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Visiones De Ciudad

Nostalgia de un aire muy respirable

Cuando desde el Naranco se podía ver un cielo nítido

Nostalgia de un aire muy respirable

La primera vez que vine a Oviedo, o mejor dicho que me trajeron a Oviedo, fue el día de mí nacimiento. Era un cálido julio del 66, una década en la que los niños dejamos de nacer en casa y empezamos a amenizar la vida de los hospitales materno-infantiles, como la maternidad de Oviedo, que había empezado a funcionar justo en aquellos años.

Desde entonces, mi historia con Oviedo ha sido y sigue siendo algo así como un idilio tormentoso en el que hay marchas y retornos, enfados y reconciliaciones. Mi familia no se instaló aquí hasta 1980. No obstante, recuerdo perfectamente mi primera impresión del Oviedo en donde ya vivían mi abuela y mi tía, en los años 70, un Oviedo en tonos grises, que ante los ojos de los que siempre nos hemos considerado de pueblo, se mostraba enorme e impersonal, como los espacios urbanos no domésticos, desconocidos e inmensos.

Fue en aquellos años de la recién estrenada televisión en color, cuando viví aquí mi primera nochevieja especial. Una noche en la que me sentí totalmente afortunado por participar en una reducida pero muy característica fiesta familiar, en la que mi abuela y mi tía eran las anfitrionas, las diseñadoras del espectáculo, y yo sin saberlo era la estrella invitada a tal evento.

Calles sin asfaltar

Por aquel entonces, era normal que hubiera calles sin asfaltar, como la travesía D 47, en la que, cuando llovía mucho, se formaba un charco enorme en donde se reflejaban los edificios y las nubes, los coches, los árboles y las personas. Un enorme y extraordinario espejo en el que se podían ver e imaginar cosas alucinantes e impensables. En esta ciudad también sobrevivía una osa en el Campo de San Francisco, que giraba su cuerpo como una bailarina para obtener el barquillo que le dábamos a través de los hierros de su jaula. Un Oviedo de fachadas ennegrecidas como la de la catedral, y una vida en los barrios en donde la gente decía: "vamos a bajar a Oviedo", cuando había que ir al centro para realizar compras en el gran comercio, gestiones burocráticas, o simplemente a pasear por las calles más céntricas y vistosas.

La explosión de color de los 80 cambió mucho el paisaje y el paisanaje, desde luego. La gente tomó las calles y se respiraba un aire de fiesta increíble, un tufillo especial que hoy no se huele por ninguna parte. Las fiestas de San Mateo eran grandiosas y muy populares, sobre todo cuando empezaron a celebrarse en el antiguo. En aquel ambiente ochentero, tan movido y sin complejos, salir de noche, ir a un pub, al cine, o a una discoteca, era sinónimo de vivir. Y cuando acudíamos Al bert Hall era como entrar en el cielo. Un cielo hoy sepultado bajo tabiques, ladrillos, y nueva construcción.

Después de haber pasado un tiempo por Madrid, Barcelona? retornar a mi Oviedo del alma fue algo así como terminar con el destierro. Sin embargo, fue al final de los 90 cuando decidí voluntariamente exiliarme y renunciar por un tiempo a vivir en este paraíso. Estaba un poco harto de que la ciudad hubiera sucumbido a la dictadura de las farolas de fundición, a las obras faraónicas, y a la política de los mega-impuestos. Así que abandoné mi lugar de nacimiento para no seguir soportando la visión desoladora de lo que había sido mi particular Edén.

Me mudé a la república independiente de Morcín, y fijé allí durante una década mi residencia, consciente de que aquello no era más que un lugar de paso. Pero transcurridos diez años echaba tanto de menos volver a patear Oviedo, que decidí reubicarme de nuevo en mi sitio. Cambié entonces de barrio, pero sin renunciar a Vallobas. Me instalé cómodamente en una zona abierta, verde y llena de vida. Un lugar estupendo sobre todo si te gusta correr, coger la bici y disfrutar del espacio despejado. Mi relación con la ciudad por entonces cambió notablemente, dando paso a una sensación de equilibrio, sosiego e integración constructiva que aun perdura.

Polución

El crecimiento de los nuevos barrios, ha generado una expansión hacia zonas verdes, más abiertas que ese centro un tanto encajonado. Lo malo es que la polución ambiental comienza a ser insoportable, por ello echo muchísimo de menos aquel aire tan respirable que había cuando llegué hace 38 años. Desde el Naranco, se podía ver un cielo limpio, una atmósfera nítida y libre de partículas en suspensión.

Máximo y Fromestano

Del Oviedo de Máximo y Fromestano, al de la Navidad de 2018, hay un viaje en el tiempo casi mágico, inimaginable. ¿Cómo sería este lugar, rodeado de bosques de castañales y carbayos? Un lugar en donde abundaban las praderas y riachuelos, y en donde la niebla y la llovizna perenne, hacían que la tierra siempre estuviera húmeda. ¿Quién podría imaginarse a esos dos personajes, tío y sobrino, ahora mismo en mitad de la calle Uría? Mirando aterrados hacia todas partes, espantados de tan terrible paisaje, tapándose los oídos con las manos para amortiguar el ruido insoportable, y elevando plegarias para que no se los comieran las bestias que corren como demonios por las calles. No es de extrañar que se taparan la nariz para no oler los extraños humos de la ciudad, y de que estuvieran totalmente aturdidos por el chorreo de estímulos y de sensaciones que jamás habrían podido imaginar ni en la peor de sus pesadillas. Se dice que un hombre hace mil años recibía a lo largo de toda si vida tanta información como una persona actualmente en un solo día. No es de extrañar que se volvieran chiflados en cualquier momento, al igual que le pasa a alguna gente a día de hoy.

No obstante, para mí, Oviedo siempre seguirá siendo ese histórico y monumental conjunto de piedras y personas, esas interminables y empinadas escaleras del Prado Picón, un concierto de "Ilegales" en plena plaza del Fontán, o las cuatro rosas de "Gabinete" sonando en el Cuentu. Esta cuidad en la que Ana Ozores sufrió, y en la que Michael Jackson dejó a la gente boquiabierta pero, sobre todo, ese Oviedo del martes de campo, de la gira, del bollu y del Asturias de Vítor entonada por la gente cogida de la mano, jadeante y sudorosa, pero alegre y feliz cuando se termina la fiesta. Y aunque hay otros Oviedos en el nuevo mundo, yo me quedo con este.

Tan solo echo de menos algún elemento dinamizador más allá del aire un tanto rancio y apoltronado del funcionariado ovetense, en el que me incluyo por cierto, y que parece ser la opción obligatoria de este belén humano, justo ahora que nuestro alcalde evita exponerlo, ¡que fastidio, hombre! Con lo que a mí me gustaba.

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