La Nueva España

La Nueva España

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Visiones De Ciudad

Crecer sin perder el encanto

Oviedo conserva su toque señorial, a veces rancio, pero ha sabido abrirse al mundo

Crecer sin perder el encanto

Cuando vuelvo la vista atrás, a mis años de infancia, permanecen en mí recuerdos emotivos de mi Oviedo natal. Mirando hacia atrás, mi memoria puede retroceder hasta los años 60, y aunque algunas cosas y lugares solo puedo recordarlos de forma vaga, hay momentos y sitios que permanecen imborrables en el pasado.

Recuerdo inevitable de mi infancia, son las tardes de sol y merienda en el parque de San Francisco, ese gran pulmón verde de la ciudad lugar de paso y descanso, espacio imprescindible de sus gentes. Un parque de 90.000 m2 que sobrevive desde el siglo XIII y cuyo origen se remonta a la construcción de un monasterio franciscano ubicado donde hoy se encuentra la Junta General del Principado. Sobre la superficie del actual parque se extendían las huertas propiedad del cabildo, de otros conventos incluso de algunos particulares. Fue en 1534 cuando los responsables del cabildo y los representantes de la ciudad decidieron convertirlo en parque. Aún recuerdo la figura de los "Vallaurones" que se elevaban ante nuestros ojos de niños como auténticos representantes de la autoridad, con su traje de pana y su sombrero de ala, frecuentemente adornados con plumas y que nos recordaban a los vigilantes del Bosque Jellystone, morada del Oso Yogui con el que compartíamos tardes de dibujo animados y aventuras de niños. Los "Vallaurones" eran los garantes de la seguridad del parque y también de los animales que vivían allí en aquella época, como la "Osa Petra" personaje inolvidable de aquel parque y que ya forma parte de la historia de la ciudad, como quedará en la memoria de todos algún día la estatua de Mafalda, que hoy ocupa un lugar destacado del mismo vigilando el estanque y que es parada indiscutible de quienes se acercan a visitarnos. Los lugares con encanto siempre han tenido personajes y rincones con encanto.

¿Qué niño de aquella época no ha comprado golosinas en el quiosco de " La Chucha" o no ha abrazado el manoseado pingüino de la heladería "Los Italianos" mientras esperaba impaciente su helado? Ninguno de nosotros nos hemos resistido tampoco a la tentación de columpiarnos en las enormes cadenas que rodeaban la vieja fuente de la Escandalera y el edificio histórico de la Universidad.

La historia de la ciudad va unida a su casco histórico, que sigue conservando a día de hoy ese sabor decimonónico tan difícil de olvidar, a pesar de las numerosas rehabilitaciones y construcciones que se han llevado a cabo. Un paseo por sus calles nos hace volver la vista atrás irremediablemente a esa antigua Vetusta que Leopoldo Alas " Clarín" retrató y que sirvió de escenario para su novela "La Regenta ". Pero sin duda la obra indiscutible y joya gótica de la ciudad es la Catedral de San Salvador, uno de los lugares más visitados por los turistas. La catedral se cree que tiene sus orígenes en una basílica en honor a San Salvador que Alfonso II el Casto mandó construir y que fue edificada sobre las ruinas de una iglesia anterior levantada por su padre Fruela I. La Catedral se levanta por encima del resto de edificios y emblemáticas calles del casco viejo con su característica torre única.

Se cree que estaban proyectadas dos pero solo se llegó a construir una. Dentro del conjunto de la Catedral se encuentra la Cámara Santa de estilo prerrománico construida en el siglo IX cuya función desde su construcción hasta la actualidad es la guarda de las reliquias y tesoros catedralicios entre los cuales están la cruz de la victoria y de los Ángeles símbolo de Asturias y de la ciudad de Oviedo respectivamente.

En la misma plaza de la Catedral, custodia de su fuente y con el murmullo del agua como fondo, se levanta la estatua de Ana de Azores "La Regenta ", una mujer que ocupa un lugar destacado en el mundo literario y en el de las historias de esta ciudad, y aunque la suya no es una historia real alguien escribió un día que es su vecina más universalmente conocida.

Lugares como la plaza de Trascorrales, El Fontán, el palacio del Conde de Toreno, la iglesia de San Isidoro nos transportan al pasado. También a ese pasado más próximo de nuestra infancia, a paseos de domingo, mañanas de mercado y pajaritas de San Mateo al pie de la Catedral, tradición que aún a día de hoy se sigue manteniendo a través de los años.

Imposible también borrar de nuestra memoria ese mes de septiembre al final casi de cada verano. Septiembre olía a fiesta, a barracas, a gigantes y cabezudos, a baile en "La Herradura" y a aquellos antiguos desfiles del Día de América, donde los indianos retornados lucían sus "haigas" portando sobre ellos a bellas muchachas con trajes típicos de aquellos países a donde habían emigrado. También ese desfile ha sobrevivido al tiempo y sigue formando parte de nuestra fiesta y nuestras tradiciones. Hoy en día son en muchos casos los propios emigrantes afincados en nuestra ciudad los protagonistas de esos desfiles. Integrados totalmente en una ciudad que les ha abiertos los brazos y que ya es la suya.

Próximo a la ciudad, vigilante y testigo de su historia, observador incansable de sus cambios y su progreso se levanta el Monte Naranco, lugar relevante de nuestra ciudad custodio de dos de nuestros más importantes monumentos del prerrománico y de obligada visita para los turistas . El Naranco se presentaba inmenso ante nuestros ojos de niños y era nuestro contacto más cercano con la montaña cuando ascender a su cima era todo un reto para poder contemplar desde allí la ciudad.

Como muchas otras cosas de la vida cuando nos hacemos mayores tenemos otra percepción del tamaño de las cosas y de su inmensidad y lo que de niño era una gran hazaña, cuando eres joven se convierte en un agradable paseo.

Son tantos los rincones de Oviedo de los que tengo recuerdos inolvidables que todos ellos han formado parte de la historia de mi vida a lo largo de estos años.

Oviedo ha sabido crecer y adaptarse a la modernidad conservando el encanto de la ciudad pequeña y acogedora que siempre fue. Ha pasado de ser una ciudad con tráfico moderado a una ciudad de paseo, donde es un lujo recorrer sus calles peatonales y sorprendernos a cada paso con sus estatuas a pie de calle para evocarnos viejos tiempos, como las de "La Regenta" "las Lecheras "o "La Torera "y otras como las de Úrculo o Botero que nos devuelven a la época actual y la modernidad.

Esta "ciudad de cuentos de hadas "como un día la denominó Woody Allen, permanece erguida a lo largo del tiempo. Ha sabido crecer sin perder su encanto, conservando ese toque a señorial y a veces rancio de aquel "Oviedín del Alma ", pero convirtiéndose en una ciudad moderna y abierta al mundo. Lo que nunca cambiará es el calor de sus gentes que han convertido cualquier rincón de la ciudad en lugar de encuentro y que cada día conquistan el corazón de los visitantes que se acercan a conocerla y disfrutarla.

Compartir el artículo

stats