Fue una suerte de oficio en el que cientos de fieles, los que colgaron el cartel de entradas agotadas en la sala Tribeca la noche del viernes, rindieron tributo a los sumos sacerdotes, Zetazen y Nikone. Los dos madrileños, los dos de 25 años y los dos con orígenes en el rap y una evolución que les ha llevado por caminos que están muy alejados de lo establecido pero que cumple con partes del ritual de aquello que se llamaba rock.

Cuando Zetazen añadió a sus composiciones la guitarra acústica de J. Heras inventó algo que no es ni siquiera fusión. Es otra historia. Lo mismo que Nikone con su banda rock.

Y el público, veinteañeros como ellos, como en misa, disfrutando de la buena música.