Oviedo y su Universidad despiden a una figura clave en la historia científica y académica de la ciudad y de la región durante el último medio siglo. León Garzón Ruipérez, catedrático emérito de Energía Nuclear de la Escuela de Minas, falleció el martes a los 95 años de edad, tras una larga e intensa vida "dedicada a la ciencia y al saber hasta el final", como señalaba ayer una de sus cuatro hijos, María Luisa, profesora de Minas.

Además de por unas extraordinarias capacidades docentes, Garzón Ruipérez destacó sobremanera por sus pioneros estudios sobre el gas radón, especialmente del contenido presente en los materiales de construcción, por lo que en sus clases siempre insistía en la importancia de mantener aireadas las habitaciones. También se adelantó a su tiempo a la hora de establecer relaciones académicas con expertos extranjeros, fundamentalmente del sur de Francia. Ese "interés por lo internacional" fue lo que llamó la atención de Antonio Masip para incluirlo en las listas del PSOE de cara a las elecciones municipales de 1991. Salió elegido concejal, trabajó desde la oposición, sufrió un infarto y pronto descubrió que la política no era lo suyo, por lo que acabó dejándola. El exalcalde recordaba ayer a Garzón como "una persona de grandísima calidad y un científico de primera". Es más, asegura que ya en los años noventa del pasado siglo, cuando se conocieron, "su figura era la del viejo profesor, como la de Tierno Galván".

De la prolífica producción bibliográfica de Garzón Ruipérez destacan obras como "El origen de la vida", "Historia de la materia: del big bang al origen de la vida", "El radón y sus riesgos", "De Mendeleiev a los superelementos: un estudio crítico de la ley periódica y una formulación de su estructura" o "Radioactividad y medio ambiente".

Nacido en la localidad salmantina de Peñaranda de Bracamonte en 1924, la infancia y la primera juventud del futuro investigador estuvieron muy marcadas por la Guerra Civil en una familia de cinco hermanos. Su madre, maestra de fuertes convicciones republicanas, fue encarcelada por los franquistas y su padre falleció en un campo de concentración del sur de Francia. Pese a las dificultades, Garzón logró las licenciaturas en Física Químicas y Químicas en 1948, doctorándose en Madrid en 1957. Tras ser profesor adjunto en la Universidad de Salamanca y catedrático de Instituto en Ponferrada, donde también trabajó en una empresa de aceros metalotérmicos para comprobar si todo el conocimiento adquirido podía aplicarse a la actividad industrial, la rutina en la capital berciana le animó a cambiar de aires y decidió venir a Oviedo.

Ya en la capital de Asturias, Garzón entra como catedrático en el Instituto Alfonso II, donde, tal y como recordaba en unas memorias dictadas a LA NUEVA ESPAÑA, se encontró "muy buena gente y un plantel de alumnos que era lo mejor de la sociedad ovetense". Entre quienes acudieron a sus clases en el emblemático centro figuraba Francisco Blanco, actual director de la Escuela de Minas, en la que Garzón desarrollaría posteriormente una prolífica carrera. Blanco recordaba ayer a su antiguo profesor como "un gran docente, exigente pero muy apreciado por el alumnado". "Era una persona seria y algo introvertida, pero amable, y en el ámbito académico destacaba por su gran preparación y nivel científico", apunta el director de Minas, que también subraya las "ideas progresistas" que siempre mantuvo el catedrático salmantino.

Por cierto, Garzón mantuvo una estrechísima relación intelectual y afectiva con Gustavo Bueno casi desde el mismo momento en que llegó a Oviedo, a comienzos de la década de los sesenta del pasado siglo. El hijo del filósofo, Gustavo Bueno Sánchez, recuerda que las familias de ambos se reunían los fines de semana para realizar excursiones en Seat 600 y que incluso llegaron a viajar juntos a Inglaterra. "Mi padre y Garzón se influyeron mucho mutuamente en términos científicos y filosóficos", afirma Bueno Sánchez, quien recuerda que el catedrático de Energía Nuclear escribió en el número dos de la revista "El Basilisco", fundada por su amigo filósofo, acerca de las dimensiones de la célula primitiva. "Pese a la amistad que les unía, Garzón cayó en una especie de positivismo científico, renegó de la filosofía y se distanció de Bueno", añade. En todo caso, para Bueno Sánchez, León Garzón era "un erudito, una persona de grandes conocimientos y con una gran curiosidad científica por asuntos como la radiactividad natural".

Tras un periodo como profesor adjunto de la Universidad, Garzón se incorporó en 1970 como catedrático a la Escuela de Minas, donde ejerció hasta su jubilación y formó a miles de futuros ingenieros. Entre ellos, al exalcalde Gabino de Lorenzo, quien ayer le recordaba como "un profesor y una persona entrañable con la que coincidí en la Escuela de Minas y, posteriormente, en el Ayuntamiento durante su periodo de concejal". "Guardo un recuerdo muy grato de él", añadió De Lorenzo.

Etapa política

A la hora de rememorar sus tiempos en el Consistorio, el propio Garzón señalaba en las memorias publicadas por este diario que fue una etapa "muy interesante, pero poco participativa". "Yo era un concejal más en la oposición y no tenía ningún cargo, ni me interesaba tampoco (...) Era el primer mandato de Gabino de Lorenzo, que intentó cambiarme el pensamiento, pero se lo rechacé".

Otra de las personas que le trató de cerca fue José María Casielles Aguadé. Catedrático de la Universidad de Oviedo, licenciado en Química, Geología y Farmacia, y exsenador del PP. "Garzón era una persona extraordinaria, todo un caballero, y un catedrático muy preparado, sobre todo en lo que concierne a temas nucleares y energéticos", sostiene Casielles, que echa en falta "personas de su talla en la sociedad actual".

Pese a la avanzada edad, León Garzón mantuvo viva su "curiosidad infinita", la inquietud intelectual y la pasión por el saber hasta el final de sus días, subraya su hija María Luisa. "Desde luego, para sus cuatro hijos es un gran ejemplo a seguir por el tesón, la energía y la generosidad de sus estudios y por cómo se volcó con nosotros dentro del ámbito familiar hasta que fuimos mayores de edad", asegura la profesora de Minas. Por cierto, durante el último año se hizo bastante escéptico y llegó a cuestionar seriamente la ciencia, estableciendo los límites a lo que se podía comprobar. "Nadie ha visto nunca un electrón", alertaba el catedrático emérito, que mostraba mucha mayor confianza en la tecnología.