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Ante el aniversario de la muerte del rey Casto (2)

Contemplación en grado sumo

El rey Alfonso aparece postrado ante Santa María en el Liber Testamentorum

Ilustración del Liber Testamentorum, que se guarda en la catedral de Oviedo, en la que se ve al rey Casto ante Santa María, acompañado por el Arcángel San Miguel. IRMA COLLÍN

El acontecimiento de la celebración, por parte de la Asociación Profesional de Informadores Turísticos, del 1177 aniversario de la muerte de Alfonso II el Casto, me ofreció ocasión de dedicar algunos comentarios sobre la primera lámina del Liber Testamentorum, viéndola como un fruto logrado de la labor de un escriba o amanuense y de un iluminador que en él pusieron sus manos de artistas, para legarnos un códice de perfección suma.

Para servir de guía a mi elucubración, entre poética y literaria, quise servirme de la lámina, en que el Rey aparece arrodillado ante Santa María, acompañado, en la escena, de otros personajes: el escudero regio y el Arcángel San Miguel.

Ahora, teniendo presente la lámina del Rey Alfonso II arrodillado ante Santa María, reemprendo mi interpretación de esa hermosísima lámina, una de las más logradas del códice. Había comentado las figuras del Rey y de la Santa María. Trataré en lo que sigue de abrir al lector a la contemplación de las figuras del escudero terrestre del Rey, así como del celeste San Miguel.

Voy a seguir abriendo mi alma como una ayuda para que mejor disfruten del arte que el artista encerró en tan estrecho margen de un libro. Hablo al alma y abrevio para la personal delectación de cada uno.

El soberano Alfonso -Adefonsus Rex Castus- se siente fortalecido por la protección celestial de San Miguel pero también por la de su escudero, el Armiger Regis. Es quien ostenta cometido de portar las regias armas: la pesada espada que reposa sobre el hombro del escudero y la muy exornada adarga, que da protección al cuerpo del soberano. Porque proteger al escudero es ofrecer seguridad al cuerpo y al alma de su Señor, el Rey. El escudero regio hace ostensible con su noble espada el poder omnímodo de vida o muerte, que ostenta el rey sobre sus vasallos.

El escudero real es alto y esbelto, viste elegante sobretúnica talar, de la que se destacan, emergiendo, unos calzos azulados, que se emparejan con los borceguíes regios, como si indicaran que la cubrición de los pies, no es para los suyos propios, sino que, al igual de todo cuanto es portador, no lo porta para sí, sino para ser las manos y los pies de su Soberano y Señor. Todo en él es préstamo y donación del Rey, para quien es garante y aval de la seguridad.

A la diestra mano del regio escudero, hace su aparición el Arcángel Miguel. Puede leerse su nombre en el halo que circunda su cabeza, haciendo aureola, que corresponde a su eminente santidad: Sanctus Michael, el Arcángel, valiente servidor de Dios. Es portador de exquisita adarga, cual escudo de protección, con que detendrá los golpes dirigidos contra el Rey, de quien es celeste protector.

El soberano Alfonso asume en la tierra la causa y defensa de la divinidad, pide la protección de lo alto, es el defensor de los derechos de Dios. El Arcángel hace fuerza con su lanza, que acaba de clavar en la boca del infernal dragón -Draco-, pisándole con su pie desnudo, símbolo de su fortaleza interior.

La cola del dragón infernal se desenvuelve en múltiples circunvoluciones, queriendo, sin conseguirlo, abrazarse al Arcángel, que es servidor y hace presente el poder omnipotente de Dios. A la vez, es defensor y protector del Rey, fuerza que incrementa, con la suya, el escudero real. La adarga, el regio escudo es su arma defensiva, al mismo tiempo, de Dios y del Soberano.

Los hieráticos pliegues de las vestes angélicas, de las que se reviste Miguel, realzan su misión cualificada y sobrenatural. Ciñe su celestial cabeza el sublime halo de la santidad, el nimbo de los privilegiados entre los servidores de Dios.

Sus pies desnudos son semejantes a los de la "mujer, que pisará la cabeza de la serpiente infernal". Su adarga es seguridad; es su fortaleza, su fuerza sobrehumana, cuando a la vez, la clava en la boca del dragón, el adversario, el hostis antiquus, la serpiente de la maldad primordial, del maligno Lucifer, del Satán, de Belcebú, en quien radica el mal absoluto, la maldad sin restricción.

Contempla al Rey Alfonso en encendida oración. Permanece perennemente de rodillas, hincado de hinojos. Reza a Santa María, la Madre de Dios, porque la iglesia no le ha enseñado, para la Virgen María, otra diferente oración: La que proclamaron los Padres del concilio de Éfeso, invocándola "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores". Sea así ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

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