Cuando me prejubilé un compañero me invitó a comer. Como yo ya no trabajaba quedamos en almorzar cerca de su oficina, donde él ya había comido otras veces. Aquel restaurante servía buenas viandas y su precio era adecuado. Allí viví una de esas historias inolvidables.
Mi compañero había reservado mesa y nos ubicaron casi en el centro del comedor. Había transcurrido poco tiempo desde que nos sentamos, cuando entraron alrededor de unas quince personas que hablando unas con otras, armaban un poco de ruido, lo que nos obligó a mirar en su dirección.
De pronto, una de ellas, miró hacia nuestra mesa. Nos "reconocimos" y nos saludamos "mano en alto". Ellos, aquellos caballeros, pidieron también de comer. Yo, entretanto y ante la pregunta de mi compañero, pensaba quién era aquella persona con quien me había saludado. Contesté que no me acordaba exactamente, pero que era una persona de Oviedo, a la cual no veía desde hacía un tiempo. Seguí pensando quién era y cambiamos de conversación. Nuestra sobremesa se hizo más larga, con lo cual aquel grupo de personas acabó antes que nosotros. Cuando todo el grupo se disponía a marchar, mi presunto conocido espero el final y, cortésmente, se acercó a saludarme.
Me levanté, nos dimos la mano y cruzamos unas palabras de rigor. Y cuando se nos acabó ese saludo, le pregunté: "¿Qué tal por Oviedo? Y su respuesta me dejó en una pieza: "Yo nunca estuve en Oviedo".
Pensé que era una broma aquella respuesta, con lo cual insistí diciéndole: "Creí que nos habíamos visto allí". "Imposible, nunca estuve en la ciudad", me contestó.
Tiré por otros derroteros mi conversación y decidí no insistir más sobre el tema ovetense. Hoy sigo acordándome de aquel saludo y de la corta conversación y en el fondo pienso que ambos estábamos equivocados de persona. Cosas que pasan en la vida.
