El día del bollo de San Mateo salió adelante a pesar de que el tiempo parecía empeñado en echarla abajo. Primero fue la lluvia matinal, y poco después de las dos de la tarde una amenaza de orbayu que, finalmente, quedó en nada. A pesar de lluvias y amenazas, la gente se congregó en el Campo de San Francisco, pero las peñas y familias lo hicieron en su mayoría en las mesas y bancos del paseo del Bombé. Los prados tuvieron menos afluencia de lo habitual.

El reparto del bollo entre los socios de la Sociedad Ovetense de Festejos (SOF) tuvo lugar a lo largo de toda la mañana en la Plaza de España. La entidad repartió cerca de 4.000 bollos con su botella de vino.

Una vez acabado el reparto, fue el momento de ir al Campo San Francisco a disfrutar de la comida. Además del bollo, muchos llevaron empanadas, tortillas y otros platos para acompañarlo. Pero también hubo gente que optó por surtirse de comida en alguna de las casetas del paseo.

Los prados, a pesar de que estaban algo húmedos por la lluvia de la mañana, no espantaron a todos los comensales. Hubo quien se empeñó en mantener la tradición a rajatabla. Su propia tradición. Fue el caso de la pandilla de Leticia Suárez, formada por gente de varias generaciones padres, hijos y nietos, que acudieron acompañados por amigos a un trozo de prado junto a la zona de juegos infantiles y las pistas de skate que llevan ocupando desde hace varios años.

"Siempre venimos al mismo sitio, porque es muy práctico para venir con los niños; empezamos a venir desde que tenemos hijos", asegura.

Antes de que llegasen los niños no les hacía falta un lugar tan estratégico, y tampoco acudían tan temprano como ahora. Además de la pandilla de Oviedo, acudían también otros comensales invitados de Nava y Cudillero. Todos disfrutaron de la comida de pie. El mantel estaba solo para albergar la comida, que en este caso era abundante, y no faltaba nada de lo que manda la tradición.

Por su parte, Piedad Viracucha, llegada de Ecuador hace 25 años, se sentía ayer muy integrada también en la fiesta del bollu, a la que todos los años acude puntualmente. Y lo hace como es de rigor, con mantel y en uno de los praos. Ayer acudía con sus hijas, Silvia, Tatiana y María, y con Cintia Guerreño, de Paraguay, que que también se han hecho asiduas de la fiesta del bollo y no faltan ningún año.

Otros que siguen siempre la tradición son la familia formada por Manuel Llada, María Jesús Secades y Lucía Llada. año. Ayer estaban en el mismo sitio que ocupan desde hace años, y que era muy apropiado para lidiar con las veleidades del tiempo: el exterior del edificio de La Granja. Allí acudieron puntualmente como cada año con su mesa plegable, y provistos de bollu, empanada, y una sidra que estaban siempre dispuestos a compartir.

En esta ocasión, contaban con invitados llegados del norte de la provincia de Cáceres: Pedro Ferreira, Maribel González y Álvaro Ferreira. Los extremeños habían estado muchas veces en Oviedo, pero nunca por San Mateo, y ayer les tocó disfrutar del bollo nada más llegar de su tierra.

La mayoría de la gente se agolpó en las mesas del paseo del Bombé, con unas sombrillas que en esta ocasión servían ya para protegerse del sol, ya de la lluvia. Y hasta hubo tiempo para un pequeño incidente sin mayores consecuencias: una de las sombrillas voló levantada por el viento.

El tiempo, finalmente, fue benévolo y la lluvia no descargó hasta bien entrada la tarde, lo suficiente para respetar la comida y dar cierto margen para alargar un poco la sobremesa en el mismísimo centro de Oviedo.