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Aquellos títeres y el show de la cabra

Cuando se aproximaba el espectáculo todo el mundo salía a las ventanas para verlo y algunos tiraban monedas

Aquellos títeres y el show de la cabra

Hace ya años de aquel suceso que se repetía con los viajes de aquellos titiriteros que, según decía mi padre, eran húngaros que atravesaban Europa de Norte a Sur, y así llegaban a la Península.

Para montar aquellos pequeños números circenses no se precisaba mucho material. Una escalera de madera, un bote vacío de tomate y una cabra eran más que suficiente para montar el espectáculo.

Se abría la escalera, en el último escalón que hacía de plataforma se ponía el bote de tomate vacío al revés y cuando uno de los acompañantes tocaba una estridente corneta que llamaba la atención a los viandantes y aquellos vecinos que se asomaban a las ventanas, la cabra iniciaba la ascensión peldaño a peldaño por la escalera. Cuando llegaba al final, como las pezuñas de la cabra eran pequeñas, con cierta dificultad iba poniéndose encima del bote. Una vez logrado el equilibrio, pasados unos minutos, con un palo pegaban discretamente a la cabra y, entonces, el animal descendía lentamente por los peldaños de la escalera, siempre al son del sonido de la estridente corneta, en tanto el posible público aplaudía la rabiar la exhibición de la cabra. Algunas veces la cabra era sustituida por un mono que ascendía y bajaba a toda velocidad.

Y hablando de sustitución, a veces en vez de una corneta tocaban un organillo que trasladaban de un sitio a otro utilizando ruedas. ¡Ah, claro está!, después pasaban la gorra o un viejo sombrero entre el público de la calle, llamando también la atención a voces a la gente que estaba en las ventanas que, igualmente, les tiraba unas monedas.

Hoy aquellos títeres han desaparecido. Pienso que los húngaros que llegan a España logran subsistir a través de otros medios muy diferentes.

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