"Se nos ha ido un grande. Una parte de la historia asturiana que deja un hueco irreemplazable en la gastronomía local". El fallecimiento de Marcelo Conrado Antón Pertierra dejó ayer desolados a sus familiares, amigos, colegas de profesión y a una infinita lista de clientes que pasaron por Casa Conrado y La Goleta a lo largo de cuatro décadas. El propietario de Casa Gerardo, Pedro Morán, fue uno de ellos. Se enteró de la muerte de Conrado en Madrid sintiéndose algo impotente por no poder consolar en persona a la viuda, Adelaida Riestra, y a sus hijos, Javier y Laura Antón. El hostelero murió en la noche del miércoles en la residencia Vetusta de la calle Uría. Tenía 73 años y llevaba ingresado allí cerca de una semana al agravarse el cáncer de pulmón que le habían detectado poco antes. Sus seres queridos mantuvieron la serenidad en el tanatorio de Los Arenales al recibir a las decenas de personas que acudieron en cuanto se enteraron de lo ocurrido. La sala se quedó pequeña para todo aquel cariño.

Javier y Laura recibieron con entereza los pésames a mediodía mientras su madre se retiraba a descansar. El nefrólogo Francisco Fernández Vega, amigo de Conrado, destacó de él su don de gentes. "Tenía la capacidad de conectar a las personas y a su propio equipo con mucha habilidad". El periodista Luis José de Ávila le definió como un hostelero irrepetible, gran asturiano, y "relaciones públicas de primer orden". Esa fue la cualidad de Conrado más repetida ayer por cuantos le conocieron y apreciaron. Una forma de ser que garantizó durante muchos años el éxito de sus negocios y se convirtió en marca de la casa. Por sus restaurantes pasaron representantes del mundo de la cultura, la política o los negocios porque encontraban la calidad gastronómica y la discreción que andaban buscando y también se curtieron grandes profesionales de la hostelería. Por ejemplo, el maître Saturnino González (que se jubiló en 2010 y falleció hace tres años), el jefe de sala Pelayo Lastra, el cocinero Jesús Martín o el camarero José Juan Sánchez, que hace un año, cuando Casa Conrado echó el cierre, comentó: "Mi primer día tuve a Gabino de Lorenzo en una mesa y a Vicente Álvarez Areces en otra, aluciné. A los pocos días, le serví al expresidente de México Vicente Fox. Era lo normal".

El pintor Manolo Linares, cliente habitual, dijo ayer que los restaurantes de Conrado "eran una sede social en la que había tertulias o se cerraban acuerdos en torno a una comida excelente". Muy afectada, Josefina Martínez (viuda del lingüista Emilio Alarcos y directora de la cátedra universitaria que lleva su nombre) lamentó profundamente la pérdida. "Alarcos y yo fuimos a Casa Conrado durante 30 años, siento que se me ha ido un familiar". El trato cercano del hostelero ha dejado huella en otros muchos como Santiago González-Alverú, organizador del premio "Ovetense del año": "Él fue un amigo bárbaro que me ayudó al principio, cuando nadie creía en mí. Luego organizamos el premio en Casa Conrado durante más de veinte años".

Conrado comenzó en la restauración de la mano de sus padres, Jesusa Pertierra y Conrado Antón, en el en el bar Asturias de Medina de Rioseco y más tarde en Oviedo en el Auto Bar de Melquíades Álvarez y en el restaurante Cervantes, en Jovellanos, hasta que en 1975 abrió Casa Conrado (muy cerca, en la calle Argüelles) y cinco años después La Goleta en la calle Covadonga. Una trayectoria aplaudida por colegas como Luis Alberto Martínez, de Casa Fermín, que forma parte -como Pedro Morán, entre otros- de Fomento de la Cocina Asturiana: "Su muerte me ha roto por la mitad porque nos unía una gran amistad y amor por Oviedo. Era un enorme profesional".

Hoy, en día Casa Conrado y La Goleta han cambiado de dueño tras un parón temporal. El primero está en manos del profesional Iván Suárez bajo la gerencia del hijo de Conrado, Javier. Y el segundo, regentado por el leonés Quico Álvarez.

La familia de Conrado le despedirá hoy, a la una del mediodía, en un entierro íntimo en el cementerio tinetense de Santullano (de donde eran oriundos sus padres) y mañana celebrará un funeral en la basílica de San Juan, a las cinco de la tarde.