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Aquellos cantares en el bar Artabe

A mediados de los setenta aún predominaba la costumbre de salir de vinos y entonar unas canciones alrededor de una botella, como una forma de divertirse y confraternizar

En la mitad de la década de 1970, cuando todavía la futbolería televisiva no lo invadía todo, y se limitaba a un partido en blanco y negro los sábados por la tarde, en muchos lugares predominaba la sana costumbre de cantar en algunos chigres alrededor de unos vasinos de vino. Es decir, cuando las pandillas hablaban entre sí, oralmente, y los botellones eran sólo unas muy grandes botellas de propaganda; cuando las plantillas de los camareros eran siempre titulares y apenas se movía el banquillo, todo era mucho más familiar. El propio chigrero podía ser, incluso, parte del magisterio de los cantares.

Por aquel entonces, la población escolar de la Universidad de Oviedo superaba los 45.000 estudiantes (en la actualidad no pasa de 17.000); las principales localidades asturianas (no digamos las menos importantes), y debido a las malas comunicaciones, estaban muy alejadas de la capital, de ahí que una buena parte de los escolares universitarios se viera en la necesidad de vivir en Oviedo durante todo el curso académico, en los colegios mayores, o en pisos de estudiantes.

Con este panorama el fin de semana universitario comenzaba al menos los viernes a medio día. En aquella década a la que me refiero, la céntrica calle San Bernabé convocaba una gran concurrencia con una ruta de vinos que, obligaba a todos los parroquianos a peregrinar desde "El Manantial" (con porrones de vino y bollinos de chorizo como Dios manda), hasta "Marchica" (con un caldo de pescado sobresaliente), pasando por "Los González", o "El Asturias" (con sus pinchos de ensaladilla de calidad), y más tarde "El Montoto" y sus mistelas varias, con Mercedes al frente, señora entre señoras, y con la Tuna de Minas rondando a medio día, y también alrededor, claro, de unos vasinos de vino.

Dada la concurrencia estudiantil, con la calle San Bernabé tomada por los coches aparcados a uno y otro lado de la vía, y la juventud apostada en las aceras, se precisaba algo mas que vino para iniciar los cantarinos.

En el epicentro de esta movida, el Bar Artabe (1965-1998), regentado por quien fue futbolista del Real Oviedo desde 1957 a 1963, Javier Artabe, y su esposa Manoli Cabeza, sumaban a su carácter afable y amistoso, gran querencia por los cantares, algunos de ellos, claro, de procedencia vasca como el propio dueño del chigre.

A la una de la tarde de los viernes y como si de una liturgia se tratara, la estudiantina universitaria se reunía al fondo del bar y sin instrumento alguno comenzaba los cantarinos. Juanín Uría, con un amplísimo repertorio asturiano (le venía de familia), era en buena medida el director musical de aquel cotarro que, no obstante iba sumando coristas de forma espontánea y sin reparo alguno. Uría, y previo reparto de las notas, empezaba la primera: "Madre, cuando voy a leña se me olvidan los ramales/ non se me olvida una neña/, que habita en los arrabales/". A este cantar le seguía siempre: "Que con la luna madre/ que con la luna iré/, que con el sol no puedo/, porque me quemaré/, y este otro: "Era, era de latón, era de latón, de latón era/, era de latón el cacharro de mi abuela/".

Con la presencia de algunos estudiantes leoneses, las canciones castellanas no podían faltar. Antonio Gásquez "El turco", comenzaba la primera: "Cuando se murió mi abuela, a mí no me dejó nada, y a mi hermana la dejó, sentadita en la ventana". Le seguía siempre, "Por el puente de Aranda se tiró, se tiró/, se tiró el tío Juanillo, pero no se mató/". Con algún escolar cántabro en la pandilla como Federico Ceballos, era de obligado cumplimiento rendirle culto a los vecinos: "Santander, bella tierruca/, Santander, montañesuca/, ¡viva Santander!/". El carbayón Valentín Cuervas-Mons también sentía gran querencia por las canciones norteñas: "Ahí viene Pedreña, ahí viene, ahí viene arreando estopa/ Y los de Fuenterrabía, se han quedado en la ciaboga/.

Después, José Ángel Getino comenzaba solemne, esta habanera: "Adiós, adiós, lucero de mis noches, canta un soldado al pie de una ventana "/.

Entre tanto Javier Artabe desde la barrera, espléndido chigrero, ponía sobre la barra otra botellina de vino. Si no, el reclamo de los escolares cantaba a coro como un resorte: "Qué buen vino hay en este bar ?..qué buen vino hay en esta bar /", lo que era coreado por toda la clientela hasta ver la hilera ve vasos llenos sobre la barra. Un brindis, y a seguir. El mismo Javier empezaba con este cantar vasco: "En el monte Gorbea, en lo más alto, hay una cruz de amor, que haciendo guardia en ella la hermosa Arratia?..".

Esto era sólo el principio del fin de semana, por la tarde la segunda sesión, ya en las misma calle Artabe, o en la Calle Mon. Por la noche, el Bar Sport o la Discoteca Brujas, donde nos esperaba el "Paso del Ecuador" de los estudiantes de cuarto de Medicina, y la Tuna Universitaria de Oviedo dando cuenta de ello con espléndidas actuaciones: " Alternando con los libros llevo un nombre de mujer/ que me sirve de amuleto a la hora de aprender.

La noche era muy joven, y se estiraba hasta el amanecer.

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