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Visiones De Ciudad

Oviedo en ocho lienzos acuciantes

Un recorrido vital con intensas paradas en la capital asturiana

La estatua de La Regenta en la plaza de la Catedral. LNE

"A mí me nacieron allí (en Zamora)". Lo escribió en "Madrid Cómico (1894)" Leopoldo el Grande. Hablar de Oviedo sin hacerlo de Clarín, por repetido que sea, sería como hablar de las avispas sin nombrar su aguijón. Y además, procede para parafrasearlo, porque a quien esto suscribe lo nacieron en Madrid, y sin embargo, de igual modo que le sucediera al enjuto escritor, si debo considerarme algo, más que ninguna otra cosa he de considerarme asturiano. Lo curioso es que mis ancestros se encuentran repartidos por Proaza, Gijón y Llanes.

Cuadro 1º: Desde que me encontraba en el vientre de mi madre, he pasado en la costa llanisca los meses de verano de todos y cada uno de los años de mi infancia, adolescencia y primera juventud. Allí veraneaba también una importante manada de familias ovetenses entre cuyos hijos forjé mis amistades más antiguas. Verbigracia Chus, amigo del alma, una de las personas a las que más quiero sobre la faz de la Tierra.

Cuadro 2º: Tenía once años cuando mis padres me rescataron del tedio de las aulas. Se celebraba un congreso médico en el que mi padre daba ciertas ponencias. Yo andaría por la ciudad con mi madre. Aquellas pellas legales se debían al consejo de cierto gabinete psicológico, "llévense a su hijo unos días de viaje con ustedes", porque, según parece, era un gamberro, inadaptado, con más horas de pasillo que de clase, un líder bufón entre los compañeros, pésimo estudiante y limítrofe con los prolegómenos de la delincuencia. Aquel Oviedo que conocí desprendía atmósfera grisácea por doquier. Sus fachadas tiznadas de carbonilla se fundían con mañanas de pertinaz orbayu y tardes lúgubres, cielos de plomo; la hermosa catedral chorreaba lamparones negros, como una hipérbole de las lágrimas de los mineros, muy próximos en sus oscuras galerías.

Cuadro 3º: Con 16 años me escapé de casa. Viajé en autostop y en tren, de polizón, claro. ¿Dónde? Cómo no, a Oviedo, para reunirme con mis amigos en aquella ciudad que cada vez me atraía más como un imán. No fue por mi instigación, pero dos de aquellos amigos y otros tres que ni siquiera había conocido hasta llegar a aquel conciliábulo que montamos a pies de las escaleras del Seminario, plaza de San Miguel, se me unieron en la aventura alegando peregrinas razones, como que en cierta ocasión su padre le había dado un coscorrón a uno de ellos. Colecciono de aquellos días una buena gavilla de aventuras y trastadas, poco confesables. Alertada por la comunidad de los taxistas, la Policía nos capturó a los pies del Cristo del Naranco. Tras la caminata por laderas hostiles, los pinchos de los tojos hacían sangrar nuestros tobillos.

Cuadro 4º: Atrás ya los tiempos de zascandil, terminé licenciándome en Filosofía y Letras en Madrid. Me casé, visitamos Roma y nos fuimos a Estados Unidos, donde pasé un tiempo como profesor de cierta universidad privada en un pequeño rincón de Nueva Inglaterra. En la redonda fecha que da comienzo al tercer milenio, año 2000, mi mujer y yo decidimos radicarnos en Oviedo. Atracción contagiada. Asturias querida y su capital. Y alquilamos un refulgente apartamento en el cogollo de la ciudad histórica; en El Fontán, nada menos. Todavía por entonces prevalecía la polémica: la vieja plaza medieval, antiguo mercado, puerta de acceso a los productos agroganaderos de los alrededores formada por un rectángulo de viejas construcciones, había sido demolida para levantar una supuesta reconstrucción de la misma.

Cuadro 5º: Guía o libro de historia entre las manos, quise redescubrir Oviedo, hacerla más mía. En un primer vistazo, aunque no era algo nuevo y ya había visto hacía varios años el nuevo aspecto de la ciudad, aquella Vetusta demacrada por el maquillaje de la carbonilla había sido sometida a una limpieza generalizada de fachadas, sobre todo, como es lógico, en los edificios históricos y monumentales, incluida la catedral, convertida de pronto en una señorita de refulgente piel tras el lifting de su restauración. Se pensaba que la ciudad había sido fundada en 761 como cruce de caminos sur-este-oeste, sobre el suave monte de Oveto, en declinante época romana. Fruela I construiría una basílica bajo la advocación de San Salvador, los originarios rudimentos prerrománicos de la catedral gótica actual, y ciertas dependencias anexas en las que nacería el su fiu Alfonso II el Casto. Oviedo era ahora una ciudad luminosa, incluso en días empalidecidos por el clima del norte y comenzó a cosechar "Escobas de Oro" y otros reconocimientos a su pulcritud. Es la "ciudad de cuento" por la que paseó Woody Allen, "con príncipe y todo", el año en que le otorgaron, precisamente, el premio "Príncipe de Asturias" de las Artes. Sólo lo pregunto: inmediatamente por debajo del Nobel, ¿existe otro premio internacional más prestigioso que el que se entrega en el teatro Campoamor?

Cuadro 6º: Creo que el hombre arraiga terminantemente en una tierra, si es que le place, cuando tiene en ella a sus hijos. Nuestros dos ovetenses, Guzmán y Blanca, nacerían respectivamente en 2002 y 2006. Oviedo y su Campo de San Francisco se muestran especialmente amables con nuestros amigos los perros, que son también miembros de la familia. Con "Cipión", nuestro schnauzer gigante negro, mis hijos y los paseos por este parque histórico, atesoramos indelebles recuerdos, de los más hermosos de nuestra biografía.

Cuadro 7º: Hacia el año 2008 adquirimos casa en Caces, cerca de Las Caldas, donde se encuentran el reformado balneario epónimo, en la orilla opuesta del río Nalón y a la altura del Castillo de Priorio, de arquitectura romántica, pero, ojo, de orígenes prerrománicos. Es el valle donde descubrimos un Oviedo rural, aunque prácticamente ya sin actividad agrícola o ganadera. Creo que ningún ovetense desconoce el restaurante merendero Casa Tello. Mi buen amigo Eleuterio, jubilado hace unos años, es tercera generación desde su fundación. El gobierno ovetense debería cuidar con extremado mimo esos alrededores naturales del concejo capitalino. Los recuerdos se anclan en el extenso valle con prístina nostalgia: la libertad de nuestros hijos, los paseos con ellos y con nuestro perro "Cipión" por las orillas de un río Nalón, muchísimo más limpio que el de hace décadas, las rutas de montaña por los alrededores, nuestros amables vecinos, la humilde casa, su jardín? Comprenderá en el próximo y último cuadro el lector el porqué de una nostalgia del recuerdo que se envenena hasta la más profunda melancolía.

Cuadro 8º: Nunca te deberíamos haber abandonado, Oviedo. Por circunstancias vitales y difíciles de explicar, hacia el verano del 2011 emigramos a Querétaro, México. El 11 de abril del año 2013 sufrí allí un accidente de moto del que resulté tetrapléjico. Me repatriaron por imperativo médico, en compañía de mi mujer y mis dos hijos, al Hospital de Parapléjicos de Toledo. Nueve meses de reclusión de los que sería excarcelado con leves mejorías. Un año después de haber salido del hospital vino a España para visitarme un buen amigo queretano. Le quise enseñar Oviedo y su valle de Las Caldas. En las proximidades de Oviedo, el único lugar donde se podía aseverar inapelablemente que mi mujer y yo habíamos echado raíces, cuando conducía la furgoneta mi amigo nos paró la Guardia Civil (atravesamos sin las luces puestas el túnel antes de llegar a la ciudad). Uno de los guardias introdujo la cabeza dentro del habitáculo de la furgoneta al ver que era un tipo en silla de ruedas situado en la parte de atrás quien le daba todas las explicaciones. Cuando le contaba lo que hacía allí, de pronto, inerme, a mitad de mis explicaciones -que eran el recordatorio de una vida- estallé en un llanto irreprimible. Agaché la testuz y me callé. "Prosigan. Vayan con cuidado", nos despidió el guardia civil. Lalo, el amigo mexicano que conducía, me preguntó cuánto habría supuesto la multa. "Unos 200 euros, probablemente", le dije. "Caray, si me lo dice el policía yo también me habría puesto a llorar", me respondió. Y le enseñamos orgullosos Oviedo.

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