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Los revisores, parte inseparable del tren

Aquellos profesionales picaban los billetes con el inconfundible sonido de sus maquinitas

LNE

Había quien los llamaba interventores, ¿se acuerdan? No nos librábamos de que, más tarde o temprano, llegasen hasta nuestro asiento para pedirnos el billete y tocarlo con aquel inconfundible ruido que, desde un poco lejos, sonaba "clip". No recuerdo los años que tenía. Eso sí, creo que ya trabajaba en Autisa, la concesionaria de Barreiros Diesel, y comenzaba a cortejar en Sama de Langreo. Así que los domingos, después de una rápida comida, iba hasta la estación del Norte para coger, creo que a las tres y media, el tren de cercanías con destino a El Entrego, aparcado en el andén tercero.

Aquel tren iba abarrotado, porque llevaba tan solo dos unidades, compuestas de dos terceras partes de asientos de tercera y una sola de asientos de segunda. Cómo llegaba con el tiempo justo a la estación, solo me daba tiempo a ir a la taquilla y salir arreando hacia el tren que iba a marchar. Alguna vez fui detrás del jefe de estación que, banderín en mano, iba a dar la salida. Creo que alguna vez dicho jefe esperó a que me subiera para tocar el silbato, cerrasen las puertas automáticas y poner en marcha el Cercanías. Hasta aquí parte de mi historia, porque aquí comienza la que creo más interesante. El tren iba, como se dice vulgarmente, hasta los topes. Así que algunas veces iba hasta de pie. Un buen día el revisor debió de apenarse de mí y me mandó pasar a segunda, que iba vacío. Más tarde el revisor vino hasta donde estaba sentado y entabló conversación conmigo. Al domingo siguiente ocurrió lo mismo y terminé en segunda y de nuevo seguimos hablando de lo ocurrido en la semana. Otro domingo más me tocó otro revisor, que seguramente le habría hablado de mí y de nuevo se repitió el hecho de volver a viajar en segunda clase.

Nos hicimos tan amigos que en una ocasión uno de aquellos revisores me dijo que no sacase billete ni a la ida ni a la vuelta. Y así acaba mi historia que, a partir de entonces y hasta que comencé a vivir en Sama, no volví a pagar billete alguno en aquel Cercanías.

Aquellos dos revisores pasaron a trenes de larga distancia y volví a coincidir con ellos en un par de ocasiones. También me auxiliaron cuando hizo falta buscar asiento a unos amigos.

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