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Visiones De Ciudad

En esta ciudad no somos pijos

El escritor defiende el espíritu "participativo y colaborativo" de los barrios de la ciudad

En esta ciudad no somos pijos

Lo primero que recuerdo de Oviedo, aparte de la estación del Norte tras un largo viaje en tren desde Ponferrada, es la plaza Feijoo. En agosto de 1986 vine desde mi pueblo, Cacabelos, a matricularme en la facultad de filología inglesa, y aquí me quedé. Cada San Mateo, disfrutando de los conciertos del Concurso de Rock Alejandro Espina -acertadísima la dedicatoria- me viene a la memoria aquel momento en el que bajé del taxi y saludé con un efusivo buenas tardes a aquel Feijóo tan pensativo que, como no podía ser de otra manera, me ignoró con gran clase y parsimoniosa sutileza.

Fueron aquellos años muy locos, de noches interminables por las calles Mon y Oscura entre el Cecchinni, el Chanel, la Caverna, La Santa y La Santina, el Diario Roma, el No Name, La Reserva e incluso el Almacén, la Real y, cómo no, el Factory, lo que ahora conocemos como Tribeca, lugar de encuentro adolescente sito en el número 10 de la calle del Peso. Recuerdo ahora también a Poch, el cantante de aquella banda mítica de los años 80, Derribos Arias, que siempre atendía nuestras bizarras peticiones musicales durante su etapa como pinchadiscos allí. Incluso llegamos mis amigos y yo -tuvimos la osadía de formar un grupo punk tan ruidoso como efímero, Bicho, Evan and The Garbanzín Band- a actuar con él un jueves noche como teloneros de su espectáculo de cabaret tan divertido como surrealista; lo llamaba Los Hermanos Pinza. Sé que hubo aplausos y que la gente se divirtió. Poco más.

He de reconocer que, para un chico de pueblo como yo, Oviedo supuso un cambio radical, un paso del umbral que ya era notoriamente necesario en mi manera de ver la vida. Un primer curso en el Colegio Mayor San Gregorio, el último antes de que lo cerrasen para una más que imprescindible reforma, y varios cursos más en pisos de estudiantes, desde la calle Fray Ceferino a Aureliano San Román en el barrio de Pumarín. "Oviedo es una ciudad muy señorial, como muy pija, para entendernos", me solía comentar mucha gente, pero yo no lo veía así, y sigo sin verlo, la verdad, porque aunque haya un aspecto de mi ciudad que todavía nos puede remitir a la visión clariniana de Vetusta, considero que existen muchos oviedos diferentes y que todos confluyen en el mismo aportando al final una variedad, una diversidad de la cual debemos sentirnos más que orgullosos. Y lo afirmo desde una perspectiva foriata, por mucho que lo foriato en mí se haya ido mitigando a lo largo y ancho de los últimos treinta y dos años de este ovetense originario del mismo Bierzo vitivinícola.

Pero está ahí la insistencia, que sí, que nos lo recuerdan desde cualquiera de las cuencas mineras, o desde el mismísimo Gijón, hasta desde zonas subpajarianas muy variadas, que Oviedo es una ciudad muy pija. ¡Ja! Un paseo por mi barrio, Teatinos, les cambiaría esa idea en menos tiempo del que se tarda en escanciar una botellina de sidra compartida. Porque una de las grandezas de Oviedo reside en sus barrios, que no sólo del centro respira la ciudad. Aquí, en Teatinos, la calle está muy viva, que las caras de todos estos estudiantes foráneos un día cualquiera a, pongamos por caso, las diez y media de la noche no deja de ser un grandioso ejemplo de grata sorpresa ante una visión natural del fluir de la vida, tan acostumbrados ellos a vivir casi enlatados en sus, por lo general, flemáticos países de origen. Y nos saludamos en las tiendas, y aún preguntamos en la frutería o en la carnicería quién es el último o la última. Y todo eso, más que pijo, es sano, aunque a veces aparezca alguien que pretenda colarse.

Cada junio se celebra en Santullano la fiesta de Santa Filomena. Soy socio de dicha sociedad por herencia de Sabino, mi suegro, un ovetense de pura cepa que, con todo el cariño, me llamaba cazurro. Esta fiesta resume el alma de mi barrio, ese espíritu participativo y colaborativo que, por norma, define a los ovetenses. Eso, y que no existen bollos preñaos más ricos. Una verdad universal que sucede cada año justo al lado de San Julián de los Prados.

Me alegra saber que la cultura va ganando alguna batalla. Antes mencionaba el ambiente que se vivió en épocas pretéritas en las que la música en directo reinaba en locales de todo pelaje. Parece que vuelve a ser posible, porque una ciudad que no rezume cultura acabará durmiendo la siesta desde la sobremesa posterior al almuerzo hasta la madrugada del día siguiente. Hay micros abiertos a todo tipo de propuestas artísticas, desde poesía hasta cualquier arte performativa. En La Salvaje el primer jueves de cada mes, por ejemplo, o Histeria - nombre en honor del eterno Tino Casal - que tiene lugar el tercer jueves del mes en el Manglar, en la Calle Martínez Vigil, a eso de las ocho de la tarde-noche. Demos voz a Oviedo, que se nos escuche. Un pueblo sin cultura es un pueblo en letargo.

Ha llegado el momento de confesar un secreto que, en el fondo, no deja de ser una falta leve: fui al Molinón a ver al Sporting antes que al antiguo Tartiere a animar a nuestro Real Oviedo. Y reconozco que lo pasé bien aquella noche invernal de sábado con cada provocación de Hugo Sánchez, todo un espectáculo en sí mismo aquel nueve del Real Madrid. Pero regresé al redil con las orejas gachas, que a fin de cuentas el amor que vas adquiriendo por el suelo que pisas cada día, por las gentes con las que convives, por una ciudad que ha sabido sobrevivir a épocas aciagas, y que sabe y sabrá reinventarse así aterricen mil naves nodrizas sobre mil tartieres derrumbados, se va acumilando en tu interior y acaba superando toda adversidad, futbolística o no.

En mi época universitaria, solía volver de mi pueblo a mediados de agosto con la excusa de estudiar para alguna asignatura que había quedado ahí colgada para septiembre. Y es curioso, la ciudad sí parecía dormir la siesta veraniega allá por 1988 o 1989. No se veían turistas, casi no había ni una ruta de estatuas que recorrer. Y mirad ahora, grupos que van felices desde La Maternidad hasta Ana Ozores, disfrutando de una ciudad a la que seguro que regresarán, porque Oviedo es mucho Oviedo, y siempre esconde sorpresas por descubrir.

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