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El lado salvaje | FAUNA DEL NARANCO (II)

Sacaveras, lagartijas y esculibiertos

Anfibios y reptiles, despreciados y desconocidos, cuentan con una variada representación de especies

Un sapo común adulto L. M. ARCE

Entre los pobladores más discretos del Naranco, es decir aquellos que apenas se hacen notar ni se dejan ver, figuran anfibios y reptiles. Hace unos años, cuando el hoy populoso barrio de La Florida, en la falda del monte, estaba en los primeros compases de su urbanización, y en lo que hoy son sus calles y su avenida se producía una interacción entre los ambientes urbano y rural, entre el cemento y los prados, era habitual el encuentro nocturno con dos de esos vecinos de sangre fría: el sapo común y el sapo partero común. El monótono y mecánico canto de los sapos parteros era entonces una constante en las noches de las últimas semanas la primavera y de todo el verano, ahora silenciosas o con sonidos de voces humanas y de motores. También los sapos comunes han dejado de verse, pues ya no tienen charcas a las que peregrinar para aparearse. No obstante, ambas especies mantienen poblaciones en otros puntos de la sierra y en sus aledaños.

Mitos y leyendas

Los bosquetes del Naranco están habitados por la salamandra común o sacavera, famosa vecina de Oviedo por la singularidad de su milenaria población urbana (compuesta por una serie de núcleos aislados que se reparten por los espacios verdes, desde parques y jardines hasta simples taludes). Este anfibio, esencialmente nocturno, requiere ambientes húmedos, como los que le proporcionan los prados y la capa de hojarasca de los bosques. Con fama popular de venenosa (reflejada en dichos como "Mordedura de sacavera non espera misa'ntera" o "Esquirpión y sacavera ni la confesión esperan"), las toxinas que, en efecto segrega su piel, son inocuas para las personas salvo que entren en contacto con los ojos o las mucosas, en cuyo caso producen una simple irritación, leve y pasajera. La función de esas sustancias es disuadir a los depredadores; sus colores ya avisan de que no es un buen bocado (la combinación de negro y amarillo es una señal universal de peligro, compartida por avispas y abejas, entre otras especies de fauna).

Las fuentes, lavaderos y abrevaderos dispersos por el monte, así como algunas pequeñas charcas temporales, albergan poblaciones de los tritones ibérico, palmeado y jaspeado. El primero aparece en gran variedad de hábitats, incluidos los eucaliptales, siempre que disponga de agua, que requiere para poner los huevos y para vivir durante el período acuático (hidroperíodo) de su ciclo anual, que se completa con una fase terrestre generalmente breve, una alternancia común a los otros tritones. Puede permanecer activo todo el año. El tritón palmeado, el menor de los tres, tolera aguas fangosas, sucias, con excrementos de ganado y con temperaturas elevadas, lo que le permite resistir en enclaves inhóspitos para otros anfibios.

El tritón jaspeado, grande y robusto, evita las aguas corrientes y prefiere humedales poco profundos. Al igual que el tritón palmeado, rehúye las zonas con peces y cangrejo americano (un voraz crustáceo invasor), que depredan sobre ellos.

En las zonas de bosque y matorral del Naranco aparece la rana bermeja, que necesita humedad ambiental pero solo acude al agua para aparearse. Le basta con pequeñas charcas, aunque en las áreas de montaña utiliza las orillas de lagos y lagunas. En zonas bajas, como Oviedo, su período de reproducción se extiende desde septiembre hasta enero, si bien está condicionado en su duración por el frío: con bajas temperaturas se mantiene inactiva durante largos intervalos, enterrada en el fondo de masas de agua u oculta en madrigueras de roedores. Esos ambientes son frecuentados por reptiles como la víbora cantábrica, la culebra lisa europea y la culebra de collar, esta última, la principal depredadora de la rana, en estado adulto y larvario.

Ataques y simulacros

La víbora cantábrica es muy temida por su veneno y, en efecto, es de temer, pues posee efectos graves y, en víctimas infantiles o con problemas cardiacos, puede resultar mortal, si bien su portadora rehúye el contacto con las personas y solo un mal tropiezo puede dar lugar a un ataque. Las dos culebras resultan inofensivas, aunque la de collar trata de aparentar lo contrario si se la coge o se ve acorralada, y en esas circunstancias ataca a su agresor, aunque se limita a darle golpes con el morro, sin ni siquiera intentar morderlo. Otra técnica defensiva que exhibe si es atrapada consiste en vaciar su glándula anal sobre el enemigo: un apestoso rociado, sin mayores consecuencias, pero que a su agresor debería quitarle las ganas de repetir la experiencia.

Otras especies de reptiles comunes y muy extendidas por la sierra son la lagartija roquera y el lución o esculigüerzu. La primera es la lagartija habitual en los muros de las casas y los campos, en las cunetas, en los afloramientos rocosos? muy vinculada a los ambientes humanizados y bien adaptada a las condiciones climáticas del Cantábrico, donde, en altitudes bajas, solo requiere un corto período de hibernación o directamente no hiberna, en tanto resiste temperaturas ambientales relativamente bajas y las invernadas vienen cada vez más suaves. El lución, que no es una serpiente sino un lagarto, aunque ha perdido las patas y se desplaza reptando, se asocia a los prados, en los cuales se desliza entre las hierbas y en cuyo suelo, si es blando, se entierra superficialmente. A pesar de su mala fama popular, que con frecuencia le granjea la muerte, resulta totalmente inofensivo.

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