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Uwrukundo: "Rajaban a las embarazadas y machacaban a los bebés en un mortero"

Una ruandesa residente en Oviedo narra los horrores del genocidio de hace 25 años, cuando los hutus quemaron a su padre, su abuela y dos primas

Uwrukundo: "Rajaban a las embarazadas y machacaban a los bebés en un mortero" CAROLINA DÍAZ

"Sacaron a mi abuela de la casa, la obligaron a desnudarse y pasearse por el pueblo, la llevaron de nuevo a casa, cerraron la puerta y prendieron fuego. Dentro estaban también mi padre y dos de mis primas". Olive Uwrukundo tiene ahora 33 años y vive en Oviedo. Hace veinticinco años vivía en Ruanda, cuando los hutus asesinaron en cien días a 800.000 tutsis, entre ellos parte de su familia.

Tenía 9 años y no recuerda apenas nada de lo que ocurrió en abril de 1994. Su mente lo ha bloqueado. Aun así, sabe que vivió auténticas aberraciones. "Cogían a las mujeres embarazadas, les rajaban el vientre, sacaban al bebé y lo azotaban contra la pared o lo machacaban en un mortero". Olive lo cuenta consciente de lo que dice, pero con una capacidad de perdón que supera la crueldad que vivió siendo niña. Cuenta que cuando se enteró de cómo había muerto su padre fue un año después del asesinato. "Sabía que estaba muerto, que le habían asesinado, pero no sabía cómo", dice. Se lo contaron un año después del crimen, cuando iban a enterrarlo, "en realidad, no sé si aquellas cenizas que enterramos eran mi padre".

Ayer organizó una misa en Oviedo en memoria de las víctimas de un genocidio que conmocionó al mundo. Pensó en contar algunas cosas. Habló con amigas de la infancia y le mandaron audios de Whatsapp contando su experiencia. "A mi hermano lo descuartizaron y tiraron los restos a una fosa común. Tampoco sé lo que enterramos porque en aquella fosa había otras cien personas descuartizadas, cada uno cogió lo que pudo para enterrarlo", explica una de ellas. "Huíamos con mi madre y nos pararon los hutus, le dijeron a mi madre que si queríamos pasar les dejase a mi hermana mayor para divertirse un rato. Se llevaron a mi hermana y después de un rato la azotaron desnuda dentro del carro y solo recuerdo que estaba llorando. Nos dejaron pasar. Hasta años después no fui consciente de lo que había vivido", dice la amiga. Olive conoció esos testimonios mucho tiempo después de que ocurriese. Después de aquellos cien días de horror nadie habló de lo que había visto durante diez años. "Solo se hablaba el 7 de abril, en la conmemoración del inicio del genocidio, pero nadie contaba lo que había vivido", explica Olive. Cien días que se tardaron en verbalizar diez años.

Ella salió viva. Perdió tanto que es imposible de explicar. Una chica tímida, pero habladora, sonriente y risueña. Con una capacidad de adaptación muy difícil de entender.

Ella salió de Ruanda en 2007. Estudiaba Administración en la Universidad. Su hermano, que estudiaba Económicas, entabló amistad por internet con una familia de Castilla-La Mancha. Los dos viajaron a España a conocer en persona a aquellos amigos virtuales, pero aquello tampoco fue fácil. En Ruanda no había Embajada española y no había ningún tipo de convenio para lograr un visado. Lo tramitaron en la Embajada de Alemania. Al llegar a Bélgica vieron que en los papeles de Olive ponía que su destino era España, pero en los de su hermano decía que iba a Alemania. Estuvieron un mes retenidos y acabaron en Madrid gracias a Cruz Roja. Ya en España llegaron a Oviedo a un piso de Accem de apoyo al refugiado. Aquí vivieron durante un año en un piso de la asociación. La familia de Castilla-La Mancha viajó a Asturias a visitarles en varias ocasiones y finalmente lograron irse con ella.

Olive intentó tramitar el permiso de residencia, pidió asilo como refugiada en 2014 y dos años después se lo denegaron. Al parecer, las autoridades no consideraron oportuno que una joven que había vivido tal horror emprendiese una nueva vida en España.

Olive regresó a Oviedo, donde vive y trabaja. Tramita un permiso de residencia apelando al arraigo social. Está en Asturias de manera irregular, que no ilegal. Los primeros días después de denegarle el asilo pasaba "miedo" cada vez que iba a comprar el pan. "También cuando me cruzaba con los policías que estaban en la plaza del Ayuntamiento". Ahora ha decidido no pensar en ello y vivir. Tampoco quiere pensar en lo que pueda ocurrir con los resultados electorales de esta noche, con partidos que cuentan en su programa electoral con la eliminación del permiso de residencia por arraigo social. "No lo quiero ni pensar", dice.

En realidad, ha vivido tanto que poco le puede sorprender la crueldad del ser humano. Ella es cristiana y en la religión ha encontrado la salvación a sus terrores. Ha conocido uno de los mayores horrores del siglo XX y sigue adelante. De su cuello cuelga una cruz de madera que le da más fuerza de la que ella misma imagina. Tímida, pero habladora, risueña y sonriente. Olive.

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