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El lado salvaje

Dibujos en el cielo

El estornino pinto, residente invernal en la ciudad, es rechazado por la suciedad y los ruidos de sus dormideros, y admirado por la perfecta sincronía de los bandos en vuelo y la belleza de las figuras que componen sus movimientos

Dibujos en el cielo L. M. ARCE

Llegan entre finales de octubre y primeros de noviembre, y se van en los últimos días de febrero o entrado marzo. De pronto, en masa, como respondiendo a una llamada. Son campestres de día y urbanos de noche. Se mueven en pequeños grupos, pero al atardecer las escuadrillas se van agregando unas a otras, en el aire o ya en el posadero elegido para pernoctar, hasta constituir un escuadrón de miles o decenas de miles de ejemplares. Generan protestas en los campos, porque se ceban en las cosechas (aceitunas, uvas y diversos tipos de cereales), y en las ciudades, porque ensucian (tantas aves juntas dejan, invitablemente, muchos excrementos) y porque resultan muy ruidosos (pueden parlotear durante horas antes de decidirse a dormir).

El estornino pinto no es recibido, precisamente, con entusiasmo por los ovetenses y sus autoridades. Pero le gusta la ciudad, y retorna a ella cada otoño. Si lo echan de un dormidero, busca otro. Si no caben todos en el mismo, se separan y buscan por separado más sitios en los que pasar la noche. Parques, sobre todo (en otros lugares tiende a reunirse en edificios, lo que agrava el problema de la suciedad cuando se trata de arquitecturas monumentales).

Esa es la cara conflictiva de la especie. Y es la que más pesa en su imagen, en su consideración social. Sin embargo, durante la época de cría los estorninos devoran ingentes cantidades de insectos y otros invertebrados, muchos de ellos considerados plagas de los cultivos; una labor que compensa en parte los daños a las cosechas en otoño e invierno, que, en el caso de Asturias, son mínimos por la ubicación interior de los viñedos y por la ausencia de olivares.

Por otra parte, cualquiera que observa las evoluciones de sus bandos en el cielo queda asombrado por su perfecta sincronía y por las asombrosas formas, cambiantes a cada instante, a las que dan lugar sus movimientos. Parecen danzas, caprichos, pero se trata de estrategias para escapar de los depredadores: la masa protege y la sincronización de sus movimientos (los de cada individuo con sus contiguos) genera olas aerodinámicas que interfieren en la trayectoria de vuelo de los halcones peregrinos y otras aves rapaces, de manera que éstas fracasan en un elevado porcentaje de las tentativas de caza. Pero no se trata solo de un consumado volador, un acróbata del aire. El estornino pinto destaca, asimismo, por sus cualidades vocales: canta bien e imita mejor. Y posee un amplio repertorio de sonidos para identificar y alertar de la cercanía de depredadores, y para comunicarse con sus semejantes en diversas situaciones, de tú a tú y en masa: parece que sus vocalizaciones en los dormideros responden a una transferencia de información (sobre buenos puntos de alimentación, por ejemplo) y, además, ayudan a establecer la jerarquía en los grupos.

Oviedo es un lugar de refugio y de descanso para el estornino pinto. Los campos del entorno, su comedor. Necesita de los dos. Otras poblaciones invernantes encuentran todos los servicios en el medio rural, y ahí suelen ser mejor acogidos, molestan menos. Aunque, paradójicamente, están más desprotegidos, frente a los enemigos y a la meteorología.

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