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Vehículos y golpes, lo más divertido de la feria

Cuando llegaban las barracas los niños se volvían locos con los coches de choque

Vehículos y golpes, lo más divertido de la feria

Como toda historia tiene dos partes, o al menos un prólogo y en un epílogo de cierre. Procuraré contárselo tal y como fue. La primera parte tiene su gracia y no exagero nada al contarla.

Se trataba de una señora que no llegue a conocer personalmente, aunque sí conocía a un familiar suyo. La protagonista era de Noreña y su forma de hablar era muy particular. Por ejemplo a un pastel milhojas lo llamaba "milonga" y a la barraca de los coches de choque les decía "coches de truquiar". Esas dos palabras son las que hoy más recuerdo de su extenso vocabulario. De aquí parte mi historia de hoy.

Las barracas de los coches de choque era las que más nos entusiasmaba, porque aquello de darse porrazos unos contra otros nos molaba un montón. Además, si la barraca estaba abierta por la mañana, el precio era más barato e incluso podíamos sacar vales por varios viajes. Aquí distingo dos partes, porque en la primera yo aún no había tenido la caída y, por tanto, mis dos piernas se ajustaban perfectamente a aquellos pequeños y cortos coches de choque. Después de operarme la cadera derecha tenía menos juego, por lo que iba más tiesa contra el pedal que debía pisar para que coche marchase por aquella pista metálica. De todos modos, decidí no renunciar a andar por aquellas endiabladas pistas. Debo aclarar que el llevar una pierna casi tiesa, significaba que iba mal sentado en aquellos coches. Es decir que mis posaderas no iban correctamente en el asiento. Los tiques para subir se compraban generalmente en la caseta donde, a su vez, ponían en marcha la parte eléctrica y todos comenzásemos aquella desenfrenada carrera de unos contra otros. Había unos empleados que saltaban de coche a coche para cobrarnos aquella ficha.

Se jugaban el tipo, pero lo hacían a una velocidad de vértigo. Después los mismos empleados se montaban en los coches que no habían sido cogidos y se estrellaban contra los clientes. Y aquello era impresionante, porque tenían mucha pericia. Aquella maña era de tal calibre que uno de ellos vino contra mi y como estaba mal sentado, me arrojó al suelo, mientras el resto de los coches corrían a mi alrededor. Y yo a gatas en el suelo metálico. La atracción no paró a pesar de mi caída. Al fin pude levantarme y salir de aquel embrollo. Nunca más volví a subirme a los coches de truquiar.

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