". Sorprendida por mi atrevimiento y sonriendo hizo ademán de abanicarse. Me saludó inclinando levemente la cabeza, y se fue.

El juez y yo quedamos saboreando un rioja y charlando sobre el mundo. Con la mujer, en una mesa próxima, se encontraba un hombre de sienes plateadas que imaginé sería su compañero. De pronto ella se volvió dándole la espalda, miró para mi sonriente, y vi como sus labios, sin voz, me dijeron "Gracias".

Hace mucho tiempo que no recibo un regalo así. En medio de la vulgaridad que domina hay mujeres con la elegancia de un cisne.

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