La basílica de San Juan el Real se abarrotó ayer para el funeral del empresario ovetense Pedro García-Conde, una despedida multitudinaria que fue la demostración palpable de la huella que dejó mientras vivió. Su hijo Pedro dijo al final de la ceremonia, oficiada por el secretario del Arzobispado, Manuel Alonso, que estaban despidiendo "a un hombre bondadoso, simpático, elegante, campechano y buena persona", una descripción con la que todos los presentes estaban de acuerdo.

Sus restos mortales fueron introducidos a hombros hasta el pie del altar, y en el momento en el que comenzó la ceremonia se hacía casi imposible entrar en el templo. El acto contó con la presencia de familiares y amigos, y no faltó el alcalde de Oviedo, Alfredo Canteli.

El sacerdote destacó la vida "muy fructífera" del fallecido. Manuel Alonso había acudido en el último mes a su domicilio en la calle Uría, una casa "llena de vida", con las fotografías de su gran familia, sin duda uno de los pilares de su existencia. Deja cinco hijos, once nietos y una bisnieta, y según el sacerdote les deja como herencia lo que les ha comunicado, "no con palabras sino con los hechos, en la forma en la que os ha querido, en la que ha vivido su vida con Cuca (García-Valdés Cifuentes, ya fallecida), su mujer, en la forma en la que amaba inmensamente a su familia". Su hijo Pedro destacó, también, esos vínculos familiares que eran casi una pasión para el fallecido. En primer lugar, la relación que tenía con sus diez hermanos. "Era una lección de vida para mis hermanos y para mí, y para nuestros primos, que tenemos que trasladar a nuestros hijos. Eran once hermanos y se querían muchísimo, y no es por casualidad sino por el ambiente de amor y de unión que habían marcado mis abuelos Emilio y Lola en lo que llamaban ellos el chalet de Besada: allí generaron esta relación familiar".

En sus más de 30 años en Hierros del Cantábrico, donde llegó a ser director de la zona norte, tuvo una trayectoria profesional caracterizada por una honradez y unos valores profundos que ya tenía en su vida y que aplicaba en los negocios, virtudes que hasta ensalzaba la propia competencia.

Era, según su hijo, "tremendamente trabajador", y pasó muchas horas fuera de casa por temas de trabajo. Pero su hobby "era la familia; lo que más le gustaba era reunirla para comer, que estuvieran en casa, cuantos más mejor; siempre que vinieran primos o amigos, era un anfitrión fantástico", tanto en Oviedo como en la casa de Ribadesella en la que pasaba los veranos.

Era muy niñero, "un abuelo cariñosísimo, consentidor incluso", y estuvo "tremendamente enamorado de su mujer". También un padre genial "con el que nos reímos mucho, hubo un ambiente genial siempre".

Era, asimismo, "gran amigo de sus amigos, con los que disfrutaba muchísimo", con un gran sentido del humor. Esa amistad y esa vida entregada se notaron en la calurosa despedida que le brindaron los ovetenses en la basílica de San Pedro, donde sus familiares recibieron sentidas condolencias. Sus restos mortales fueron enterrados tras el funeral en el cementerio de El Salvador.