Manuel Calvo Abad (Oviedo, 1934), pintor y escultor, referencia inexcusable en la historia del arte europeo del siglo XX y un maestro de la abstracción geométrica, falleció la madrugada del pasado jueves en Madrid, adonde llegó siendo un niño y huyendo de la tragedia de la Guerra Civil y donde, con algunos paréntesis en París, Colombia y Brasil, había hecho su vida. Allí, en el crematorio del cementerio de la Almudena, lo despidió ayer su familia y sus allegados, con una bandera republicana cubriendo su ataúd y rodeado de sus obras, de cuadros y esculturas.

Sus amigos cuentan que Manuel Calvo siempre puso por delante sus convicciones políticas y personales; que fue un hombre "íntegro", incluso cuando sus ideas le perjudicaban y que, por eso, dejo pasar la posibilidad de tener mayor reconocimiento internacional y se mantuvo al margen del mercado, y durante muchos años ni siquiera tuvo galerista.

José de la Mano se encargaba de su obra desde hace apenas unos años y habla de él como alguien que "estuvo en momentos y escenarios trascendentales de la historia del arte contemporáneo". Fue amigo de los artistas del Equipo 57, convivió en París con los representantes de la abstración geométrica y estableció relaciones con los sudamericanos, a los que sirvió de introductor en Europa. Su galerista destaca, entre las exposiciones que el creador hizo a lo largo de sus últimos años, "El silencio. La pintura en blanco y negro de Manuel Calvo", en 2014, en la Fundación Oteiza, al que el ovetense conoció, y admiraba como artista y como persona. Eso hizo que aquella exposición fuera una de las más memorables para él.

Antes Manuel Calvo había presentado una retrospectiva en el Museo de Bellas Artes de Asturias, que mantiene expuesta su obra en la sala 24, en la segunda planta, incluido un cuadro de 1963 de la serie "No a la violencia". Alfonso Palacio, el director de la pinacoteca regional, lo considera "un artista clave del arte asturiano y muy relevante del tercer cuarto de siglo XX en España, que trascendió el ámbito nacional". Se inició en el fauvismo y el postcubismo, y entre 1957 y 1963 se puso a la cabeza del arte normativo español. Con la galerista francesa Denise René se colocó en el epicentro del arte europeo de los 60, hasta que rompió con ella cuando le hizo elegir entre figuración y abstracción.

Esa firmeza en sus convicciones, hizo que Manuel Calvo fuera visto por mucho como una personalidad singular, con todas sus consecuencias. A partir de 1963, el artista emprendió una segunda etapa, con tintes expresionistas y orientada al realismo social. Comenzó su vinculación al grupo de grabadores Estampa Popular, y a medida que se adentraba en la década de los 70 lo hacía más y más en el realismo.

La obra de Manuel Calvo está en el Museo de Arte Contemporaneo Reina Sofía. El centro ya contaba con una representación de su producción artística, que creció con la donación que él mismo hizo hace unos años y que forma parte de la exposición permanente.

El crítico de arte Luis Feás, que cultivo su amistad, lo considera "un histórico de la abstracción geométrica y el realismo social", que sacrificó su celebridad para mantener su integridad. "Su obra es fundamental, su trayectoria larga y consolidada", según Feás. El pasado mes de febrero, cuenta el crítico para dar mejor idea de su forma de ser, participó por primera vez en Arco y cuando supo que la dirección de la feria había retirado una polémica obra de Santiago Sierra comunicó su intención de descolgar las suyas, en un gesto de solidaridad con su colega.

Trabajó hasta el final, gozaba de buena salud y su muerto ha sorprendido a sus cinco hijos: Silvia, Manuel y José, de su primer matrimonio, y Aysha, del segundo. Hace solo unos días que comenzó a sentirse mal.

Manuel Calvo era hijo del director del matadero de Oviedo, fusilado durante la Guerra Civil. Su madre se lo llevó de Asturias con sus hermanos, se instalaron en Madrid y al crecer Manuel se interesó por la música. Su madre, con espíritu práctico, consideró que debía estudiar veterinaria, como su padre, pero no pasó del primer curso, y fue después cuando encontró su vocación definitiva en las artes plásticas.

Calvo siempre mantuvo su afecto por Asturias. El pintor Bernardo Sanjurjo no supo hasta ayer por la tarde de su fallecimiento y lo recordaba como "muy bohemio, muy liberal y particular". La noticia de su muerte lo "conmovió" y lo dejó "agitado". "Lo apreciaba mucho, por su forma de ser y por lo que hacía", se sinceró. Otro de sus amigos, el escultor Fernando Alba, habló de Calvo como de un "bohemio hasta las últimas consecuencias, por vocación y coyuntura, y no siempre la bohemia es gozosa". Artísticamente, siempre estuvo "en las vanguardias" y en lo personal fue "un luchador siempre".