El pianista húngaro András Schiff llegaba ayer al Auditorio de Oviedo para demostrar su enorme categoría como intérprete, pero su talento se vio invadido por un ruido constante de parte del público, que no estuvo a la altura de las circunstancias. Desde un primer momento se oyeron en la sala timbres de llamada y notificaciones de mensajes de teléfonos móviles, crujir de plásticos de caramelos, toses exageradas y hasta aplausos a destiempo.

Muchos de estos sonidos llegaron, además, en los momentos más inadecuados, cuando el pianista tocaba los pasajes más delicados o en los silencios que abría en medio de las piezas.

El músico, una vez que acabó el concierto, saludó solo una vez moviendo la cabeza en señal de disgusto. Y se retiró dando muestras de un cabreo considerable ante un público que casi llenó el Auditorio, y entre el que había muchos espectadores no abonados.

La actitud de los espectadores y el consiguiente enfado del pianista empañaron lo que pudo haber sido un concierto extraordinario. Porque, desde el punto de vista musical, András Schiff demostró un talento impresionante. En todo el programa, de obras de Bach, brilló a muchísima altura, pero sobre todo con la última obra, las "Variaciones Goldberg", que interpretó con las maneras de los grandes genios, que hacen fácil lo difícil.

Las treinta variaciones son treinta pruebas de dificultad, y en todas ellas mostró un fraseo y una técnica impecables, con una pulsación muy clara, en la que se entendían todos los motivos, algo muy difícil en la música de Bach, al ser contrapuntística. También mostró mucha pericia con el uso del pedal.

En este tipo de obras, su uso puede ser complicado y emborronar las notas, pero en su caso estuvo muy comedido y consiguió que la interpretación fuese muy clara. También fue muy correcto en los tempos, que no fueron ni demasiado rápidos ni demasiado lentos, y en los pasajes más virtuosísticos se desplazaba por el piano de tal manera que casi no se le podía seguir con la vista, y, sin embargo, las notas se oían todas.

Una interpretación muy sutil, elegante y delicada que se vio quebrada por la falta de delicadeza de algunos espectadores. Su sinfonía disgustó enormemente a Schiff.