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La Bomba Del Fontán | Las Crónicas De Bradomín

De alto bordo

Un encuentro esperado con un amigo y un par de lecciones sobre las falsificaciones en el arte y en la vida

De alto bordo

Nuestra amistad nació en el antiguo cuartel del Milán. Ricardo cumplía el último ciclo de prácticas como Sargento de complemento. Nos licenciamos casi al tiempo. A partir de entonces solíamos vernos todas las semanas. El éxito como marchante de arte lo llevo a trasladarse a Madrid. Con el tiempo se convirtió en un experto y cotizado perista tasador de pintura contemporánea y trabajar para los más importantes coleccionistas. Todos los años coincidiendo con las fiestas de San Mateo viene a pasar unos días de descanso; este año, por diversas razones la cosa se retrasó.

Quedamos para comer. Tomamos un par de sidras en la plaza Trascorrales, antes de enfilar en dirección al restaurante. Al pasar por delante de la Catedral, Ricar, en silencio, quedó unos instantes observando el deterioro de la plaza, haciendo un gesto negativo con la cabeza antes de continuar. Disfrutamos de un almuerzo como los de antes, rematado con café, chupitos y buen puro, en el recoleto patio de La Gran Taberna. La sobremesa se prolongó charlando de nuestras cosas y de los temas recurrentes: plagios, títulos falsos, ítem. "Esas cosas no deben sorprenderte" dijo de entrada Ricar "siempre existió ¿Te acuerdas de Fermín?.

Fermín, era el escribiente en la oficina de nuestra compañía. Era un manitas falsificando todo lo imaginable: pases pernocta, permisos, carnés militares de conducir y autorizaciones de lo más diverso. Un fenómeno. Trabajaba en artes gráficas y sé de buena fuente que ganó dinero falsificando títulos de bachiller".

"Verás, terció Ricar, al poco de establecerme en Madrid, conocí a un trasnochado aristócrata que mercaba con todo tipo de influencias, concretamente con títulos nobiliarios. Decía tener lista de espera. Un día me confesó: la falta de certeza, la falsedad de datos, la carencia o pérdida de documentación fidedigna, hace muy difícil contrastar la autenticidad de bastantes privilegios; si el origen viene del extranjero peor aún. Se calcula que más del cuarenta por ciento de los títulos en vigor son falsos. No existe una fórmula mágica capaz de distinguir los glóbulos nobles, comprendes. ¿Supongo que en el arte sucederá otro tanto? "Mucho peor, Brado. Las falsificaciones, principalmente en pintura, las cifras son aterradoras. Calculo que no habría suficientes museos en España para albergar todo ese fraude". "Por cierto", continuó Ricar, "a partir de las siete tengo un compromiso en la iglesia de San Isidoro". ¿Un bodorrio? pregunté. "No, es un acto un tanto especial, un cliente".

Era sábado, trece de octubre. Estaban a punto de caer las siete de la tarde y comenzaba a verse animación por el entorno de Cimadevilla. Al cruzar bajo el arco del Ayuntamiento podía notarse expectación. Allí estaba la alcurnia, los linajes: el Cuerpo de Nobleza Asturiana. Pecheras repletas de medallas, entorchados y galones: simbología por doquier.

Creo recordar que en alguna crónica había mostrado mi curiosidad por estas pompas. Tengo que reconocer que todo este mundo azul de la hidalguía me tira. Me conformaría con poca cosa, un título de quinto o sexto rango, lo suficiente para enriquecer mi tarjeta de visita blasonada en purpura y oro, y la titulación en esperanto, por aquello del plagio. Cualquier otro sentimiento azulón, incluyendo el Oviedo, no sería comparable con la posibilidad de preservar de por vida la "horchata blue". ¡Dónde vas a parar!

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