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El televisor que volvió a la vida

Los antiguos aparatos parecían el colmo de la sofisticación y cuando se estropeaban era un drama en casa

El televisor que volvió a la vida

El primer televisor que compré era de la marca Scheneider. En aquella época con una apariencia tan extraordinaria que, bien pensé que no tendría averías. La historia se escribe hoy, pasados más de cincuenta años, de otra manera.

Verán. Pasado un tiempo, no sé cuánto, el televisor tuvo un fallo y tuve que buscar remedio para su arreglo. Entonces, alguien me recomendó un buen técnico que tenía hasta una escuela montada en su propia casa, donde enseñaba a chicos que querían aprender a arreglar aparatos. Entonces, la televisión era el revolucionario aparato doméstico de mediados del siglo XX. El técnico era ordenanza de la Caja de Ahorros de Asturias y pintaba cuadros con cierto estilo, de tal forma que llegó a exponer en el salón que tenía la Caja en la plaza de la Escandalera. Bien, ya que conocemos su facultades o dedicaciones diversas, volvamos a mi televisor averiado. Le llamé para que pasase por mi casa. Me dijo que no podía en unos cuantos días y me pidió que si podía acercar el televisor a su casa. Así que me armé de valor. Diría que de mucho valor, porque el condenado aparato pesaba como un demonio. Lo bajé desde el segundo pisó de mi casa, abrazándole con cariño no fuese a caer escaleras abajo, lo metí en el coche y me fui a la casa del técnico, en la calle Sacramento. Vio el televisor, lo reparó sobre la marcha y vuelta otra vez para mi casa, con la consabida subida de los dos pisos. Muy contento lo instalé y lo puse en marcha. ¡Oh, sorpresa, veía la imagen pero se había quedado mudo. Llamé al técnico y me dijo que cuando lo probó en su taller el aparato funcionaba. Así que vuelta a hacer el anterior recorrido, con el mismo esfuerzo que significaba bajar aquellas escaleras abajo. Cuando llegué a casa del técnico, él comprobó que no tenía voz el televisor, pero no sabía cómo reparar aquella anomalía, por lo que decidí llevarlo de nuevo a casa y después llamar al servicio oficial de Scheneider.

De nuevo en casa, volví a instalar el aparato y conformarme con ver la imagen: algo es algo. Más, de pronto, la voz volvió al televisor. No, no era un milagro.

El aparato tenía mandos exteriores a barullo y uno de ellos, con tanto abrazo mío para bajarlo o subirlo, había sido pulsado sin querer y sin saber para qué era. Al volver en el segundo viaje, lo pulsé y volvió a su sitio.

Cosas de una técnica aún ignorada en aquellos momentos en los que los nuevos televisores nos parecían el colmo de la sofisticación.

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