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Los cultivos del Paraíso

Eneldo en el corazón de Los Ancares asturianos

La planta se expandió por Europa con las tropas romanas y fue una de las que Carlomagno ordenó - cultivar en las huertas del Imperio

Ramas de eneldo. PELAYO FERNÁNDEZ

Cuando desperté en aquel hostalín de Ibias ya entraba el sol por la ventana. Recordé la cena. Los volúmenes de las comidas de estas gentes dejarían noqueado a cualquier dietista. Curiosamente la población de toda la comarca es muy longeva, lo que parece desmontar las teorías alimentarias de moda.

El perfume de los huevos con tocino me alcanzó unos cuantos metros antes de la entrada al comedor. Mi plan era conocer la parroquia de Santa Comba os Coutos, una chocante península asturiana que se interna en Galicia. De la que iba mojando pan en las yemas y en el aceitín del tocino, entre buche y buche de café, pensé que la clave estaba en el apellido: "Os Coutos". Los cotos eran territorios bajo el dominio de un señor que gozaban de impunidad por concesión de los monarcas.

Le metí el diente a la tercera tostada con mantequilla y mermelada de arándanos de la zona. Santa Comba Os Coutos también era parroquia, lo que inducía a pensar que el señor había sido eclesiástico, un abad, un obispo, algo así. A los cotos se les acabó el negocio con Fernando VII. Una Real Orden de 1826 anuló sus privilegios y los obligó a integrarse en los concejos inmediatos, y los de Santa Comba, por lo que fuere, se incorporaron a Ibias, quedando rodeados por la Provincia de Lugo por todos sus vientos, salvo el pequeño itsmo que los unía al Principado, y al sector de ese concejo perteneciente a Los Ancares. Resumen: geográficamente podían haber sido gallegos, pero por alguna razón habían elegido ser asturianos.

Merecía la pena visitarlos. Andaba enredado en estas elucubraciones cuando la señora del bar dejó sobre mi mesa una cazuelina de barro con carne guisada. "Pruébela; es un poco del jabalí que tenemos hoy para comer. A ver que le parece". Yo ya tenía el banduyu bien pertrechado por un desayuno digno de Sansón, pero aquella tapa tenía tal aroma que no pude resistirme. Mojé un poco de pan en la salsa delante de la señora. Aquel guiso estaba tremendo. Se lo dije. "Es por el eneldo; una pena que no se quede a comer", respondió sonriendo.

El eneldo, planta aromática de nombre Anethum graveolens, umbelífera, familia del perejil, la zanahoria, y la cicuta, entre otras, muy utilizada como condimento especialmente en el norte de Europa, es anual, muere cada año. Conocido ya en Egipto, traído a Europa por las tropas romanas, fue una de las especies que Carlomagno ordenó que se cultivase en las huertas del Imperio. Debido a sus propiedades farmacéuticas: tónico estomacal y digestivo, alivia los dolores de la menstruación y es desinfectante. Y eso que el francés, amigo de nuestro rey Alfonso II el Casto, no sabía de su riqueza en vitaminas A y C.

El cultivo es simple: no le va bien el frío; exige exposición al sol y suelo con humedad, pero no encharcado pues ello le traerá asfixia y hongos. Se siembra en primavera directamente en lineas separadas 25 centímetros, dejando tras la nascencia plantas cada 30 centímetros, con la única exigencia de mantener el terreno sin malas hierbas. Si desean usarse las hojas deben de recolectarse antes de la floración; una vez atadas en ramillete se dejarán secar colgadas; si lo que se busca son las semillas habrá que esperar a su maduración. Ambas partes de la planta se usan tanto en cocina como en infusiones curativas.

Corregir es de sabios. Ante aquel jabalí, Os Coutos tenían que esperar. Opté por escudriñar todos los rincones de San Antolín, chateé por los bares, leí LA NUEVA ESPAÑA y . a las dos estaba sentado en el comedor. Ensalada, patatas fritas, jabalí como para Obelix; nueces con nata y miel; media botella de tinto de Cangas, café y orujo blanco. Siesta de arcipreste. No les hablo de la cena. Ni del desayuno del día siguiente. A media mañana, por el Pozo de Las Mujeres Muertas, volví para casa.

En Oviedo compré apresurado unos fósiles. "¿Qué tal los Ancares?", me preguntaron mis hijos desenvolviendo los helechos petrificados. "Un lugar excelente", respondí.

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