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La extorsión a fuerza y fuego a Alfredo Galán

El dueño de Almacenes Uría fue la víctima con la que más se ensañó la banda criminal relacionada con el zulo del Naranco, que intentó secuestrarlo y quemó su tienda

Un paraje del monte Naranco. IRMA COLLÍN

El teléfono de Alfredo Galán sonó a las ocho y media del 5 de octubre de 1977, mientras estaba desayunando. Una voz de mujer le dijo que su coche rojo estaba en el Naranco, cerca del Descanso del Vaquero, que ella iba mucho por allí y al verlo varios días aparcado se había acercado a mirar la cédula de identificación en el parabrisas, de ahí había sacado su nombre y de la guía telefónica su teléfono.

Entre los quinquis y los jetas, los robos de coche eran una plaga en 1979. Galán se había quedado sin su coche en el aeropuerto, a la vuelta de un vuelo de Madrid, el 14 de septiembre. Lo denunció. El martes 2, a la vuelta de otro viaje, le dijeron que había llamado la Policía Municipal diciendo que había aparecido el coche, pero fue al cuartel y no sabían nada.

El dueño de Almacenes Uría se puso inmediatamente en marcha para recuperar su Seat de gama media. Pidió a uno de sus empleados que tenía coche que le acercara al Naranco y reclutó a otro, un rapaz fuerte de 15 años, por si había que mover el coche a mano.

Buscaron caleya a caleya por donde había indicado la mujer. En la última, a un kilómetro de la carretera, apareció el coche, bien aparcado y calzado. Dentro del auto había un cartel en mayúsculas que decía: "Se terminó la gasolina. Muchas gracias por el coche".

El empleado mayor se fue en su auto a por una lata de gasolina. Después de algunos minutos mirando los alrededores, Galán y el chico entraron en el Seat para escuchar música. Con los pitidos de la media hora de Radio Nacional oyeron por los altavoces: "Salgan con las manos en alto que estoy apuntándoles con una pistola".

Un poco alejado, saliendo de un refugio hecho con ramas, Galán vio a un hombre delgado pero atlético cubierto con un casco que hacía señas con la pistola para que se acercaran.

Salieron del coche. Galán no acababa de creer lo que estaba pasando y acertó a decir que si era una broma estaba resultando pesada. El hombre sacó un papel en el que estaba escrito con rotulador rojo: "Esto es un secuestro. Sígame". En un instante en que dejó de encañonarlos, Galán y el chico echaron a correr. El hombre del casco apuntó al muchacho y echó a correr tras el empresario. Disparó una vez. Luego dos más.

Galán resbaló, cayó y el hombre le dio alcance y tiró de él sin hablar. Forcejearon. El atacante tenía los ojos azules.

Galán medía metro ochenta y era robusto de cuerpo y de carácter, pero tenía 59 años, había recibido varios culatazos y estaba cansado. El joven le echó algo a los ojos, que logró esquivar. Después le pegó un esparadrapo muy ancho en la muñeca, pero no logró maniatarlo. El forcejeo cejó. El empresario le ofreció veintipico mil pesetas que llevaba en el bolsillo para pagar una letra. El asaltante no las aceptó. Sin dejar de apuntarle fue retrocediendo hasta que desapareció.

Alfredo Galán regresó a la carretera y paró el primer coche que pasó. Viajaba en él una pareja que le acercó al Descanso del Vaquero.

Así contó el dueño de Almacenes Uría a LA NUEVA ESPAÑA el intento de secuestro. Decía que no se había amilanado y que de haber tenido una navaja habría reducido a su atacante, pero que el muchacho de 15 años había quedado en shock.

El susto empezó y acabó ahí. Lo que le siguió fue un acoso de meses disfrazado de terrorismo. Ahora, casi cuarenta años después, se aclara con el descubrimiento de un zulo en el Naranco que lleva a un asturiano, fallecido en 2012, conocido y bien relacionado, que encabezó un grupo criminal de tres o cuatro personas. Desde 1974 hasta su muerte este asturiano y su banda cometieron delitos en diferentes puntos de España. Se le relaciona con la electrónica y eso puede encajar con el truco de los altavoces.

La investigación policial siguió la tendencia estadística en este tipo de delitos planificados someramente y ejecutados de modo chapucero y dirigió las sospechas y las investigaciones al entorno más inmediato de la víctima: la familia y la empresa. Ratificó así las sospechas del desconfiado comerciante, que tenía en Asturias dos hermanos y siete sobrinos, uno de ellos entre sus treinta empleados.

Alfredo Galán había llegado a Oviedo en la posguerra para reabrir Almacenes Uría, el negocio textil que su padre, Genaro Galán Rodríguez, había instalado en 1929 en la calle que dio nombre a su negocio, la más comercial de la ciudad, y que había ardido durante la Revolución de Octubre de 1934. No volvió a abrir antes de la guerra porque el propietario no reparó el local. Ese Almacenes Uría estaba donde hoy se sitúa Sfera y donde proyectó miles de películas el cine Aramo. Genaro Galán había hecho una fortuna en América y luego en España y repitió su fórmula comercial de Oviedo en la calle Ordoño II de León.

Alfredo, el último de los siete hijos de Genaro, había nacido en 1920 y la Guerra Civil le estalló en plena adolescencia. Cuando terminó, trabajó en el comercio en Madrid y en Barcelona, donde tomó la decisión de abrir su propio negocio. Para conseguir el dinero de partida fue a Carbajales de Alba, en Zamora, de donde procede la familia, y reclamó a su hermano mayor la parte de la herencia paterna que le correspondía.

Con ese dinero reabrió en 1943 Almacenes Uría en la calle Magdalena, una arteria comercial del siglo XIX que se beneficiaba del mercado del Fontán, de la entrada de Madrid por carretera y, luego, de la de los autobuses de El Carbonero, procedentes de las cuencas mineras. Eligió un local del palacio de Vistalegre, una casa de mediados del siglo XVII, y lo fue ampliando con otro vecino hasta conseguir un espacio de 1.800 metros cuadrados, que prosperó en cada década, conforme aumentaba el consumo, por sus clientes de día de mercado, de las cuencas mineras y por las muchas modistas que compraban telas y cosían para fuera cuando la ropa era cara y el prêt-à-porter no se había adueñado del vestir.

Cuando Almacenes Uría cumplió diez años, su hermano Pepe abrió Almacenes Galán en la Casa Blanca, un edificio en el 13 de la calle Uría con fachada de mármol que encargó Ramón Martínez Cabal y diseñó el arquitecto Manuel del Busto en estilo art decó. Allí siguen. Los hermanos dejaron de tratarse. Cuando intentaron secuestrar a Alfredo hacía un año que Pepe había muerto.

El trabajo era toda la vida de Alfredo Galán, a quien no se conocían ocios ni vicios, gustos ni gastos. Trasladaba a la plantilla los modos propios de un padre severo. Era exigente, recto y austero, pero pagaba por encima del convenio de comercio. El día 12 de cada mes daba una paga con el suplemento y las comisiones. Veía crecer a sus empleados y a los mayores de 30 años les añadía una paga de beneficios a finales de año. En 1980, cuando su comercio ardió, siguió pagando a los trabajadores la diferencia que no cubría la Seguridad Social hasta la reapertura dos años después. Antes de morir su preocupación era asegurar la continuidad de la plantilla.

Pocos días después del secuestro frustrado del Naranco, Alfredo Galán recibió una carta amenazante que llevaba por remitente un sello de "ETA Asturcón".

¿Era para tomar en serio una división de ETA en Asturias? El ámbito oscuro de la extorsión terrorista durante la Transición podía venir de oportunistas de poca monta que se valían de las dos grandes marcas de entonces -ETA y GRAPO- o de ellas mismas. El 8 de julio del mismo 1979 ocho hombres y dos mujeres habían robado 130 millones de pesetas de la sede central del Banco Herrero en la calle Fruela. "Diario 16" abrió su primera página con la noticia titulada "Oviedo como Chicago". Los coches que usaron los atracadores habían sido robados en Bilbao y, según los testigos, su acento era vasco. Aquel mes, la plantilla de Hunosa en Oviedo cobró la paga de junio con unos días de retraso porque 90 de los 130 millones eran para ellos.

El intento de secuestro y la carta de "ETA Asturcón" llevaron a Comisaría a los trabajadores de los almacenes, uno a uno, para unos interrogatorios que empezaban con una toma de declaración normal y daban paso luego a una rueda de media docena de policías que buscaban las contradicciones y una confesión de culpa. La Policía supo muchas cosas de aquellas treinta personas, pero nada que las vinculara al intento de secuestro, ni a las llamadas telefónicas ni a la docena de cartas de extorsión en los 143 días que transcurrieron entre el episodio del Naranco y el incendio de los almacenes.

Las informaciones que contenían -y que sugerían que se trataba de una persona cercana- afectaron a Alfredo Galán, una persona dura, desconfiada, introvertida y con poca vida social. Galán era soltero. En el acoso le amenazaban con su sexualidad, aplicándole el prejuicio clásico a los solterones a los que no se conocía mujer. Se le atribuía haber tenido una amistad con "La Gamba", una agradable profesora con muy buena figura y una melena rubia a la que la belleza se le terminaba a la altura de la cara. Su apodo la hizo famosa en Oviedo y se repetía que de ella, como del crustáceo, "se aprovecha todo menos la cabeza". Oviedín?

Hubo un intento de pagar un chantaje. El dinero era falso y había sido facilitado por la Policía, que vigilaba toda la operación. Se llevó hasta el lugar fijado, pero nadie apareció para recogerlo. Al día siguiente, un comunicante se jactó en una llamada de saber que el dinero era falso. Eso hizo temer que hubiera algún infiltrado en la Policía. Algunas llamadas y comunicaciones sólo alardeaban de conocer movimientos y detalles de la vida de Galán que presionaban en su sensación de sentirse acosado y vigilado de cerca por alguien próximo.

La vida de Galán tenía rutinas firmes. Sólo viajaba para comprar a Barcelona y Madrid, y si podía intentaba volver una vez terminada la gestión para no gastar en alojamiento. Vivía de alquiler en una casa en mitad de la calle Campomanes, en un edificio normal y con un interior de una austeridad que arañaba la miseria, en la que cubría con corcho las humedades. Estaba a unos minutos de la tienda, a la que era el primero en llegar y el último en irse.

Alfredo Galán era multimillonario por lo que ganaba y por lo que no gastaba.

En la cena del día de Reyes que compartía con otros comerciantes de la zona en el modesto bar Aller no sacaba la cartera. Cuando empezó a comer pan integral, lo llevaba al bar en que comía el menú del día y exigía que le descontaran del precio el pan.

Como contraste, ese hombre al que los trajes le duraban demasiado tiempo, era uno de los benefactores en la atención a los pobres de la parroquia de San Juan, y en los años ochenta tuvo acogida en casa a una mujer sin familia ni techo. Lo hacía en secreto.

En la madrugada del 25 de febrero de 1980 los Almacenes Uría comenzaron a arder por varios focos. El incendio tardó doce horas en ser sofocado. Galán estimó la pérdida en cien millones de pesetas, una suma que hoy equivaldría a 2.629.000 euros. El incendio fue apagando el acoso y Galán no retrocedió. Reabrió en 1982 en la plaza de Daoíz y Velarde, en un edificio del arquitecto de La Guardia. La catalogación del palacio de Vistalegre y su compleja restauración demoraron quince años el regreso al local de la calle Magdalena. Almacenes Uría ha cumplido 75 años, tiene quince empleados y su propietario es Genaro Galán Rodríguez, uno de los sobrinos de Alfredo, un ingeniero que trabajó en Ensidesa y heredó la mayor parte de sus bienes.

La Policía acabó desechando las sospechas del entorno más inmediato del empresario, pero la desconfianza de su carácter y una enfermedad neurológica asociada con la edad hicieron que aún en 2002, dos años antes de morir, cuando vivía en el hotel Principado, vestía con abandono y calzaba playeros por razones de salud, comentara a algún conocido que seguía creyendo que alguien muy cercano había sido el responsable de aquella larga desgracia.

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