"Es bastante probable que la solución al nuevo coronavirus venga de la propia naturaleza". Así lo dijo ayer en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA Arturo Romero Salvador, catedrático y profesor emérito de Ingeniería Química de la Universidad Complutense, que habló de la "bioinspiración" como herramienta para innovar en la ciencia y buscar nuevas soluciones para los retos que demanda la sociedad.

Arturo Romero, que intervino en el marco del ciclo de promoción de la cultura Científica y Tecnológica organizado por la Real Academia de Ciencias y la Facultad de Química de Oviedo, se mostró moderadamente optimista y cauteloso sobre el futuro hallazgo de una solución para atajar el avance del Covid-19 en el mundo. "Es importante saber, por ejemplo, que pudo haberse transmitido a los humanos a través de reptiles que se consumen en China, a los que llegó de los murciélagos", indicó.

Arturo Romero, que fue presentado por Susana Fernández, decana de la Facultad de Química de Oviedo, explicó que la bioinspiración comenzó a desarrollarse en la década de los setenta del siglo pasado. "Fue entonces cuando el hombre se dio cuenta de que de la imitación de la propia naturaleza podía conseguir soluciones aplicadas a la arquitectura, las artes y la tecnología", explicó.

"El punto de partida fue un procedimiento de innovación que se basa en imitar sistemas biológicos y fusionarlos con tecnología", señaló. Entre los ejemplos de esa imitación de la naturaleza para construir nuevos avances el profesor Romero puso como ejemplo el tren de alta velocidad de Japón, conocido como "Sinkansen" y "súper exprés de los sueños", desarrollado cuando la alta velocidad todavía era un concepto próximo a la utopía en Europa y en Estados Unidos.

No resultó fácil lograr velocidades superiores a 220 kilómetros por hora. Cada vez que el famoso tren bala nipón se aproximaba a los 260 kilómetros, los cambios de presión atmosférica producían un ruido estrepitoso cuando el tren salía del túnel. Como aquella explosión de sonido se extendía en un radio de varios cientos de metros, el tren más rápido del mundo afectaba gravemente a las zonas residenciales cercanas a los túneles. Uno de sus ingenieros, Eiji Nakatsu, era un gran aficionado a la observación de aves y se inspiró en el martín pescador para resolver el problema.

Cuando el martín pescador se zambulle desde el aire al agua para capturar peces no provoca salpicaduras porque es capaz de desplazarse de manera suave y rápida entre dos medios que ofrecen resistencias muy diferentes. Nakatsu diseñó varios prototipos de la máquina de tracción y los ensayos en laboratorio pusieron que manifiesto que el más parecido al pico del ave era el que producía menos ruido.

Ese fue el famoso vagón frontal, imitado más tarde. El ingeniero Nakatsu se inspiró en otras dos aves, la lechuza y el pingüino, para diseñar otros elementos del tren.