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Visiones De Ciudad

El tic y el tac

La ciudad y sus habitantes como un reloj, un mecanismo no siempre ajustado

El tic y el tac

"Aquel tipo tenía un tic, pero le faltaba un tac: por eso no era un reloj", escribió una vez Ramón Gómez de la Serna. He vivido en varias ciudades y solo puedo anclar esta frase a Oviedo.

Cuando una ciudad aparece en el mapa, en el anuncio de turno, en el noticiero, en una anécdota o panfleto turístico, es como si se mostrase un reloj; da la hora, contemplas el diseño, la forma y el tamaño, pero jamás sus tripas. Yo voy a hablarles de la maquinaria que hace posible que un reloj sea un reloj y funcione, que Oviedo sea Oviedo. Ese engranaje es sus habitantes, hayan nacido aquí o no.

Llegué a esta ciudad hará una década, la misma que necesité para comprenderla. Me asenté en el barrio de Otero y rara vez trabajé fuera del centro. Es una ciudad cómoda, no cuesta moverse por ella y, si uno es de gustos sencillos como un servidor, bastará comprar pescado fresco a Francis en El Fontán, pan a Fidel en La Masera de Vetusta, ir a Cervantes y que Concha te aconseje un buen libro, rebuscar alguna maravilla en el Mercazoco del palacete gótico Ruaquince, o tomar el vermú en Traslacerca con Sergio, para sentirte feliz (lo de serlo es otro cantar) y como en casa, porque cuando uno se siente bien el tiempo vuela y no hay reloj que lo frene. Para mí una ciudad son las obras cotidianas de su gente. Es Chelo Veiga y demás bibliotecarios, por ejemplo, perdiendo el trasero por organizar actividades culturales paralelas a la agenda de nuestro Ayuntamiento cuando esta no es muy completa o buena; gobierne quien gobierne nunca lo será, seamos sinceros, porque no puede llover a gusto de todos y en Oviedo de lluvia sabemos bastante.

Hace unas dos semanas viajé a Madrid, me habían invitado a una tertulia sobre literatura solidaria en el mítico Café Gijón, con motivo de mi antología benéfica y solidaria "Siete" (Ediciones Trabe), cuyas ventas van destinadas a la Asociación Galbán para ayudar a los familiares de niños con cáncer. Coloqué los paquetes en el coche, me monté y nos fuimos, sin percatarme de que mi maleta quedaba en la acera. El caso es que perdí la maleta, alguien se la llevó y no a objetos perdidos, precisamente. Dentro estaba mi portátil, en el que guardaba la única copia de la que iba a ser mi próxima novela. Una novela que, para colmo literario, tan solo era el primer libro de una trilogía que, por un descuido mío, de repente se descompuso como si olvidar una maleta fuese sentarse a la orilla del Nora o el Nalón, arrancar una a una las setecientas páginas de tu diario y arrojarlas a la corriente.

Primera reunión con la editorial anulada, cartelito en la calle Muérdago y recompensa a quien me devuelva nueve años de trabajo; no entraré a juzgar cómo se puede medir económicamente dicho esfuerzo. Charlas con los vecinos para descubrir que quizá la maleta no, pero parte de su contenido se lo había llevado el del séptimo A (mi inmueble tiene cuatro pisos, tranquilidad), quien jura y perjura negándolo, por supuesto, pero que después resultó que sí, para rizar más el rizo el hombrecito es pastor de una iglesia ¡A Dios rogando y con el mazo dando! El caso es que a mi pobre maleta le ocurrió un poco la desgracia que vive Nicole Kidman en Dogville? Primero la observaron de lejos, cuestionándose, después se acercaron dudosos, temerosos quizá, se atrevieron a rozarla y eso les dio valor para tocar, al final la mancillaron, la vaciaron repartiéndose el botín y se deshicieron de ella. Todo lo que se reparte toca a menos y esa ley es válida para la culpabilidad. En ese momento el engranaje del reloj de esta ciudad se me rompió, los resortes saltaron, las agujas se precipitaron y la maquinaria chirriaba cada vez que le daba cuerda con la esperanza de que sobreviviese a un golpe así, de que siguiese adelante, que la gente es buena y devuelve lo que encuentra, que el mundo es malo y, hoy en día, no te puedes acercar a una maleta abandonada sin saber si puede contener una bomba.

Yo, alejado del drama e instruido en la filosofía del fluir y vivir en el presente, lo bendije, lo liberé y continué con mi vida, que todo pasa por algo. Me compré un portátil nuevo, comencé la novela desde cero, otra vez, y continué con mi vida en ese Oviedo escacharrado. Con el tiempo descubrí que me quedaba un poso que de repente ensuciaba la esfera del reloj, no me permitía ver bien la hora y se antojaba imborrable. Cada vez que alguien mencionaba Oviedo a mi mente venía la anécdota de la maleta perdida y luego robada. Definitivamente el reloj se había roto.

Vivimos tiempos extraños en los que parece que el reloj va marcha atrás mientras avanzamos. Nuestros políticos se están convirtiendo en sempiternos "influencers", no hay más que ver que el ochenta y cinco por ciento de las publicaciones de la página del Ayuntamiento de Oviedo en Facebook son fotos de nuestro alcalde. Queda demostrado que se han vuelto expertos en campaña y poses, pero incompetentes a la hora de gobernar y gestionar nuestros recursos, (si no ya no habría crisis). Gobernar ya no es gobernar, sino una eterna campaña electoral a la carrera de la popularidad, porque la fama parece que es lo que justifica sus sueldos. Para tapar esta nueva verdad al engranaje se le han añadido miles de cachivaches llamados asesores. La maquinaria se ha vuelto compleja y costosa de mantener, el reloj pesa más de lo debido y es caro, demasiado caro para tan mala calidad. Para que no descubramos que un "influencer" es un vendedor de humo que no fuma, nos necesitan enfadados, enfrentados y distraídos, dicha humareda nos ciega y no nos permite fijarnos en sus obras, que por sus obras los conoceréis, decía la Biblia y ahí nadie comía fresas. Para no sentir que estamos perdiendo el presente y el futuro solo nos queda tomar la tierra, aferrarnos a la bandera y defenderlas desde nuestra posición de la línea que nos divide. Es una guerra civil 2.0, educada y políticamente correcta, sin duda, un tanto aburguesada tal vez, porque Oviedo siempre fue mucho del uso de los buenos modales.

La tierra no vale más que el valor que le otorgamos, las banderas son meros trozos de tela que adquieren sentido porque volcamos en ellas nuestros ideales y representaciones. Al final son las personas lo único que importa, los ciudadanos son la ciudad y de ellos nace todo? Los monumentos, los parques, los edificios que crean barrios, los barrios que crean zonas, la dignidad laboral, el ocio sano, la convivencia segura, el respeto y la igualdad. Somos el engranaje del reloj y de nosotros depende el funcionamiento correcto o atrasado; el día tiene 86.400 segundos y solo necesitamos uno para decidir si robar o devolver lo que no te pertenece.

Si queremos funcionar necesitamos el tic y también el tac, porque les recuerdo que, si la aguja del segundero no se mueve, las demás, las que parecen importantes y marcan la hora que vemos, no avanzan. Si el segundero se estropea todo cae. Por favor tengan en cuenta eso si algún día encuentran una maleta olvidada por la calle.

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