Decía Rafael Alberti que la ciudad es como una casa grande. Oviedo responde perfectamente a esa afirmación, es como un edificio de doce plantas donde todos los vecinos, más o menos, se conocen. En Oviedo aunamos la cercanía de un pueblo con la distancia de una gran capital.

Yo nací en 1975 y quizás mis primeros recuerdos sólidos de la ciudad son los de la nevada de 1979, en unas fechas muy próximas a la Navidad. Desde la terraza de mi casa en Baldomero Fernández podía ver la nieve caer sobre el barrio del Cristo y contemplar cómo los coches se iban cubriendo, quedando completamente blancos. Desde esa misma terraza veía también el viejo Tartiere. Antes de la reforma podía disfrutar de un pequeño trozo del campo desde allí. Recuerdo estar con mi padre, transistor en mano, siguiendo el partido con los jugadores al fondo. Luego vino la reforma para el Mundial 82 y aquello se acabó. La grada aumentó de tamaño, quitándonos la visión y se instalaron aquellas imponentes torres de iluminación. El partido entre el Real Oviedo y la selección de Chile inauguró aquel viejo estadio.

La nieve es la infancia, pero generación tras generación, se suceden los recuerdos infantiles en el Parque San Francisco. Los barquillos y las galletas de miel son inolvidables. Se echan en falta los pavos reales desplegando sus plumajes, esos pavos que se daban garbeos por la calle Uría o alrededor del edificio de la Junta General.

No tengo la edad suficiente para haber conocido a la pobre osa Petra de la que tanto me hablaron. Hoy tenemos a Mafalda, visita fotogénica obligada para turistas y oriundos, y La torera.

La mirada de una ciudad se construye a través de sus artistas. Álvarez Cabrero nos traslada enseguida al Oviedo de los 80 y los 90 con su imponente noche. Dicen que Oviedo es recatado por el día, pero suelto y salvaje por la noche y que goza de una de las mejores movidas nocturnas de España.

Se recuerdan aquellos bares míticos, muchos ya desaparecidos, donde perdí muchas horas y puede que salud. Desde las discotecas como La Real, Aruba, El "Wipor", escuchando aquel tecno industrial de principios de los 90, a los pubs de rock y punk garajero. El mítico Monster en la Plaza del Sol, donde Cabrero ambientó su corto con muñecos de plastilina "Caracerdo", el Chiribí con sus metros de cerveza y sonando los "Platero", "Extremoduro" o "Los Suaves" y las partidas al futbolín interminables, el Channel, el Alkor, El Zielo, la Deva, El Asturiano, la Santa Sebe, el Movie con su chirrisclás, que no era más que vodka con limón y Los Planetas de fondo, La Bola y el indie español y los que aún perviven como el Diario o el Olivar o los nuevos locales. Los bares son refugio urbano y en esta gran casa que es la ciudad hay muchos, son las habitaciones en las que se construyen los sueños y tienen lugar los secretos más inconfesables.

La calle Martínez Vigil sigue manteniendo ese encanto cultural y musical. Las Jam Session del Gong, la cervecería artesana del Cimmeria de María y David, el micro abierto de poesía "Histeria", organizado por José Yebra y Nayar Crespo, que se hace el tercer jueves de cada mes en El Manglar, La Salvaje, la sala Decero Creativo regentada por Marta Fermín, El Local Cambalache... Una pérdida irreparable es el Ca Beleño con su ambiente folk.

El libro "Barra Libre", de reciente publicación por el colectivo "Alternativas", coordinado por Javier F. Granda, rinde homenaje a esos espacios, porque cada persona tendrá su particular historia que contar en cada bar.

También los negocios de la ciudad van cambiando. Deportes Fuente, la tienda de bicicletas del Tarangu, Deportes Centeno, Discoteca, Liverpool, donde entraba a mirar los discos que había cuando todavía no existía internet y, sobre todo, los cines y librerías que han ido cerrando. Como en Cinema Paradiso podíamos regresar cuarenta años atrás para volver a entrar en esos cines que poblaban la ciudad, como el Cine Aramo, en la calle Uría.

El Teatro Campoamor y el Filarmónica mantienen ese espíritu antiguo con los ciclos de cine SACO y Radar. En los últimos años se han proyectado varias películas con música de orquesta en directo. Pude disfrutar recientemente, por ejemplo, del Gabinete del Dr. Caligari o de Vértigo en V.O.

Lo que más me gusta de Oviedo es su cercanía a la montaña. Desde muchos puntos se puede divisar a lo lejos el Aramo y ver la nieve cubrir toda la sierra, una estampa que pocas ciudades tienen. Por la Senda Verde, en bicicleta o andando, podemos darnos una vuelta hasta la Casona de la Montaña, asistir a algún concierto de "Silvidos y Gemidos" o de Sandra Estrada, por ejemplo, y seguir hasta la Manjoya, Olloniego o el bosque de la Zoreda y tropezarnos, quizás, con algún jabalí. A veces, por la noche, te los encuentras pastando en el Parque de Invierno y al notar tu presencia cercana, huyen coordinados en manada, como si de unas cebras se tratasen ante la presencia de un león. Me impresionó ese comportamiento salvaje y grupal que tienen.

Desde los monumentos prerrománicos hay varios senderos para subir al Naranco. Una de las mejores fotos que se pueden hacer es por el empedrado que sube de Santa María del Naranco a San Miguel de Lillo. Allí, entre ramas, se puede sacar una estampa preciosa de la primera.

Oviedo, como ciudad pequeña, es para caminar. Me gusta ir por la plaza de la Escandalera de noche y contemplar iluminados el edificio Casa Conde, el de Cajastur o el Termómetro, que según mi opinión perdió con la reforma, seguir por la calle Pelayo, atravesando la Jirafa, hasta la nueva estatua de Tino Casal en Palacio Valdés, y en otoño comprar unes castañes. Visitar las impresionantes Casas del Cuitu, con sus frisos y figuras, uno de los más bellos edificios que tenemos. Continuar hacia la ruta de los vinos pasando por la iglesia neogótica de Las Salesas o subir a Gascona, quizá esperando encontrarme con el fantasma de Manolín el gitano.

También me encanta pasear una tarde de lluvia por el casco antiguo de "Lloviedo" y en la Plaza del Paraguas entrever la sombra de Ángel González. O ir hasta el Ayuntamiento y en la calle Magdalena meterme por los soportales del Hostal Arcos y recordar el edificio del Hispania, bajar hasta El Trópico y entrar en la asociación cultural La Libre Paisaneta en la calle Fernando Alonso, coordinada por Dolo Roiz.

En definitiva, no tenemos nada que envidiarle a New York, somos pueblo y gran capital. Somos una ciudad de novela o como señaló Woody Allen, un cuento hadas.