Al departamento de Lengua del Instituto de La Corredoria, que encabeza María José Morán, no le convencían los libros de texto de los que disponía para desarrollar la asignatura. Decidió, entonces, que utilizaría obras literarias para diseñar las unidades didácticas. Cada trimestre sería una obra literaria. Para el primero, la obra elegida ha sido "Prohibido leer a Lewis Carrol", escrita por Diego Arboleda con ilustraciones de Raúl Sagospe, un trabajo que ha recibido, entre otros, el Premio nacional de literatura infantil y juvenil.

Los alumnos han tenido la ocasión no solo de disfrutar de una lectura entretenida y alocada sino también de hablar con el autor del texto, Diego Arboleda, que viajó ayer a Asturias en una jornada de ida y vuelta para encontrarse con sus lectores de La Corredoria. El encuentro ha sido muy fructífero para todos.

El autor se encontró con varias sorpresas: la primera, un salón de actos decorado con imágenes relativas a su libro -con numerosas alusiones al universo de Lewis Carrol- y con ediciones de algunos de sus otros libroo.

Además, para presentar al autor y a su libro, una alumna se puso en la piel de Eugene Chignon, la torpe institutriz que protagoniza el relato. Finalmente, los alumnos le entregaron un trabajo encuadernado con opiniones, dibujos y creaciones en torno al libro, que el autor se comprometió a hacer público a través de las redes sociales.

El autor se mostró enormemente agradecido por la lectura y por el recibimiento antes de contestar a numerosas preguntas que le hicieron los alumnos respecto a su obra. Arboleda reconoció, por ejemplo, que su momento favorito de la escritura es "crear los personajes", y que le gusta "que sean locos, lo que hace que todo sea interesante cuando aparecen".

Muchos de ellos, además, están basados en personas reales. La mencionada institutriz, por ejemplo, es una versión exagerada de su mujer, que según asegura es "un poco desastre". Para crear las historias se basa en noticias y en su propia vida, pero a veces las noticias son muy descabelladas, tanto que no parecen reales, y por otra parte lo que hay de su vida en los libros aparece tan exagerado que también cuesta reconocer qué escenas tienen un trasfondo real.

En cualquier caso, Diego Arboleda tiene claros los ingredientes que le gusta usar para enganchar a los lectores. Y, curiosamente, el primero que se le viene a la mente es uno que quiera dejar siempre fuera de la receta -aun cuando profesores y familias puedan estar en desacuerdo con él-: la vocación de ser didáctico.

No quiere, explica, aleccionar con los libros sino poner siempre en primer plano los dos ingredientes principales que, esta vez sí, debe haber en un libro: el humor, y el ritmo, la velocidad de lectura. También le gusta que los libros tengan varios niveles de lectura: la superficial, la profunda, la referencial, etcétera.

Para él, los premios, sin desdeñar la gratificación económica que suponen, han sido una bendición porque le han permitido tener muchos lectores en lugares insospechados como China, Corea, Italia o Estonia, a cuyos idiomas se ha traducido. Viendo la acogida de La Corredoria, no cabe duda de que Diego Arboleda también es profeta en su tierra.