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ALBERT BOADELLA | Dramaturgo, mañana da una conferencia en la Cátedra Alarcos en Oviedo

"No se puede ser tan ingenuo como para creer que el librepensamiento no tiene sus contrapartidas"

"El gran ejercicio inquisitorial está hoy en la presión a colectivos; el muestrario de tabúes es monstruoso, y cuando se toca un resorte de ésos salta todo por los aires"

Albert Boadella, en una imagen de archivo, durante su última estancia en Avilés. MARA VILLAMUZA

Albert Boadella (Barcelona, 1943) habla mañana a las ocho de la tarde en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo invitado por la Cátedra Emilio Alarcos. El dramaturgo, bufón, fundador de Ciudadanos, azote del nacionalismo catalán y presidente de Tabarnia reflexionará sobre "Arte y libertad".

- ¿Qué significó ese binomio en sus comienzos, en plena dictadura?

-Era 1961 y el concepto de libertad era esencial. Existía la censura y había que tener un ingenio extraordinario para burlarla, porque te topabas con ella en cada línea. La evolución ha sido curiosa. Llega la liberad, esa barrera se desmonta pero uno se da cuenta de que la libertad de un artista sobre el papel es una cosa y la real de un artista es otra.

- Pero la profesión, con Franco, le ofrecería también una vida más libre que el resto.

-Sí, es obvio que la vida de un artista, si uno tiene ciertos niveles de miras, es de libertad. Si no, sería casi una vida de artista masoquista. La propia profesión aporta unos niveles anticonvencionales que permiten, por lo menos, una vida muy excitante. En 1961, la vida de los que no se dedicaban a estas cosas tenía aspectos más grises. Para nosotros era una exaltación de todo esto. Es decir, jamás tuve, sin duda alguna, una sensación de estar oprimido. Es curioso, pero salvo que entraras en unos terrenos, no ya de militancia, sino de acción política, no había complicaciones. En los espacios de vida que no estaban sometidos a estos detalles, la vida era enormemente divertida. Quizá, también, porque yo tenía veinte años.

- ¿Es más difícil disfrutar de la libertad a los 76?

-Las sensaciones no son las mismas, pero sí la de no tener barreras, salvo las físicas propias de la edad. En lo demás gozo de una absoluta libertad. Vivo de aquello que me pasa por la cabeza y muchas de las cosas las digo públicamente. Hay consecuencias, claro, porque cuando uno practica el librepensameinto no puede ser tan ingenuo de pensar que no habrá contrapartidas. Pero, en fin, también tienen su lado gozoso porque uno se da cuenta de que lo que dice, lo que hace, toca a mucha gente.

- Cuando antes decía que la libertad real del artista es otra, ¿se refiere a la autocensura?

-Ese es el tema actual en los países democráticos. Los límites administrativos son muy amplios, con muy pocas excepciones. El problema está en los propios límites que uno se impone. Y sucede que en el momento en que uno necesita de la administración pública para su expresión artística tiene siempre el riesgo de entrar en un tributo de vasallaje, de autocensurarse para no tener problemas, para ser una persona que no presenta problemas. Si no necesitas los medios de la administración, es otra cosa. Ahí la autocensura sería un problema personal, una patología, miedo, cierta cobardía. No es que no quiera que le vea mal el poder político, sino que no le vean mal los vecinos, los íntimos.

- ¿Pero hay autocensuras inconscientes, no?

-Es que hoy en día la presión a la que puede someterse un artista viene dada por la propia sociedad. Cuando uno, por ejemplo, entra en una obra en la que hay ciertas expresiones sobre la mujer, la homosexualidad o los fontaneros, automáticamente puedes ser masacrado públicamente por esos colectivos en las redes. Eso ejerce una presión muy fuerte. Puedes ser realmente crucificado públicamente por determinadas expresiones, y eso ejerce una coacción importante. El gran ejercicio inquisitorial no es el del código penal, reservado a cosas muy puntuales como la ley antiterrorista, sino la presión de muchos colectivos sociales.

- ¿Y la paradoja de este tiempo en el que las mayores "boutades" en twitter conviven con la revisión políticamente correcta de todo?

-Cada época y sociedad coloca sus tabúes. Los de 2019, por ejemplo, son sustancialmente distintos a los de 2000. Los tabúes con los que yo empecé han desaparecido. El de la religión. Hoy cualquier obra de teatro puede crucificar a Jesucristo del revés y convertir a la Virgen María en una prostituta. Habrá algún colectivo de poca influencia que montará un escándalo, nada más. En cambio, se han colocado todos esos nuevos tabúes, como los animales, por ejemplo. Ya no los queremos ver ni en el circo, y como coloques uno en escena, la tienes montada. Ahora hay un muestrario de tabúes monstruoso, y cuando se toca un resorte de esos, salta todo por los aires. Es la nueva censura, y no podemos olvidar que si hay algo esencial en el teatro es poder poner en juicio los tabúes. Ha sido así desde los griegos, que ponían en tela de juicio hasta a sus dioses. Esa es esencialmente la función de nuestro oficio.

- El espectador supongo que también se comporta de otra forma en el teatro.

-Sin duda. Por muchos motivos. Primero, porque un espectador puede ver ahora un suicido o un atraco en tiempo real, y esas cosas hacen que el espectador tenga la piel más gruesa. Eso, ser como un telediario, siglos atrás, formaba parte de nuestro oficio. Pero que eso se haya perito también es positivo, porque el teatro ha tenido que buscar su esencia más profunda, una representación de la realidad profunda, no epidérmica, un ritual de la realidad que busca más las emociones sensoriales. Así debería ser, al menos. Y es curioso que la danza ha tomado ese camino. En toda la historia de la humanidad, no habíamos visto los grandes espectáculos de danza que vemos hoy. Jamás. Tiene una dimensión que no había tenido nunca. Es el arte que más ha evolucionado en el siglo XX y el XXI. Ahora un "Romeo y Julieta" de Prokofiev casi impresiona más que la obra de Shakespeare.

- ¿Que hay del arte como propaganda?

-Aquí las administraciones no utilizan casi nunca la cultura como un elemento propagandístico. Muchos colegas se quejan, que no se habla nunca de cultura en el Parlamento. Pero viendo el personal que le tocaría hacerlo, yo a veces casi prefiero que no hablen. Quizá si fuera francés pensaría otra cosa.

- Siempre se queja de que nos falta esa excepción cultural de nuestros vecinos.

-Aquí falta que el ciudadano comprenda que no hay un placer más barato en la vida que leer un buen libro, ver una buena exposición, concierto, teatro... Eso, el español no lo ha entendido nunca, no le ha sido transmitido.

- Pese a ser una potencia cultural.

-Incluso superior a la propia Francia. Pero la diferencia es que el ciudadano francés ha entendido mejor que hay un placer una felicidad que ese puede encontrar en la cultura. En España no existe, no en la época de la dictadura y después, tampoco. Quizá en la transición en unas condiciones muy reducidas. Y eso ha sucedido por la idea política de que el arte hay que regalarlo.

- ¿El catalán sí ha entendido la felicidad que da la cultura?

-En otra época. Años veinte del siglo pasado. La burguesía catalana actuó de mecenas, hubo cierto interés. Eso existió y quedó un ligero eco, pero de lo que no hay duda es del estado actual de decadencia galopante.

- ¿Qué piensa del proceso revisionista a la transición por parte del entorno ideológico post 15M?

-Eso son ideas reaccionarias, el regreso a unos planteamientos ya liquidados, denostados y con pasados enormemente trágicos. Para mí, esa es la ultraderecha, como el nacionalismo. Van para atrás.

- ¿Boadella se quita la máscara en algún momento?

-Hay una parte profesional que no puedo declinar, y mi parte pública tiene que ver con mi parte profesional. Pero mi vida íntima la he mantenido íntima. Lo curioso es que en 39 obras que he hecho, sólo hay cinco sátiras, y ahora ya no me conocen por esos 60 años de oficio, sino porque hace un año me nombraron presidente de Tabarnia. Son contrapartidas. No puedes rebelarte contra eso.

- ¿El peso no le lleva a pensar en la retirada de la guerra pública?

-Esto es como "El Padrino", quiere dedicarse a la familia, pero eso imposible. Cuando empiezas creas una genética personal imparable en la que necesitas cierta lucha constante.

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