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MARÍA FERNANDA AMPUERO | Escritora, interviene el jueves en la Biblioteca Pérez de Ayala

"Cuanto más vivo, más dudo que exista una familia que sea realmente feliz"

"Mi castellano no es de ningún sitio; no ser - pura en ningún sentido me ha permitido - tener salud mental, elijo lo que mejor suena"

María Fernanda Ampuero. LNE

Se podría aplicar el dicho de que "en todas las casas cuecen habas". Las familias, los hogares, las casas, sea cual sea su composición, su situación geográfica o su condición social, son la cuna de todo, también de la violencia. Es la reflexión que sustenta los cuentos incluidos en "Pelea de gallos", el libro con el que María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) revienta las costuras de lo establecido, de ese mundo de color de rosa en la que la infancia es el territorio de la benevolencia y la protección. El libro lleva cuatro ediciones y ha sido seleccionado como uno de los mejores del año pasado por la edición en español de "The New York Times". Ampuero estará el jueves en la Biblioteca de Asturias Ramón Pérez de Ayala (plaza Daoíz y Velarde) para hablar de su libro.

- ¿Qué son estas peleas de gallos?

-Un intento de abrir puertas y ventanas. De hablar de la violencia en las familias, que es el origen de todas las otras violencias. Intento ver lo que pasa dentro de las casas de los niños y adolescentes, de los que luego salen los adultos que nos encontramos en las calles.

- En casa, en familia, siempre se está bien.

-Estás como en una especie de secuestro, dependiendo de en qué familia nazcas. Cuanto más vivo, más dudo que haya una familia que sea realmente feliz. O de que las familias desestructuradas sean unas pocas. Todas las familias tienen una cierta desestructura y perversidad. Si naces en una familia especialmente violenta, eres prisionero al menos durante 18 años.

- Prisionero por dependencia emocional.

-Es una especie de síndrome de Estocolmo. La locura es que tardas mucho en darte cuenta de que lo que estás viviendo es inusual. Eso hace que la inocencia de los niños, tan alabada, sea un elemento más de perversidad. Los niños no se dan cuenta de que están viviendo situaciones de tortura física o emocional.

- Dicen de su libro que son cuentos de seres inocentes, pero en realidad es solo una disculpa para presentar seres despreciables.

-Todo tiene que ver con ser inocente. Las grandes violencias existen porque existe la inocencia. Las grandes perversidades y los grandes traumas se generan porque en algún momento tu creíste que eso no te iba a pasar a ti. Si tuviera que resumirlo, diría que es un libro sobre la pérdida de la inocencia.

- ¿La inocencia se pierde a golpes?

-Sí. Crecer es un proceso en el que te van rompiendo el corazón o lo que sea que guarde la inocencia. Crecer es darte cuenta de que lo que creías, que eras diferente y especial, que la gente a tu alrededor no te quiere hacer daño, es completamente falso.

- ¿Después de esa rotura es posible que la persona se reconstruya?

-Espero que sí. Ojalá. Pero a las pruebas me remito, a los feminicidios, las guerras, el tráfico de gente, de armas, de drogas, esa gente tuvo una infancia. Basta ver los informativos para ver que estamos haciendo algo muy mal.

- La violencia no entiende de clases sociales.

-Ni de países. Yo soy ecuatoriana y llevo 14 años viviendo en España. Antes viví en Argentina. Me decían que mi libro tenía un cariz muy iberoamericano y no es verdad. Las cifras de violencia intrafamiliar en España son inaceptables. Son para parar el país. No puede ser que en una capital europea estén matando a las mujeres en sus propias casas, violándolas en las fiestas populares. No puede ser. Qué estamos haciendo. Estamos siendo tan salvajes como en los lugares más salvajes del planeta.

- ¿No ve diferencia entre la violencia de Europa y la de Latinoamérica?

-En Latinoamérica son más pobres, no más violentos. Hay más pobreza y la pobreza tiene montones de cabezas. La educación; el hambre, que es una cosa fisiológica; también que has sido puteado durante generaciones y tu vida es una lucha constante contra los elementos y una frustración constante que genera una gran violencia. Lo que es inadmisible es que la violencia atraviese todas las clases y todas las razas. En ningún lugar nadie está a salvo. No tiene que ver con ser pobre o rico, mexicano o madrileño.

- En lo estético, en el lenguaje, el libro sí tiene una impronta muy latina. ¿Tuvo miedo de que eso provocase cierto rechazo a su obra en España?

-No, miedo nunca. Me sentí muy aliviada literariamente y en mi habla cotidiana. Andrés Neuman decía que abrazaba la condición de híbrido y yo pienso lo mismo. Mi castellano no es de ningún sitio. No ser pura en ningún sentido me ha permitido tener salud mental. Elijo lo que me suena mejor. Busco la musicalidad, cierta poética, aunque no soy poeta. Busco la belleza en la palabra.

- Sus cuentos son muy cinematográficos.

-La generación de los ochenta nos criamos con el cine. En Guayaquil, mi abuela vivía a la vuelta de un cine y en la tarde, cuando las mujeres no se querían encargar de los niños, nos mandaban al cine. Nos criamos con "La guerra de las Galaxias", con "E.T.", con Spielberg y George Lucas, crecimos con esa narrativa.

- Perdone que se lo diga, pero también hay mucho de realismo mágico en sus descripciones.

-Es imposible que no tengamos esa influencia aunque huyamos de ella. Todos los que nacimos a partir de los ochenta no queremos saber nada de gente que vuela, pero es imposible. Es como decir que repudio a mi abuelo cuando mi cara es su cara. Lo leí con adoración y creo que hay que tener respeto a esa persona que fuimos, a ese lector que se deslumbró en la adolescencia con "Cien años de soledad".

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