Nuria Barrios se recuerda de niña en la cama con un libro infantil sobre los mitos griegos y otro sobre el cuerpo humano. De adolescente elegía con su hermana mayor los libros que sus padres pedirían al Círculo de Lectores, en su casa "no había pin parental". Así se fue fraguando una lectora que se doctoró en Filosofía y que a los 35 años se convirtió también en escritora. Antes no lo había hecho por miedo, por el respeto que tenía a todo lo que había leído, pero tuvo un hijo. "Tener un hijo te cambia los miedos", explicó.

La autora participó ayer en las Tertulias del Campoamor que organiza la Fundación Municipal de Cultura en colaboración con LA NUEVA ESPAÑA. El periodista y crítico literario de este periódico Eugenio Fuentes ejerció de entrevistador en un diálogo trenzado que viajó por toda la obra de Nuria Barrios, a la que definió como "una escritora caracterizada por la fertilidad en su imaginación y con una versatilidad poco frecuente".

Ya centrados en "Todo arde", Fuentes destacó que "la gran habilidad de la novela es que todos los planos que la componen están entreverados con gran sabiduría narrativa". El libro es una historia de amor con trazas de thriller. Ahí lo dejó Fuentes para que Barrios abogase por "eliminar las categorías de la vida creativa". La catalogación sirve, en su opinión, "para los funcionarios y todos aquellos que hacen cosas meticulosas", pero "la creación debe ser permeable". "Todo arde" le llevó a Barrios varios años de trabajo. La autora confesó ayer que toma notas a mano y escribe la historia en el ordenador. En este caso, muchas de las notas fueron mentales, ya que el escenario en el que se desarrolla la historia es un poblado de venta de drogas. Barrios pasó allí muchas horas durante muchos días observando, escuchando y oliendo, pero sin tomar notas, sin teléfono móvil y sin hacer ni una sola pregunta.

El escenario es tan potente que una de las grandes habilidades de Barrios es que no se coma la historia de amor fraternal entre los protagonistas, el adolescente Lolo y su hermana mayor, Lena, enganchada a las drogas. De esos grandes supermercados de la droga "solo se conoce una imagen muy superficial y, por tanto, incompleta", explicó la autora, que añadió que "ese mundo infernal funciona en realidad como un reloj suizo". Esas son las historias que interesan a Nuria Barrios, "las que están en las márgenes y nunca se han contado, las que tenemos al lado y vemos todos los días pero en realidad son invisibles".

Como un reloj suizo funciona también la certera forma de arrastrar al lector a lo largo de la obra, de llevarlo a tientas por la noche en la que se desarrolla la acción, entre la puesta de sol y el alba, y por las tinieblas del poblado chabolista. Esa es la magia que para la autora debe tener un libro, esa capacidad de "hacer soñar y reflexionar". Pero para ella el libro es mucho más, "es el mejor invento de la humanidad después de la rueda, porque sirve para pensar, pero también para pintar, para calzar un mueble, para hacer figuritas de papel o para alimentar el fuego".

"Todo arde" pone fin a una trilogía híbrida que se abre con el libro de relatos "Ocho centímetros" y continúa con el poemario "La luz de la dinamo". La autora reconoció que en estos dos libros se adelanta ya la novela. Y además lo demostró. Lo hizo leyendo y cantando el poema "Vamos a contar mentiras", de "La luz de la dinamo". La combinación del texto poético con la canción infantil que le da título generó en el salón de té del Campoamor, donde se desarrolló la tertulia, una sensación de ambigüedad, de brutal contraste al ver cómo la autora canta con voz de niña "tra, la, ra" al tiempo que habla de ratas, de pastillas, de polvos de colores. Ahí está la vida, en el contraste, en la ambivalencia.