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El lado salvaje

Marinera en tierra

La gaviota patiamarilla se ha integrado en la vida urbana: algunas parejas anidan en los tejados y no le falta comida en las calles

Una gaviota patiamarilla adulta devora una paloma en una calle de Oviedo. D. CRESPO

Esta historia comienza en los años setenta del siglo pasado, cuando la población de gaviota patiamarilla -la única especie de este grupo de aves marinas que anida en abundancia y con regularidad en Asturias- se disparó y los emplazamientos tradicionales de las colonias, los acantilados e islotes costeros, se saturaron. Siendo la gaviota un ave de recursos, este "overbooking" la empujó a buscar una nueva residencia, y la encontró en los tejados de los edificios, en las ciudades, villas y pueblos del litoral. Ese proceso de colonización urbana se inició en 1992; al menos, este es el año en el que se documentó el primer caso. Por entonces, la gaviota patiamarilla -insisto, un ave de recursos- ya acudía a diario, en gran número, al interior de la región, al vertedero central de Asturias, activo desde 1985, y al de Santa Marina de Piedramuelle, a las afueras de Oviedo: dos inagotables suministros de "comida basura" (literalmente). Acotación: la gaviota patiamarilla es omnívora y oportunista; esto significa que come lo que sea, dando preferencia al alimento más fácil de conseguir y más abundante.

Centrando a partir de ahora la historia en Oviedo, el basurero de Santa Marina de Piedramuelle se clausuró a principios de los años noventa (el sellado finalizó en 1994) y en el terreno se construyó un complejo deportivo. Se acabó el bufé libre. Pero la gaviota patiamarilla mantuvo la costumbre y siguió volando rutinariamente a Oviedo. Y como es un ave de recursos -¿ya lo he dicho?-, se buscó el sustento en otro lugar: residuos urbanos dispersos (en cubos o esparcidos en descampados), comida dispuesta en patios y solares para los gatos, palomas domésticas (abundantes y fáciles de cazar)... incluso el tentempié de los escolares, que algunas hábiles ladronas de bocadillos roban de sus manos, para sorpresa y susto de las víctimas. Claro que estas alternativas no pueden sostener la cifra de gaviotas que venía antes al basurero; la población disminuyó, tuvo lugar un proceso de selección: quedaron las más astutas y atrevidas (baste para atestiguar esta condición la habilidad desarrollada por algunos individuos urbanos de Oviedo para acechar en angostos pasos entre edificios a los vencejos comunes, voladores raudos donde los haya, y atraparlos al vuelo, en emboscada, a traición).

Y así empezó a tener Oviedo sus gaviotas residentes, ciudadanas de pleno derecho, empadronadas, con dirección y familia. Pocas, aunque notorias: son grandes, ruidosas y no se esconden. Precisamente, esa falta de discreción no ayuda a su imagen pública: pasan por aves pendencieras, ruidosas, sucias... feas. Pero, como todo en esta vida, esa imagen depende del cristal con el que se las mire. Si se trasciende ese punto de vista antropocéntrico, prejuicioso, la gaviota patiamarilla (y otros láridos equivalentes, como sus parientes cercanas las gaviotas argénteas europea y americana) constituye un prodigio de adaptación o, dicho de otro modo, es una pícara en toda regla, capaz de sacar partido casi de cualquier situación y circunstancia. Una superviviente nata, en resumen. Muy pocas especies disfrutan de su éxito. De eso se trata.

Las gaviotas urbanas se rigen por patrones de conducta diferentes de los que siguen las gaviotas del litoral. Hábitat obliga. Aunque no están desvinculadas del todo de sus raíces, sino que acuden con regularidad a la orilla del mar (del mismo modo, con temporales, aves residentes en el litoral vuelan tierra adentro para soslayar la meteorología adversa). Han cambiado los acantilados por los tejados, las playas por las aceras, los restos de pescado por desperdicios de todo tipo... En ambos medios son una especie dominante, sin competidores a su altura y casi sin depredadores. Solo los individuos jóvenes, que aún no han adquirido destreza en el vuelo ni poseen tácticas de huída y defensa depuradas, ni hacen gala del carácter agresivo de sus mayores, corren el riesgo de caer en las garras o en las fauces de algún cazador urbano. Su mayor enemigo es el hombre, que no las quiere como vecinas y trata de expulsarlas retirando sus nidos, huevos y pollos, y persiguiendo a las aves de mayor edad con aves rapaces adiestradas.

Aunque no es la gaviota patiamarilla, como ya habrá quedado claro a estas alturas, nada propensa al desánimo, a la rendición. Pelea por lo suyo. Y la vida urbana le gusta, incluso aunque se la vea como una okupa y un vándalo callejero. Hitchcock le ha dejado una impronta imperecedera (a su grupo) como aterradora "mala de película", si bien la protagonista de "Los pájaros" no es nuestra gaviota patiamarilla sino su "prima" la gaviota argéntea americana, al parecer elegida a partir de un hecho ocurrido en California: una "lluvia" de gaviotas registrada en 1961 en la bahía de Monterrey, que los científicos atribuyeron a una intoxicación por un alga; no fue un ataque, como en la película, sino una mortandad. No obstante, se conocen casos de ataques de gaviotas a las personas, que se atribuyen a conductas protectoras de los huevos o los pollos, y que las definen como padres abnegados (actúan en legítima defensa), no como macarras barriobajeros.

No es esta, por último, la única gaviota que puede verse en Oviedo, aunque las demás solo visitan la ciudad de forma esporádica, como las gaviotas reidora y sombría, o por accidente, arrastradas por fuertes vientos que sería peligroso contrariar, caso de la gaviota tridáctila, propia de mar abierto.

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