Una vez escuché decir al escritor cubano Leonardo Padura, que lleva toda la vida viviendo en el mismo barrio de La Habana, que nunca ha dejado ni su casa ni su isla, porque él es un enfermo de pertenencia. Creo que a mí me pasa algo parecido. Tengo un sentimiento de arraigo muy fuerte, a veces un poco kamikaze, que me une al paisaje y al paisanaje de Oviedo y de Asturias. Un sentimiento de identificación que, por otro lado, no es acrítico.

Pertenezco a una generación llena de emigrados, a la que nos han puesto muy difícil vivir aquí. Defiendo el derecho a la no movilidad, a la emigración como opción y nunca como obligación. Hace ocho años convencí a una aragonesa para que se viniera a vivir conmigo. Fue una inmigración amorosa y a contracorriente. Cuando se suceden las semanas de días nublados y plomizos puedo leer su mente en el desayuno, maldiciéndome por haberla embaucado. Todos los años pido un poco más de sol y buen tiempo en la carta a los Reyes Magos: por mí, por ella y por todos mis compañeros.

Aquí va una guía personal y desordenada de las cosas que me han marcado, que me importan y que quisiera para Oviedo.

Ciudad Naranco. Soy hijo y nieto de vecinos del barrio. Mis padres, Gonzalo y Pilar, de los que puedo haber heredado la enfermedad de la pertenencia, son además personas muy activas e implicadas en el movimiento vecinal. Mis abuelos Florentina y Pepe vivían en una de las típicas casas de Ciudad Naranco, con huerta y una figal en la parte de atrás. Pagaban 500 pesetas de alquiler. A principios de los años 90 la especulación urbanística se llevó aquellas y otras muchas casas por delante, desfigurando mucho la personalidad del barrio, semirrural, de ciudad jardín obrera y que todavía conocí un poco siendo crío.

Jugué en la calle. Más que los que vinieron después de mí, pero mucho menos de que lo hicieron mis padres. En las calles sobran coches y faltan niños. Aspiro a vivir en un Oviedo en el que los críos recuperen todo lo que es suyo e invadan con sus juegos cada plaza y cada esquina de esta ciudad.

Taller 3 y el Centro Social de Ciudad Naranco. La Escuela Municipal de Artes Plásticas y Escénicas de Oviedo, el antiguo Taller 3, es una joya que la ciudad tiene que cuidar y mimar. Le debo a ese gran lugar el descubrimiento del teatro y haber conocido allí a un montón de gente interesante como Marco Velasco y Paula Alonso, grandes amigos, compañeros de infinidad de aventuras culturales y vitales.

La otra mitad de mi adolescencia la pasé en el Centro Social de Ciudad Naranco, jugando al rol con mis amigos, y en la biblioteca del barrio, al frente de la que estaban dos grandes amantes de su trabajo: Sofía Díaz y Mar Úrculo. Mi amigo David Acera, cuentacuentos, activista y muchas cosas más, siempre dice que las bibliotecas de barrio son a la cultura lo que los ambulatorios a la sanidad. La base sobre la que debe descansar el sistema. Sofía siempre se empeñó en conseguir eso. Los talleres de periodismo y la revista juvenil "Averigua", que promovió en la biblioteca, y que impartía y coordinaba el poeta Hermes González, me abrieron la mente y me descubrieron otros mundos de los que no se hablaba en el instituto.

El Milán. Fui muy feliz en el campus del Milán, tanto dentro como fuera de las aulas. Mi etapa universitaria coincidió con el final de la aznaridad, el auge del movimiento antiglobalización y las protestas contra la guerra de Irak. Leí mucho, hice grandes amigos que hoy están en Londres y Lisboa, y a los que extraño mucho, y me enamoré, con desigual fortuna, en tres de los cinco años de carrera.

En la Facultad de Historia tuve buenos, malos y pésimos profesores. De los buenos destaco a dos: Sergio Tomé, geógrafo, que me descubrió el urbanismo, y mi maestro, Paco Erice, que posteriormente sería mi director de tesis.

La Caja Negra. El final del gabinismo fue un periodo que recuerdo muy duro. Quedarse en Oviedo y tratar de hacer cosas diferentes era un ejercicio de heroísmo y Jose "Caja" fue uno de esos resistentes. Junto con Pablo Ruiz impulsó un pequeño oasis cultural en forma de bar que pronto se convirtió en un semillero de nuevos proyectos. Destaco tres. El colectivo Lata de Zinc, el movimiento Oviedo SOS Cultura y la campaña por la recuperación de la Fábrica de Gas como centro cultural.

Jose y yo tenemos una idea bastante parecida de lo que queremos para Oviedo y compartimos la misma tendencia a parir ideas por encima de nuestras posibilidades. Hacernos amigos era por lo tanto inevitable. Durante varios años compartimos un piso muy divertido en el Antiguo, con política de puertas abiertas, y por el que pasaron y pernoctaron todo tipo de pintorescos personajes.

"La Madreña". Fue un soplo de aire fresco. Su éxito puso de manifiesto que había mucha gente con ganas de que en Oviedo pasaran otras cosas. Merecía una suerte mejor que un desalojo y un juicio. En las manifestaciones contra el cierre una de las canciones que más coreábamos decía: "Si nos quitan 'La Madreña', ocupamos la ciudad". Creo que algo de eso se produjo y que con el desalojo se liberó mucha energía y creatividad que desde entonces se ha transformado en otras iniciativas sociales, políticas y culturales muy vivas que hoy impregnan la ciudad. Hay un antes y un después entre el Oviedo pre y post 15M.

¿En qué ciudad me gustaría vivir? Por un Oviedo cosmorrural. Mi sueño es vivir en un Oviedo cosmorrural que tenga lo mejor de una ciudad universitaria, cultural y mediana, pero también las ventajas de la cercanía al campo y al mundo rural. Construir un anillo verde, como los de Vitoria-Gasteiz o Santiago de Compostela, que permita rodearla a pie o en bicicleta a través de un sistema de parques, zonas rurales y espacios naturales conectados entre sí sería algo fabuloso, que aumentaría increíblemente la calidad de vida de la gente. Es decir, todo lo contrario a encapsular el Naranco con la Ronda Norte o querer liquidar, irresponsablemente, el Bulevar de Santuyano. Muchos que no le hemos votado aplaudiríamos a Alfredo Canteli si decide seguir con el proyecto adelante. Sería un ejercicio de madurez política.

Creo que podemos aspirar a ser una ciudad verde, agradable y peatonal, con un casco histórico bien cuidado, sin agujeros negros como el martillo de Santa Ana, con carril bici, transporte público de calidad y buenos servicios en los barrios. Para abordar los grandes cambios que necesita la ciudad hay que saber establecer prioridades, y el problema número uno de esta ciudad no son los excrementos caninos, como se ha dicho, sino la falta de empleo de calidad para la gente joven. Sacar todo el partido al potencial económico de la Universidad, del HUCA y de las fábricas de Gas y de La Vega nos permitiría vivir en una ciudad más joven, más dinámica y más abierta.