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Un encargo repleto de sorpresas

Un sobre con dólares resultó ser el "paquete" que le enviaba a un amigo su familia de Estados Unidos

Un encargo repleto de sorpresas

Aún no vivía en Madrid. Mi vida laboral discurría entre Oviedo y la Capital de España. Los viernes acababa el trabajo a mediodía y a esa hora cogía el coche y con alegría regresaba a Oviedo. Solo hacía una parada en una gasolinera antes de llegar a Benavente, donde repostaba gasolina y bebía un refresco de cola. Y aquí comienza mi historia de hoy. Un buen día me llama a Madrid un amigo y me pregunta si puedo hacer un recado para otro amigo que, a su vez, recibiría un paquete que mandaba un familiar desde EE UU. "Claro", le dije. "No tienes que desplazarte para recogerlo. Si me das tu dirección te lo lleva a tu oficina". Días más tarde recibí la visita anunciada, nos saludamos y me dijo: "El problema es que yo no puedo desplazarme a Asturias y tengo que volver inmediatamente a EE UU."

Lo curioso del caso es que, a medida que pasaba el tiempo, yo no veía que aquella persona me fuese a hacer entrega de paquete alguno, porque no veía ningún bulto que llevase encima. La conversación se iba acabando y, entonces, el visitante echó mano a uno de sus bolsillos interiores de su chaqueta y sacó un sobre que abultaba un poco más que unas simples cuartillas. Me lo entregó. Venía abierto y solo cerrado por su solapa posterior. Lo abrí y ¡oh, sorpresa!, dentro venían unos dólares norteamericanos. El visitante me dijo entonces: "Cuéntelos, para ver que están bien". Lo hice: eran 20.000 dólares. Estaba claro, no era un simple paquete, sino un dinero que..., sabe Dios su procedencia y destino.

El visitante se despidió y se fue. Yo llamé a mi amigo asturiano y le conté lo que me estaba pasando. Entretanto yo pensaba cómo iba a llevar aquel dinero conmigo. Sin tenía un accidente corría el riesgo que aquel dinero desapareciese o la policía me preguntase de dónde lo había sacado.

Pensando, pensando, se me ocurrió una cosa: en el maletero del coche, debajo de una tapa que lo cubría, estaba la rueda de repuesto. Así que en otro sobre más grande guardé el sobre original con el dinero y ocultándolo debajo de la rueda de repuesto allí lo deposité. A continuación llamé a mi amigo y le dije que si algo me ocurría que él supiese donde estaban los dólares.

Al final y a Dios gracias, nada me ocurrió y el dinero llegó a su destino. Y yo aprendí una lección de la que jamás me olvidaría: ¡Ojo con los envíos imprevistos!

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