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Visiones De Ciudad

A cinco minutos de la Catedral

Oviedo, donde todo se sabe pero nada se cuenta

Cuando me preguntan de dónde soy siempre añado una coletilla: "Soy de Oviedo, pero mi madre es de Gijón".

Esta inevitable circunstancia sin duda ha condicionado mi visión de la ciudad, más aún por el hecho de que mi madre siempre añoró mudarse a su Gijonín del alma.

Pero también me ha permitido descubrir su esencia de una manera más crítica y objetiva.

Di mis primeros pasos sobre el viejo parqué de un segundo piso en el portal número 10 de la calle González Besada, una calle muy especial para mí, porque, a pesar de que pronto nos mudamos a un precioso dúplex nuevo en Muñoz Degraín, siguió siendo la vía de tránsito obligatoria para casi cualquier desplazamiento por la ciudad.

Estaba la ruta alternativa de Sacramento pero, cuando en mi premura por llegar al destino me aventuraba a elegirla, suponía más bien un ascenso/descenso que un agradable paseo.

Y es que, en Oviedo todo son cuestas, como se quejaba mi madre, sin entrar en comparaciones con otras ciudades de Asturias?

Pero quizás este relieve contribuye a hacer de Oviedo una ciudad heroica. Y si no, que se lo digan a los pretendientes de mi amiga Maite, que cuando se ofrecían a acompañarla a casa por la noche, al enterarse de que vivía cerca del restaurante La Querencia, subiendo hacia las facultades del Cristo, tenían que inflar pecho para mantener la propuesta.

Y es que en Oviedo, todo lo que está a más de 5 minutos de la Catedral, es como si no fuera Oviedo, para lo bueno y para lo malo.

Igual que la gente verdaderamente de Oviedo, que no es de Oviedo? es de Oviedín de toda la vida.

Recuerdo el día que mi hermano mayor, en pleno duelo habitual de nuestra pija adolescencia, me vaciló diciéndome que él era del 005 (el código postal), porque es cierto que nació en la calle Cervantes. Yo soy del 007 y encima me fui a estudiar la carrera a Madrid y realicé mis primeras prácticas laborales en Tele Gijón. Y, lo peor de todo, me casé con un madrileño.

A él no le disgustaba venir de vez en cuando a la provincia, pero recuerdo un día de orbayu que, nada más borrar mi sonrisa de despedida tras el sexto conocido con el que me había parado a charlar un rato a la altura de la Escandalera, se giró y, después de despejarse impasible el agua de la cara, me dijo que lo de la lluvia sin paraguas era llevadero, pero que jamás podría adaptarse a vivir en una ciudad así, donde tuviera que pararse a saludar a todo el mundo cada vez que saliera a la calle.

Oviedo es una ciudad de cara a la galería. Todo se sabe. Incluso se sabe quién compra vestidos de moda y deja la etiqueta puesta para renovarlos de manera gratuita en un par de semanas. Pero hay una visión benemérita en este afán por cuidar las formas, más aún en esa capacidad solidaria de ocultar los trapos sucios que todos conocen, pero nadie menciona, al más puro estilo de los tiempos de la Regenta.

Hablando de la Regenta, personaje con el que siempre me he sentido algo identificada, quiero destacar el buen gusto y la contradictoria aportación de renovada identidad que suponen para mí las estatuas que han ido invadiendo sutilmente las calles de la vieja Vetusta: desde la sorprendente campana, en la Plaza de la Gesta (desde hace años en Llamaquique); pasando por el romántico viajero de Úrculo; la Gorda de Botero; la propia Regenta; El culo gigante (que no sé cómo se llama realmente); Woody Allen, que definió muy bien esta ciudad de cuento; o Mafalda, que seguro que habría alimentado las inquietudes espirituales de Ana Ozores.

Diría que Oviedo es también una ciudad un poco prisionera de sí misma. Quizás por el hecho de haber permanecido invicta. Porque al final, se aprende más de las derrotas.

Llevo ya más de la mitad de mi vida fuera de Oviedo, pero es una ciudad a la que siempre he regresado con muchas ganas y en momentos muy importantes de mi vida.

He vuelto a pasar todas las Navidades. He vuelto a dar a luz a mis dos hijos en el HUCA, porque ser español es un honor, pero ser ovetense es un título. He vuelto a cuidar de mi madre enferma y he vuelto a despedirme para siempre de ella, que nunca consiguió regresar a su Gijón del alma, y digo yo que sería porque tampoco estaba tan mal en Oviedín.

Pero, sobre todo, he vuelto para reencontrarme con mis amigas y mi familia, porque Oviedo es ante todo una ciudad muy noble y muy leal, como las buenas relaciones.

Por eso mi chat de amigas en Whatsapp se llama Oviedín. Aquí estamos todas las de la pandilla que crecimos sintiéndonos las dueñas y señoras de la movida ovetense. El Club de Tenis era nuestro segundo hogar, pero también conquistamos Locar, La Andolina, La Tabla, Piripi, Whippoorwill, Express o Paul&Cia.

Ha llovido mucho desde entonces. Luego fue La Reserva, Al fondo hay sitio y no recuerdo mucho más.

Ahora ya quedamos para tomar el aperitivo con los niños o unos vinos en modo puretas cuando conseguimos librarnos de nuestros deberes familiares.

Estas últimas Navidades conseguimos reunirnos casi todas para cenar en La Gran Taberna. Cada vez que nos juntamos es como si no hubiera pasado el tiempo. En estos encuentros me siento como si fuera de Oviedín de toda la vida.

Siempre me pregunto luego qué demonios se me ha perdido en Madrid.

Quizás aún estoy a tiempo de volver. Como esas estatuas que se han ido plantando sin más, por imperativo categórico. Pero en mi caso llena de vida y con ganas de recuperar el tiempo perdido.

Oviedo es una ciudad donde el tiempo estira, donde puedes ir a todas partes caminando. Una ciudad limpia y segura. Una ciudad que representa valores muy necesarios en esta época de dirigentes vencidos antes de tomar el mando, héroes enterrados bajo los escombros de la sobre información y masas apresuradas por lograr el expolio del planeta.

¿Podré regresar algún día a mi Oviedín del alma?

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