Carlos Losilla (Barcelona, 1960) llega hoy a Oviedo para presentar, a las 19.30 horas, en el teatro Filarmónica "La invasión de los ladrones de cuerpos", una película de culto con la que el Ayuntamiento inaugura el ciclo de cine "Paranoia contemporánea", que a su vez forma parte del programa de la Semana del Audiovisual Contemporáneo de Oviedo (SACO). Crítico de cine, ensayista y profesor de Teorías del Cine en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, ha escrito uno de los capítulos del primer libro editado por la Fundación Municipal de Cultura como parte del material de SACO: "Paranoia contemporánea. El cine en la sociedad del control".

- ¿Existe una paranoia colectiva tal y como sugieren el ciclo de cine y el libro?

-Claro. Hay varias porque la paranoia surge de una amenaza invisible o incorpórea que proviene de algo que nosotros no controlamos. El poder, el Estado, o el sistema, por ejemplo, pero también el más allá, el futuro, la muerte o el Universo.

- Cada vez hay más películas que muestran situaciones límite basadas en el desarrollo tecnológico. ¿Han cambiado las paranoias contemporáneas?

-Hay una evolución. La paranoia de los años 60 hacia lo invisible o los extraterrestres ha evolucionado al miedo a lo virtual. A eso se le une el temor ante el cambio climático o el nuevo milenio, e incluso la llegada de la era de la sospecha, que no es más que sospechar de todo, hasta de lo que antes no era cuestionable.

- ¿Se refiere a la religión?

-Sí. La religión se ha convertido últimamente más en política que en religión. Se habla incluso de política vaticana. Y eso tiene su reflejo en el cine, por ejemplo, en "Los dos Papas".

- ¿Cuál ha sido la última película que ha visto?

-"Jojo Rabbit", pero no me gustó nada. Trata de una manera muy frívola el nazismo.

- ¿Alguna recomendación?

-"El Irlandés", de Scorsese, me parece una de las grandes del año junto a "El oficial y el espía", de Polanski.

- La plataforma Netflix estrenó "El Irlandés" y la ofrece en su menú. ¿Estamos ante la caída de las productoras?

-El progreso digital es más serio que el paso del cine mudo al sonoro. Ya no hace falta ir a una sala para ver una película. Las plataformas empiezan a actuar como la Metro-Goldwyn-Mayer al fichar a algunos de los mejores cineastas, por tanto, les hacen la competencia a las productoras. Es un cambio brutal.