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Visiones De Ciudad

Una ciudad con muchas realidades

Las diferentes percepciones de Oviedo con el paso de los años

Una ciudad con muchas realidades

"Hay otros mundos, pero están en éste". La famosa frase que el poeta francés Paul Éluard escribió en el siglo pasado encaja a la perfección a la hora de definir la visión actual de nuestra ciudad, la convivencia de distintas realidades. Existen muchos Oviedos, pero están todos en este.

Está el Oviedo de mi infancia y adolescencia, una ciudad en los años 70 y 80. Una visión de la ciudad que la memoria ha vuelto naif y amable. Recuerdo vagamente a la osa Petra del Campo San Francisco y al guardia de tráfico subido a un pedestal en mitad del Campo de los Patos. Son flashes fugaces, casi en blanco y negro, de cuando no tienes más años que dedos en una mano. Las compras por la calle Uría, eje comercial, los fines de semana con mi madre, mi hermana y mi abuela. Esos sábados por la tarde que podían acabar en la pastelería Rialto o en Galerías Preciados merendando tortitas americanas con caramelo y nata (el infierno, sin duda alguna, es un mundo sin tortitas americanas).

Tardes de ir al centro para ver el estreno de una película en algunas de las numerosas salas de cine: el Aramo, el Principado, los Clarín, los Brooklyn o los Minicines en Salesas. Los viajes diarios al colegio vestida de uniforme en un autobús con asientos de madera y con un revisor en la parte trasera que se empeñaba en llamarme Catalina para hacerme de rabiar.

Y recuerdo atravesar el Campo San Francisco camino de la calle del Rosal para ir a clases de solfeo al viejo conservatorio de música. Esa misma calle Rosal, que a finales de los 80 se convertiría en el escenario de las primeras andanzas adolescentes, de los primeros cigarrillos a hurtadillas y de los primeros rubores por enamoramiento juvenil (¡cómo he odiado siempre ponerme roja como un tomate! Se me encienden las mejillas solo de pensarlo). Es un Oviedo que ya no existe, como un fantasma de las navidades pasadas blando y tierno.

Años más tarde llegó otro Oviedo, el siglo XXI ya estaba aquí. Me instalé a vivir en el casco antiguo y la ciudad se convirtió en vida nocturna (siempre llamaré mi casa a ese piso alquilado de la calle Fuero). Oviedo siempre era a la luz de la luna. El epicentro de la ciudad se trasladó a la plaza de la Catedral y alrededores. Gasté suelas de zapato caminando por la calle Mon, bailando en La Santa Sebe, subiendo las escaleras del Diario Roma. Oviedo perdió su inocencia y se convirtió en una ciudad deliciosamente canalla, una ciudad que no descansaba y que podías vivir a oscuras. No importaba el día de la semana que fuera, siempre había ambiente. Éramos jóvenes y buscábamos divertirnos, el dormir estaba sobrevalorado. Oviedo era San Mateo de concierto en concierto, de chiringuito en chiringuito, sin fallar ningún día.

Una ciudad de animadas charlas en una barra de bar con amigos. Noches de risas, de música en directo en La Antigua Estación de Martínez Vigil, de quedadas los jueves para cenar pollo al ajillo en El Ovetense. ¡Cómo he querido a ese Oviedo!, con un amor que hacía arder la ciudad.

Pero el paso del tiempo siempre ha diluido las grandes pasiones, la rutina y el tedio son implacables. Tocó dejar mi adorado casco histórico e instalarse en las afueras. Como alejarse de un amante para encontrar una manera efectiva y rápida de borrarlo de tu vida y de tu pensamiento, la distancia parecía la mejor aliada para ello. Y durante un breve tiempo funcionó, pero si el amor es verdadero el destino te vuelve a juntar (¡Oh, cielos! ¿Yo he escrito eso?). Mi Oviedo de ahora ha madurado, supongo que al igual que yo. Se ha convertido en una ciudad de fantásticos fines de semana. Sigue siendo un Oviedo con amigos, grandes y estupendos amigos, pero ahora nos dejamos bañar más por el sol porque, aunque suene increíble, en Oviedo ahora hace sol. Y la vida se ha convertido en terrazas al mediodía con carricoches de niños y correas de perros. Mi actual ciudad son paseos por el Fontán para comprar libros o encontrar sifones de anticuario que coleccionar.

Oviedo es quedar para un vermú que se alarga muchísimo, es cine en versión original en el Filarmónica, son exposiciones y presentaciones literarias (por favor, lean, es la manera más barata de viajar). Son cócteles con glamour en el Mala Saña los domingos cuando ya casi no hay nadie y taxis, muchos taxis (señores del bus urbano, hasta Cenicienta podía llegar a casa a las doce). Mi Oviedo se ha calmado y lo vivo más relajadamente, pero sin perder en absoluto la intensidad.

Puedo decir que amo a Oviedo, a todos y cada uno de los Oviedos que he vivido y probablemente a los que aún me quedan por vivir, porque conozco sus demonios y sus contradicciones. No es un amor ciego, desde luego no es una ciudad para disfrutar si te placen los maremotos, siempre ha sido más de aguas mansas y calmadas, demasiado estable y aburrida en algunas ocasiones. Pero en esta relación que mantenemos no todo tiene que ser perfecto. Miro a mi querida ciudad a los ojos y le sostengo la mirada porque la acepto con todos sus matices, sus defectos, virtudes, errores, grandezas, luces, sombras,?

Existen muchos Oviedos, el mío personal nunca es el mismo, pero como decía al principio, conviven diferentes realidades en esta ciudad nuestra. La identidad es siempre múltiple, no importa si mi propio Oviedo se parece o no al de otra persona, todos son reales y válidos. En resumen, esta es mi ciudad, si te gusta bien y si no es así vive tu propio Oviedo.

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