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Visiones De Ciudad

Adiós tristeza

La autora llegó a una ciudad húmeda y gris, la vio florecer y echó aquí raíces

Adiós tristeza

Llegué a Oviedo una tarde gris de finales de enero del 74 en el electrotrén que unía entonces Asturias con la frontera francesa. Venía a trabajar como profesora en la Alianza francesa con un contrato de cinco meses; debo reconocer que mi primera impresión de la ciudad no fue buena. Había dejado Toulouse, "La Ville rose", y llegaba a una ciudad gris, húmeda y triste. Me imagino que quien estaba triste era yo. Después de aquel viaje de 24 horas, el entonces director de la Alianza, Monsieur Cugnac, me invitó a cenar a la Gran Taberna. Fue mi primera experiencia con las tapas y el ruido.

Y la vi por primera vez a pesar de la poca iluminación y de los coches aparcados delante. Majestuosa y tan distinta. La catedral.

Los dos primeros meses fueron difíciles, no pensaba quedarme en una ciudad tan triste. Llovía sin parar. Echaba de menos a mi familia, a mis amigos, la luz de Toulouse y el río Garona. Buscaba el río en Oviedo. ¿Cómo era posible una ciudad sin río? Mi vida transcurría esencialmente en la Alianza. Aparte de mis clases, había muchas actividades culturales. Conferencias, teatro de la mano de Janick y el cine club Lumière en el que vimos todas las películas de Bresson. Siempre recordaré a Pepe, de la cafetería,¡ tan cariñoso! En ese lugar con mis alumnos y mis compañeros encontraba el calor que tanto necesitaba. Con algunos compañeros comía a mediodía en la Cocina económica o en el bar de la División azul. Había muchos estudiantes pero no compartía sus conversaciones, aún no hablaba castellano. Bailaba en Aristos los fines de semana. Recuerdo la capa del sereno cuando aparecía por la esquina de la calle Cervantes. Mis alumnos fueron también mis primeros amigos. Y así ha sido a lo largo de toda mi vida en la Alianza.

Una noche un amigo me llevó al Suizo. Entrar en aquel cabaret era como entrar en una película de Fellini, pero en modo triste. Nunca volví.

Todo cambió un domingo soleado en la plaza del Paraguas. Allí exponían los pintores. Conocí a dos chicos que me hicieron descubrir otro Oviedo, el Gato negro, primero y luego, por la tarde, el cine Palladium. A partir de aquel día, todo cambió. Cambió mi visión de Oviedo. Gracias a ellos. Aprendí rápidamente a hablar castellano para comunicarme con ellos. Carlos y Alberto tuvieron mucha paciencia conmigo. Nos gustaba el rock y el cine. Para el rock teníamos el pub Charlot con las vacas de Úrculo y Picos, donde Carlos ponía la música que tanto nos gustaba. Para el cine, había un montón de salas.

Con ellos descubrí la ruta de los vinos, el Manantial, los González, el Artabe, la primera; la segunda ruta era en la calle Altamirano, Casa Manolo y el Lito. En el casco antiguo, Las Mestas y los Caracoles. El Cechini y sus bocadillos de cecina. Y la tienda de antigüedades de "Esperanzona".

En este inventario a la Perec, recuerdo todas las calles donde he vivido. Primero, Valentin Masip, atravesaba el campo de maniobras para llegar a Santa Cruz. Luego, la calle Arzobispo Guisasola, luminosa y con árboles, el Campillín. Para ir a Santa Cruz, pasaba delante del palacete Aledo de la plaza San Miguel y me quedaba tras la verja para contemplar su hermoso jardín.

Y murió Franco.

Vivía en Foncalada, recuerdo las campanadas de madrugada anunciando su muerte y el desfile de los amigos en mi casa, preocupados, expectantes. Una semana de luto y para nosotros de charlas interminables, imaginando nuestro futuro.

Luego cambié para Rio San Pedro. Todos los días pasaba delante del Palacio de Concha Heres y de su impresionante invernadero. Una joya abandonada. A la vuelta de las vacaciones, había desaparecido. Fue desgarrador.

También estuve viviendo en García Conde, frente al Sport, donde a las tantas de la noche, con el dueño, cantábamos a Edith Piaf a grito pelado.

La ciudad empezaba a coger un poco de color, el de las amistades, de las risas, del cambio.

Las chicas dejaron el triste loden y los chicos, las trencas.

Tomar un chocolate con churros en el bar Sevilla con sus dueños imperturbables. Un vermut en Logos, una ración de angulas en el Niza. La dueña, Rosario, era un encanto. Las gambas a la gabardina en la Paloma vieja, comprar unas libretas antiguas en Benedet con sus dueñas inolvidables. Justo en frente del Campoamor, la Perla, aquel chigre oscuro con sus odres y el olor a vino y serrín. Los domingos, iba a comprar el pan al Molinón. Siempre había una cola impresionante, el pan era buenísimo, nada que ver con los despachos de pan de Panis, tan deprimentes.

A finales de los años 70, desapareció el Suizo y, en su lugar, abrió la Pizzería en la plaza de Riego; ¿un signo de los tiempos? Este sitio tuvo mucho éxito, todo una novedad en el panorama gastronómico. Poco después, la Palma en frente, el quiosco ideal para encontrar cómics y prensa extranjera, con Alberto Llavona al frente, siempre dispuesto a charlar.

Y hubo el 23 F, el susto y una larga noche delante de la tele.

Poco a poco fue cambiando la ciudad, abrieron muchos pubs en la zona antigua, los coches dejaron las calles del centro a los peatones, las casas se tiñeron de muchos colores, salieron magnolios por todas partes, bancos y jardineras?

Ahora me duele la ausencia de cines en el centro de Oviedo, estoy segura de que hay público para ello, basta con ir al cine del Filarmónica para comprobarlo. Me entristecen el estado de abandono de las zonas verdes del antiguo hospital y el deterioro general del propio hospital. La soledad de Julián Clavería, busto del escultor Victor Hevia. El estado del paseo de los Álamos. El cierre de tantos pequeños comercios entrañables.

Me gusta Oviedo cuando sopla el viento del sur, el que enamora o que vuelve loco, me recuerda el principio de La Regenta. Me gusta vivir en el barrio de Buenavista por su luz y por su gente. Poder ir andando a todas partes. Los pequeños comercios y el Fontán. El milhojas de Rialto y el helado de turrón de Verdú. Las terrazas soleadas. Ver llegar la primavera en el Campo San Francisco, el espino blanco en flor y las peonías. Y siempre, la Catedral.

Esta es mi visión de Oviedo, inseparable de su gente, imágenes del pasado que se yuxtaponen a las del presente. Pero, como Amélie Nothomb, tengo la nostalgia feliz...

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