Yo no soy ovetense, aunque piso la ciudad de vez en cuando, generalmente por cuestiones de ocio, alguna que otra vez porque lo requiere el discurrir del día a día. Así que mi visión de Oviedo es la de alguién de fuera, la de uno de tantos asturianos (cada vez menos) que residimos en las alas de la región.

Oviedo no siempre estuvo tan cerca, antes las comunicaciones eran otras y llegar a la capital suponía dos horas y media de una tortuosa carretera llena de curvas, paradas casi obligatorias para un pincho y un café e interminables caravanas a las puertas de la ciudad.

En aquellos tiempos Oviedo era un nudo, un punto de encuentro. Era un fin de semana en aquellas primeras salidas en el final de la adolescencia y era sobre todo el piso de un amigo o de un pariente cuando alguien de la familia por motivos de salud ingresaba en el antiguo hospital , por aquel entonces ir y venir a diario era prácticamente imposible.

Con el paso del tiempo, la mejora tanto de la red vial como de los coches han hecho que Oviedo este a tiro de piedra y sea habitual ir de compras de vez en cuando, aprovechar la gran oferta cultural que ofrece la capital del Principado o simplemente tomarse unas sidras en Gascona.

Quedaron lejos aquellos Domingos de futbol amateur, cuando nos dejabamos la piel, sobre todo la de las rodillas, en aquellos campos de arena tan tipicos de la capital. Antes de la llegada de la hierba artificial, clubs con solera y muchos años de historia como Astur, Covadonga, San Lázaro y un largo etc, disputaban sus choques en auténticas playas de arena amarilla.

Igual de lejos quedan aquellos fines de semana, aquellas primeras salidas del occidente astur para ver una novia que daba sus primeros pasos en la universidad. Recuerdo salir bien temprano los sábados por El Rosal y ya más tarde por la frecuentada calle Mon, donde un buen grupo de amigos hicimos de la tristemente cerrada Casa del Cura, cuartel general durante algunos años, frecuentándola tanto los jueves como muchos fines de semana. Tanto la música como el ambiente eran bastante distintos al de hoy en día, puede que mi visión no sea objetiva, puede que el paso de los años me haga ver las cosas de forma diferente, puede que las canas hayan encerrado el atrevimiento y la locura de antaño, pero llámenme nostálgico, a mí me gustaba el Oviedo de antes.

Es verdad que el Oviedo de ahora es elegante, pulcro, altivo, una ciudad cuidada con esmero, como muy pocas, con un casco antiguo además de precioso, bien conservado, adoquinado, casi cerrado al tráfico e ideal para dar un paseo y disfrutar de autenticas joyas como la catedral y tomarse un café en la plaza del ayuntamiento.

Todo el mundo debiera de darse el gusto algún domingo a mediodía, de subir por Gascona, dirigirse a la plaza de la Catedral y llegar hasta el Campillín , ida y vuelta , disfrutar del entorno, de sus gentes, del mercado, oler Oviedo a esas horas, empaparse de su ambiente, sentirse parte de la ciudad y cómo no disfrutar de la rica y variada oferta gastronómica que Oviedo ofrece tanto a sus habitantes, como a la cada vez más nutrida y variada tribu de turistas que la frecuentan.

Oviedo es también "cuesta", resulta harto dificil caminar por sus calles sin sentirse preso de ese sube y baja constante, un auténtico rompe piernas que dirían los ciclstas más avezados.

Oviedo es además, como todas las ciudades universitarias, contraste. Gente joven, cargada de libros, de apuntes, de prisa, de vitalidad, de esperanza, de ilusión, mezclada con esa otra gente, ya entrada en años, que si bien no carece de todo lo anterior, si que hace ofrecer a la ciudad un contraste mágico.

No quiero cerrar sin antes hacer mención a la zona que personalmente más me gusta de la ciudad, la subida al Naranco.

El Naranco guarda en sus faldas además de unos parajes naturales preciosos, joyas arquitectónicas de incalculable valor y belleza . Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, ambos del Prerrománico asturiano, son dos monumentos que han hecho de la sencillez majestuosidad y que nadie debiera de dejar sin visitar.

La zona invita además al descanso, la paz, la reflexión, transportándonos a un entorno rural casi dentro de la misma ciudad.

Un poco más arriba podemos disfrutar de una panorámica de Oviedo y sus alrededores realmente impresionante, capaz de dejar sin palabras al mejor orador, una ciudad señorial con la catedral dominándolo todo, una vista que realmente emociona, un lugar desde luego para no perderse, o mejor dicho, para perderse unas horas y disftutar desde lo alto de esa mancha verde con toda la ciudad a los pies.