El monasterio de San Pelayo se convirtió en uno de los lugares con mayor poder de convocatoria de la Noche Blanca. La comunidad de monjas benedictinas abrió sus puertas a las seis y media de la tarde para el canto de vísperas que tendría lugar media hora más tarde, y el aforo se llenó a los pocos minutos. Una vez cerrada la puerta, la cola siguió creciendo y fueron muchas las personas que estuvieron fuera esperando más de una hora para poder entrar. Pero para todas ellas mereció la pena. Olga Crespo fue una de las afortunadas que pudo acudir tanto a las vísperas como a la visita posterior, y destacó tanto "la conexión de las religiosas con el mundo real", al pedir por las necesidades de todos, los presentes, los enfermos y los difuntos, como la belleza del edificio, sobre la que coincidía con su amiga Elisa Sagasti: "Es espectacular, sobre todo el claustro".