"Al final, no se sabía si lo que había allí eran antipsiquiatras o bomberos, y la Facultad puso fin a eso, creo que lo que salvó a la psiquiatría en Asturias fue la Facultad de Medicina". Así concluyó ayer el psiquiatra Pedro Quirós sus ácidas reflexiones sobre la historia reciente de la atención a los enfermos mentales en la región. Lo hizo en el Real Instituto de Estudios Asturianos (RIDEA), la misma institución que le acaba de editar "La asistencia psiquiátrica en Asturias", un volumen de 267 páginas que va desde el viejo hospital-manicomio de Llamaquique hasta La Cadellada.

Ayer el RIDEA acogía la presentación del libro y Pedro Quirós realizó un rápido y también ameno y crítico repaso a los contenidos de esta obra. Quirós se remontó al siglo XIX para rescatar algunas de las cualidades que, según determinados teóricos, el psiquiatra debía tener: perspicaz, capacidad de observación, inteligencia pero también "físico imponente" y "un semblante que merezca respeto". Los preliminares sobre algunas suposiciones decimonónicas sobre los humores y los estados de ánimo le llevaron a referirse al primer equipamiento donde se internaba a este tipo de enfermos, el hospital convento de San Francisco, que se levantaba donde hoy está el edificio de la Junta del Principado.

En aquellos inicios de lo que puede hoy considerarse atención psiquiátrica, destacó como uno de los primeros profesionales a Faustino García Roel. Y el primer centro, echado a andar entre 1850 y 1882 fue el hospital-manicomio de Llamaquique. La situación allí, refirió, era ya muy complicada, en especial por la falta de personal. Los cocheros de caballos, no teniendo donde colocarlos, aparcaban allí, los festivos la gente acudía y dejaban ver a los alienados a través de una ventana. "Los enfermos estaban amontonados, con un cubo para hacer sus necesidades por la noche y uno de los primeros problemas es la falta de agua, que en psiquiatría era entonces esencial para los tratamientos. Se recomendaba tener cinco baños por cada cien enfermos, y ni en Llamaquique ni luego en La Cadellada se reunirían esas condiciones".

En 1931 se celebran las oposiciones a jefe clínico de La Cadellada. Lo construyeron, explicó, fijándose en amplios pabellones franceses pero no teniendo aquí más que 24 hectáreas en Ventanielles. Su padre, Pedro González-Quirós Isla, y José Fernández dirigieron La Cadellada. La situación siguió siendo mala. A las amonestaciones y castigos a los médicos y vendetas políticas, tras la destrucción y la Guerra Civil se sumó la falta de alimentos. Había muertos por hambre. Y tal desnutrición que suspendieron tratamientos como las curas de Sakel porque los enfermos, famélicos, no las soportaban y morían.

Pedro Quirós se incorporó al equipo de La Cadellada junto a Gabriel Martínez Sierra y contó orgulloso cómo en diez años no hubo ningún suicidio. La cifra contrasta con la experiencia de Llamaquique, donde, según datos de Melquiades Cabal, entre 1887 y 1934 se produjeron 200 suicidios.

En esos años fue cuando también comienza la laborterapia, y fruto de ese trabajo con los enfermos mentales, explicó, son, en parte, los jardines que hoy todavía se conservan en el entorno del nuevo HUCA. Una curiosidad, Quirós contó que su padre plantó castaños y también pinos para que los castaños crecieran rectos, pero finalmente sólo los pinos sobrevivieron.

En la última etapa, contó, la creación de un órgano de gestión "resultó un desastre para el hospital psiquiátrico". Es en ese último etapa en la que Quirós quiso destacar que sólo la Facultad de Medicina y el proyecto salido del Colegio de Médicos en 1980 pusieron orden y lograron que las cosas empezaran a cambiar en la atención psiquiátrica.