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Una premonición de modernidad

Jordi Sabatés repasa en "Keatoniana" todos los géneros musicales del siglo XX, del jazz al rock&roll pasando por el bebop

Jordi Satabés, al piano, ante la imagen de Keaton. IRMA COLLÍN

Unas horas antes de que las luces de la platea de un teatro Campoamor abarrotado para la ocasión se apagaran y el compositor Jordi Sabatés saliera al escenario a presentar el espectáculo que estaba a punto de llevar a cabo, junto a la compañía Camut Band, el mundo moderno se vino abajo. Whatsapp dejó de permitir el envío de fotos, tratar de actualizar el "feed" de Instagram era inútil y del derrumbe de Facebook mejor no hablar. La propia página web de SACO, estaba, en palabras de un amigo, "totalmente down". La situación no podía ser otra cosa que una premonición. Sólo quedaba saber de qué.

Existe una corriente de pensamiento crítico sobre el arte que recela de todo aquello que no sea provocador o rompedor desde los puntos de vista moral y político. Esa visión centra su análisis, principalmente, en el contenido de la obra, dejando de lado el punto de vista tal vez más importante a la hora de encarar la repercusión o el carácter del hecho artístico: la provocación estética. "Keatoniana" es un espectáculo que se sitúa en esta línea.

El homenaje que Sabatés y la Camut Band ponen en pie en honor al genio del cine, Buster Keaton, y también de alguna forma al séptimo arte en general, como demuestra ese primer capítulo musical, que sirve de preámbulo a la película.

En el primer pasaje, el pianista hace un repaso por los géneros musicales del siglo XX, del jazz al rock and roll, pasando por el be bop o la música más contemporánea, a la manera de una alfombra roja dónde se respira (se escucha) puro cine, o el atrezzo de bobinas sobre el que se mueven los bailarines, es, sobre todo, una provocación estética que guiña el ojo a la pieza de la que se sirve como base, la película "Sherlock Jr.".

Es una cinta llena de innovadores efectos visuales con los que Keaton demostró al mundo lo que el cine era capaz de hacer desde el punto de vista formal. La provocación de "Keatoniana" llega, pues, por varios frentes: en primer lugar, por el recelo que siempre suele causar malestar a los clásicos, cuyo peso invita a mirar con escepticismo a aquellos que pretenden transformarlos; en segundo, por la mezcla poco convencional de tres disciplinas como el cine, la música y el baile, no acostumbradas a juntarse en el mismo tiempo y el mismo lugar por miedo a despistar, cuando, además, los componentes "percusión africana", "claqué" y "cine mudo" tampoco parecen casar a primera vista. Pero, sobre todo, por la reivindicación de la esencia artística más atávica y abstracta. Aquella contenida en la película de Keaton que continúa excitando la admiración, las risas y los aplausos desbordados de un público un siglo más viejo que ella, a base de aportar una asombrosa dosis de ingenio a la sencillez, consiguiendo así la trascendencia. Una reivindicación que se completa a través de esa percusión africana primitiva, de un baile como el claqué, que posee la suficiente virguería encantadora como para hacer dialogar la atmósfera creada por Keaton y la elegancia atemporal, y una música vibrante en la que Sabatés no se amilana a la hora de demostrar su virtuosismo pero se mantiene siempre al servicio de la película y de la experiencia cinematográfica. Incluso, al final, músicos y bailarines se reservan un pequeño espacio intersticial de teatralidad para acabar de completar el juego entre disciplinas.

Tal vez la caída del imperio de internet de por la tarde tuviera que ver con esa reivindicación de la sencillez estética del arte, que trasciende por el contenido pero, desde luego, también por la forma, y lo sitúa en contra de una compresión errónea de lo que es o no moderno en la actualidad. Una reflexión que comparten Keaton y Sabatés. No en vano, la película fue titulada en España como "El moderno Sherlock Holmes". Ya te digo.

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