Tal vez los que ya estamos entrados en años tenemos la obligación de acordarnos de cosas del pasado, como nuestra dependencia de las emisoras de radio, sobre todo por las mañanas.
Ante la ausencia de tocadiscos y la escasez de discos de vinilo en nuestras casas, las emisoras tenían unos espacios dedicados a sus oyentes, generalmente cuando se celebraba un santo o un cumpleaños. Entonces, llamábamos a Radio Oviedo o a Radio Asturias y dábamos el nombre de quién lo dedicaba, el nombre del celebrante y la canción que deseaba escuchar.
A veces, según el santo del día, la relación de dedicatorias se hacía interminable. Así, por ejemplo, decía el locutor de la emisora: "A Pepita Fernández, en el día de su santo, de sus padres que la quieren, le dedicamos 'Soy minero', de Antonio Molina".
Otras veces, si se trataba de un niño, le dedicaban un cuento propio para su edad. Cuando llegué a Madrid Radio Intercontinental aún tenía el programa de "peticiones del oyente". Como les decía, a veces las dedicatorias se hacían interminables.
Cambiando de tema, hubo otra etapa en la que la Iglesia intentaba popularizar el rezo del Santo Rosario. Los Padres Dominicos establecieron una emisora que se conectaba con Radio Popular y el rezo se aplicaba por una persona enferma. También eran tantos los interminables nombres de los necesitados, que al cabo de un tiempo hubo de interrumpirse el espacio.
El imprescindible aparato de radio no faltaba en nuestras casas. Llegó un momento en el que hubo que modificar y cambiar aquellos programas rutinarios, porque la amenaza en otros medios de comunicación, como la televisión, obligó a las ondas a actualizarse.
Fue entonces el momento de las noticias nacionales, provinciales y locales, así como de las novelas radiofónicas, tan seguidas por los oyentes.
